Decía el poeta Luis Antonio de Villena, no sin controversia,que “una cosa es ser homosexual y otra cosa es ser gay”: se refería el autor a que el primero es aquel “que mueve y dice su condición, pero en ámbitos más privados, y piensa de algún modo que las actitudes personales y culturales pueden llegar a tener más incidencia y fuerza social que las multitudinarias”; y que el segundo es un “homosexual que cree deberse a una militancia”.
En el fondo, lo que quiere expresar Villena es que, una vez fuera del armario, uno puede elegir ser activista o no: adquirir una actitud más política y presente en la conversación pública o limitarse a deslizar mensajes, imágenes, sensibilidades sofisticadas desde la propia producción cultural y la propia manera de vivir. Es imposible decidir cuál de las dos legítimas opciones es más útil para la libertad de todos. Lo único seguro es que ambos caminos son necesarios para alcanzar la igualdad real.
En su caso, Villena se revela, sobre todo, como un esteta, como un hedonista incorregible prendado de las bellezas masculinas más bisoñas, como muestra en su hermosísimo poema Un arte de vida: “Perseguir y anhelar jóvenes cuerpos, llanuras prodigiosas, / todo el mundo que cabe en tanta euritmia. / Dejar de amanecida tan fantásticos lechos, / y olerte las manos mientras buscas taxi, gozando / en la memoria, porque hablan de vellos y delicias / y escondidos lugares, y perfumes sin nombre, / dulces como los cuerpos”. Todo su imaginario orbita en torno al deseo. A la pasión. A la armonía física. Al gozo intelectual. Al homoerotismo. Pero, afortunadamente, no es el único cerebro privilegiado que ha impregnado su producción de su auténtico sentir.
Lo cierto es que desde 1975, cuando Franco agachase por fin la cabeza, han sido decenas los creadores LGTBIQ que han peleado la homofobia patria -sus obstáculos, sus insultos, sus desprecios- con su discurso, con su obra, y, es más, con su propia vida. Eso sí, cada uno a su estilo. Algunos se han mostrado más silentes, más privados, quizá más individualistas, posiblemente por una cuestión generacional. Todos artistas trascendentes y de corte universal, pero a la vez hijos inequívocos de su educación disciplinada y de su época.
Véanse esos hombres transparentes y paralelos entre identidad y creación, aunque en su discurso no se expongan tanto: ahí Antonio Gala -La regla de tres, obra basada en la bisexualidad-, Eduardo Mendicutti -que fue el primero en incluir una relación leather en una novela- o Álvaro Pombo -ojo a Contra natura o Relatos sobre la falta de sustancia-.
En ellos hay un desvestimiento recatado, si es que no es oxímoron. En ellos hay una sugerencia que no se siente cómoda en la exaltación. Por ejemplo, Pombo contaba en una entrevista a este periódico que él era “pre-gay” porque “lo gay” le parecía “hortera”: “Me llaman homófobo los gays, y no lo soy en absoluto. ¡Es que a veces se pasan unos pueblos…! Sí que me parecen un poco horteras, la verdad, pero eso tiene que ver con mi edad y con que yo he vivido en un mundo muy disciplinado. No soy de grandes fiestas, me gusta estar en pequeños grupos. No me gusta estar en una carroza”.
El de Pombo es un caso interesante porque muestra que hay muchas formas de vivir la homosexualidad: en su experiencia, la relación con sus filias es conflictiva, introspectiva, insatisfactoria y grave en el sentido profundo de la palabra; sin trivialidades. Su postura ante sus afectos es intensa, extrema, culta, severa, sobria, casi dolorosa.
Por su parte, el poeta Jaime Gil de Biedma, siendo él gay mítico, confesaba desconfiar de la poesía homosexual -salvo de la de Cernuda o Cavafis-, porque creía que “el autor, y el lector con él, parecen poner más atención en el sexo de la persona amada o deseada que en el amor y el deseo”. No obstante, se revelaba en piezas como Peeping Tom, en la que descubría al muchachito atónito al que sorprendió mirándole mientras él se revolcaba junto a otro estudiante en el pinarcillo de la Facultad de Letras: "Así me vuelve a mí desde el pasado / como un grito inconexo / la imagen de tus ojos. Expresión / de mi propio deseo".
Una contradicción similar vivía Juan Goytisolo, Premio Cervantes 2014, padre de Señas de identidad. De él decía su sobrino, el pintor Gonzalo Goytisolo: "A mi tío Juan nunca lo verás militando en una manifestación gay, no es una persona pública en ese sentido. Lo vive como una experiencia íntima y muy personal. La homosexualidad está tratada con naturalidad, no forzada; es como un comentario sin darle importancia". Por no hablar del emblemático Rafael Chirbes: él comenzó su carrera como escritor en 1988, cuando quedó finalista del Premio Herralde con su novela Minoum, de temática homosexual. Sin embargo, no volvió a ahondar en la cuestión hasta la impactante París-Austerlitz (Anagrama), publicada póstumamente. Escribió la novela durante 20 años hasta que se atrevió a dejarse ser.
Nada que ver con Vicente Molina Foix, que además de ser abiertamente gay ha indagado en la temática homosexual en muchos de sus libros: especial mención a La comunión de los atletas, una obra en dos partes. En primer lugar, Los ladrones de niños, y, en segundo, El invitado amargo, escrita conjuntamente con el poeta Luis Cremades, con quien vivió un loco romance décadas atrás.
