“Mientras te amo / hay miríadas de bocas hambrientas ahí afuera. / Hay guerras y torturas y detenciones ilegales, / incluso aquí mismo. / Hay ancianos muriendo solos y olvidados. / Yo te amo...”, escribe Alfonso Trallero (Madrid, 1967) en Aunque nunca fuera hoy (ediciones Camelot). Además de ser escritor y actor -y de haber sido premiado en varias ocasiones por su faceta literaria- es un prestigioso abogado criminalista que ha llevado casos tan mediáticos, polémicos y de tanto interés social como el de Luis Bárcenas, el que fuera tesorero del PP. Pero lo primero, dice, es la palabra: “La poesía es de largo recorrido en mi vida: mi madre escribía y yo lo hago desde la adolescencia. Lo que pasa es que era una poesía muy joven y yo no sentía que tuviese que ser publicada. Me refiero a aquellos versos que escribí hace 35 años. Hasta hace diez años, cuando publiqué mi anterior poemario, no pensé que lo que yo hacía mereciese ser publicado”, explica a este periódico.
Quizá si hoy tuviese veinte años se habría sumado al boom de la poesía urbana -esa que, prolífica, se cría en las redes sociales y gasta de ansia por publicar-, pero cuenta que le ha pillado “un poco mayor”. “No me siento identificado con los poemas que escribía hace treinta años. La evolución se ve clara del anterior poemario a este. Me sigue apasionando el lenguaje como instrumento, y lo considero un arma de creación artística por sí mismo”, relata. “Puedes crear arte, belleza, sólo con el lenguaje. Pero además de eso me interesa la belleza de los conceptos en sí, de las imágenes. Creo en su capacidad de improntar en el que escucha o lee el poema: le doy mucho valor a que ese receptor quede ‘tocado’ por el concepto del poema, no sólo con las palabras. Y sí, claro, busco que la forma de transmitírselo le produzca una sensación añadida, pero lo principal es encontrar una imagen que provoque una reacción”.
Trallero no sueña con parecerse a ningún autor: “Sería una presunción pensar que me puedo parecer a alguno de los poetas que admiro, lo digo de verdad, sin falsa modestia. Hay muchos sublimes y no aspiro a imitarles, sino a ser auténtico conmigo mismo y con lo que escribo”. Señala a Miguel Hernández, a García Lorca -al que le dedica un poema en este último libro-, a Juan Ramón Jiménez y a Bukowski, Eliot, Rimbaud o Mallarmé. En cualquier caso, apunta, “no escribo poesía en función de la poesía que leo”.
Entre las leyes y los versos
¿Cómo se compagina la vida del poeta con la del abogado criminalista? ¿Qué ha aprendido en el ejercicio de la poesía y en el de la abogacía, respectivamente, sobre la naturaleza humana? “La poesía me ha servido para entender cosas que me ocurren a mí y a las personas a las que les tengo afecto. Más que aprender algo… me sirve para explicarme. Y bueno, respecto a la actividad jurídica, dedicarte al derecho penal te pone en contacto con personas que están muy indefensas, porque han sido agredidas de una manera o de otra: son frágiles. Ahí observo el estado de debilidad del ser humano”, reflexiona. “Es un estado que te abre los ojos. Te hace ver lo fácil que es que estemos en tensión, preocupados por el futuro que nos acecha de una manera o de otra”.
Cuenta también que del derecho uno aprende “a conocer las motivaciones de la gente cuando hace cosas malas, o cosas que a primera vista no se entienden”: “Cuando alguien comete un hecho delictivo, no dice ‘voy a ser malo’ antes de cometer el delito. Suele haber algo que no está bien construido en su cabeza. Nadie comete un delito por el placer que produce cometer un delito. Eso he aprendido del derecho”.
Poesía universal, no social
Dice Trallero que lo que ve y recoge en el ejercicio de la abogacía no suele volcarlo en su poesía. “Creo que es difícil volver interesantes poéticamente el tipo de casos que llevo. Para mí mi primer lenguaje fue el poético, antes que el jurídico. Quizá por eso no pienso en escribir sobre ser abogado, ni pienso en el derecho, ni en escribir querellas, ni en hablar sobre un tribunal… para mí hacer poesía es una necesidad, por sí misma, anterior a cualquier otra”.
¿Y qué hay del caso Bárcenas: nunca le inspiró? “No se me habría ocurrido utilizarlo para la poesía hasta que tú me lo has dicho”, ríe al teléfono. “Sí que podría haberme llevado las diferentes experiencias que tuve con ese asunto al terreno poético, porque realmente era muy excepcional, era una presión tremenda… también creo que la poesía ha de estar por encima de todo, por encima del tiempo, de la actualidad política; debe ser algo que nos interese a todos los seres humanos en cualquier época y bajo cualquier circunstancia, género, identidad sexual, raza, lo que sea”, explica. “Creo que hay que intentar escribir siempre algo que sea igual de interesante dentro de 100 años. Hay que buscar la universalidad”.
A él le preocupa, en esencia, el paso del tiempo. El tiempo como elemento de la identidad: de lo que somos. A ratos segrega cierta nostalgia. “Recrear / el momento que ya es ido / sin ventanas abiertas / ni corcheas vibrando en la mañana / puede ser tan difícil como un beso / rodeado de los labios de tu infancia (…) Descubrir ese secreto y esa vida / toda / la que roza el pasillo de tus dedos / y acaricia el sabor de tus mejillas / hasta hacerlas infinitas y fugaces / como el día apoyándose en tu cara”, escribe en Recrear. “No me digas que no fui yo quien te esperaba / junto al portal en que cumpliste quince años / aquella tarde húmeda y calurosa de septiembre (…)".