Si el periodista es un salvador de instantes, el novelista histórico es un fedatario de lo oculto. Hay narraciones donde el contexto del pasado es tan claro que el autor puede moverse a sus anchas. Sin embargo, hay ocasiones en que una intuición conduce a un universo narrativo insospechado que está más cerca de lo que creemos. Esto ya lo vio García Márquez, si bien el colombiano optó por sublimar a sus ancestros y moverlos a su antojo en pos de la literatura por la literatura.
María Costa se vuelca en un secreto familiar, oculto entre las nieblas de la vergüenza y las leyendas. Suyo ha sido el esfuerzo por conocer la historia de su tatarabuelo, el prior de la iglesia de Santa María de Carmona, Sebastián Gómez Muñiz. Y en toda lógica, la historia de su antepasado es también la historia de la España decimonónica con sus luces y sus sombras.
También es la historia de mucha otra gente, como su propia tatarabuela, Gracia Sanjuán Fernández, la verdadera protagonista, una mujer que cometió el único pecado de enamorarse de quien no debía en una España atrasada, atávica, reaccionaria y machista.
El desafío de la escritora valenciana es doble. Por una parte ha buceado en los secretos familiares, pero por otra vuelve su mirada a un pasado no excesivamente lejano y ante el que se corre el riesgo del trazo grueso. Y la autora va con todo en ese esfuerzo de aclarar un momento difuso de la genealogía.
Costa demuestra que la investigación y la propia literatura son la mejor forma de arrojar luz sobre los demonios familiares que no son tales, sino gentes de carne y hueso que vivieron sus pasiones en un tiempo y en un país.