Al mismo tiempo que Buenaventura Durruti, el gran líder anarquista, se desangraba tras recibir un balazo fortuito en las inmediaciones de la cárcel Modelo y los choques directos en cada piso del Hospital Clínico se sucedían, una compañía de polacos de la XI Brigada Internacional, el batallón Dombrosky, resistía a duras penas las embestidas de la artillería y las ametralladoras franquistas en la Casa de Velázquez, en plena Ciudad Universitaria. Aquello era la batalla de Madrid en una de sus fases más cruentas: finales de noviembre de 1936.
"Su jefe recibió, cuando más recia era la arremetida de los rebeldes, una orden de [el oficial Emilio] Kleber: 'Resista. K'", relata el periodista socialista Julián Zugazagoitia en Guerra y viscisitudes de los españoles. "Sus hombres iban cayendo muertos o heridos. El fuego les entraba por la derecha y por la izquierda. Los fusileros que les quedaban seguían disparando sin preguntar nada, sin apartar los ojos del adversario. (...) El capitán, tieso ante una ventana, hacía fuego con su fusil. Era, entre todos, el único que no preservaba su cuerpo. Y como si estuviera defendido por un poder sobrenatural, las balas lo respetaban. Los heridos le miraban con ojos incrédulos, conteniendo los lamentos, dejándose desangrar. Después de cinco horas, llegó el relevo. De la compañía sólo quedaban en pie seis hombres y el capitán".
En la Casa de Velázquez, un edificio que estuvo en primera línea del frente durante casi toda la Guerra Civil y que sería finalmente tomada por los sublevados, luce en la actualidad una placa en homenaje a los integrantes del batallón Dombrosky y al resto de voluntarios de la XI Brigada Internacional que "defendieron las libertades del pueblo español contra el fascismo" en los primeros compases de la defensa de Madrid. Además, esta semana, con motivo del III Congreso de la Memory Studies Association que se celebra en la Complutense, el centro de creación artística y de investigación de tutela francesa ha organizado la exposición Levantados antes del alba. Las Brigadas Internacionales, de España a la Resistencia en Francia.
"Este es un lugar de memoria. Aquí combatieron y murieron los brigadistas. Y coincidiendo con el 80 aniversario del final de la guerra pensamos que acoger esta exposición era una buena oportunidad para favorecer la reflexión", explica sentado en su despacho, Michel Bertrand, director de la Casa de Velázquez. El edificio, fundado en 1928 y que da cobijo a artistas a través de la Académie de France à Madrid y a investigadores en el marco de la Escuela de Altos Estudios Hispánicos e Ibéricos (EHEHI), quedó en ruinas al término de la contienda —hoy aún se pueden apreciar en las paredes exteriores impactos de proyectiles— y fue reconstruida en 1959 sin que España aportase "ni un duro".
La muestra, organizada por los Amigos de los Combatientes en la España republicana (ACER) y la Oficina nacional de excombatientes y víctimas de guerra (ONACVG-Francia), se compone de una veintena de paneles documentales que ahondan en el papel desempeñado por los más de 30.000 voluntarios de las Brigadas Internacionales, la mayor parte jóvenes comunistas, que se desplazaron hasta España para defender a la República del golpe de Franco auspiciado por sus aliados italianos y nazis. También se ha dedicado un pequeño espacio fotográfico a la evolución física de la Casa de Velázquez, destripada por los obuses de la guerra.
El relato histórico, apoyado por numerosas imágenes y carteles propagandísticos de la época, arranca con una contextualización del estallido de la contienda y se extiende hasta más allá de la II Guerra Mundial, en la que muchos brigadistas volvieron a empuñar los fusiles para combatir a Hitler. "Esta es una exposición itinerante que ya se ha presentado en algunos lugares de Francia y está organizada por descendientes de excombatientes franceses que mantienen viva la memoria de la lucha contra los totalitarismos", añade Michel Bertrand. Para la ocasión se ha editado además el libro Paisajes de guerra. Huellas, reconstrucción, patrimonio (1939 - años 200), coordinado por Stéphane Michonneau, sobre las huellas que dejan los enfrentamientos bélicos, un tema también a tratar en el congreso de la MSA.
Las Brigadas Internacionales se constituyeron por un decreto del Gobierno republicano aprobado el 22 de octubre de 1936, en el momento en el cual comenzaban a llegar a Albacete, donde establecieron su cuartel general, miles de jóvenes comunistas —pero también socialistas, anarquistas o liberales— que entendían España como el escenario de un lucha global contra el fascismo. Hasta su retirada dos años más tarde, participaron en la defensa de Madrid, en el frente de Aragón o en la batalla del Ebro. Fueron brigadas de choque, desplegadas en primera línea de fuego, y de ahí que registrasen un porcentaje muy elevado de bajas mortales —más de 10.000—.
También una suerte de mito envuelve a las Brigadas Internacionales tanto por su enraizado idealismo como por el estatus de alguno de sus integrantes, desde intelectuales a escritores, como John Conford, George Orwell, Gustav Regler o Christopher Claudwell; y no menos interesante es esa literatura sobre sus peripecias en las noches del Hotel Florida con toda la tropa de los corresponsales extranjeros y Ernest Hemingway, autor de Por quién doblan las campanas, a la cabeza.
Ahora el recuerdo de los brigadistas regresa a las trincheras enterradas de una Ciudad Universitaria moderna, bañada por un croquis de carreteras y facultades, con un aspecto que nada tiene que ver con el páramo de destrucción y zanjas que era hace ocho décadas. Pero plantarse allí en la Casa de Velázquez, y respirar su simbolismo, hace recordar aquellos versos de Miguel Hernández que dedicó en su Viento del pueblo al soldado internacional: "Si hay hombres que contienen un alma sin fronteras, / una esparcida frente de mundiales cabellos, / cubierta de horizontes, barcos y cordilleras, / con arena y con nieve, tú eres uno de aquellos.