La experiencia de Gloria Fuertes fue más tenebrosa, dentro de su innegable dulzura: se la infantilizó para siempre, se le arrancó el sexo para convertirla en un producto para todas las edades, se la encerró en sus cuentos como a una mascota torpe, amable e inofensiva. De hecho, sólo desde el año pasado -aprovechando su efeméride- ha saildo a la luz su poesía adulta. No pudo siquiera hacer gala de su lesbianismo, porque temía que los padres de los niños para los que escribía la rechazaran por ello. Su gran amor fue la hispanista estadounidense Phyllis Tumbull.
Sólo muy de vez en cuando hace en su obra un guiño a su homosexualidad, como al escribir “me nombraron patrona de los amores prohibidos”. A la vez, tampoco se disfraza de heterosexual: no se refiere a sus romances en masculino. “No es suficiente, no, soñar contigo / rezar para que vivas / retratarme para darte la foto / escribirte en la noche / con obsesión pensar en tus maneras. / ¡No es suficiente, no, darte la vida / ni decir a la gente que te quiero / ni entregar al mendigo mis ahorros / ni quemar el pasado es suficiente!”. Con sus amigos sí reconocía su inclinación. Como cuando le contó a Vicente Molina Foix una anécdota hilarante: “Fui al metro decidida a matarme. Pero al ir a sacar el billete ligué, y en vez de tirarme al tren me tiré a la taquillera”.
La poeta uruguaya Cristina Peri Rossi se exilió a España en 1972 y desde entonces reside en Barcelona: su gran actividad literaria se ha desarrollado aquí, y, con ella, su aperturismo sexual, su intelectualidad rebelde. En sus versos siempre exploró la temática del erotismo, y, en concreto, la sensualidad lésbica: en este sentido es una pionera, porque en su generación no era tan habitual ese activismo. Véase Once de septiembre, donde relata cómo fornicaba con una mujer mientras caían las Torres Gemelas: “Y mientras otro avión volaba sobre Washington / con propósitos siniestros / yo hacía el amor en tierra / -cuatro de la tarde, hora de España- / devoraba tus pechos tu pubis tus flancos / hurí que la tierra me ha concedido / sin necesidad de matar a nadie”, escribió.
En su ensayo Fantasías eróticas (1991) trató de liberar el placer de la dominación masculina: se refería a que los hombres usan el sexo como poder y humillación y a que debajo de la mirada sexual de las mujeres late siempre siempre humanidad. “El deseo es el motor de la existencia”, aseguró. “Una de las maneras de estar vivo es ser deseante”.
Especial mención a Mar de Griñó y a Mili Hernández, fundadoras de la librería Berkana de Madrid: un local pionero en el que ya en los noventa se acudía a llorar, a hablar, a pedir asesoramiento, a dejar de tener miedo, y, por supuesto, a sentirse avalado por ficciones y ensayos que hablan de la realidad LGTBIQ y que no podían encontrarse en ninguna otra librería. Centro cultural y psicológico donde sus adeptos se han enriquecido intelectualmente pero donde, además, se han evitado suicidios y se ha ayudado gratuitamente a sus clientes a salir del armario. Más sobre su historia y su importancia, aquí.
Una nueva generación (más activista)
Quienes, a diferencia de los brillantes escritores de generaciones anteriores, no han titubeado en incorporar su homosexualidad a su discurso público han sido figuras como Luisgé Martín o Boris Izaguirre.
Del primero es fundamental la lectura de El amor del revés, un testimonio autobiográfico a bocajarro donde desmenuza sus años difíciles: desde su primer amor, Miguel Ángel, en 1977, a Asier, en 1998, su pareja desde entonces. Ahí vive tanto el adolescente silencioso que fue hasta el hombre maduro que hoy es, un intelectual brillante que rompe con el mutismo y grita contra los disfraces. Del segundo, Izaguirre, huelga destacar su trabajo por la visibilidad LGTBIQ desde la televisión, pero también desde la escritura. Ojo a Tiempo de tormentas, una novela autobiográfica donde desgaja “49 años de gran mariconería”, como él mismo contó a este periódico.
Imperdible el filósofo trans -comisario de arte, discípulo de Ágnes Heller y Jacques Derrida y voz lúcida y radical donde las haya- Paul B. Preciado, nacido en Burgos hace 49 años bajo el nombre de Beatriz: “No soy hombre, mujer, heterosexual, homosexual. Soy un disidente del sistema sexo-género. ¡Lo que soy, qué más da, lo importante es cómo puedo ser libre!”. Ninguna de sus obras sobra en ninguna biblioteca: Manifiesto contrasexual, Testo yonqui, El deseo homosexual, Pornotopía y Un apartamento en Urano, su último trabajo, donde recoge sus artículos de Libération. Sostiene que el sexo es una imposición política.
Desde el 75 hasta hoy, en el mundo musical han destacado nombres como el de Miguel Bosé o Mónica Naranjo. El primero es un caso particular, porque aunque nunca haya hablado de su vida privada -y, de hecho, se ha molestado en más de una entrevista al ser preguntado si era homosexual-, con su faceta artística -su estética, sus formas- mostró en España un nuevo modelo de masculinidad que hasta entonces no se concebía. Ahí su canción Son amigos, lanzada en pleno 1978, donde habla de la relación de dos colegas enamorados entre sí que esquivan padres, novias y curros para estar juntos, siempre bajo la falsa pátina de la amistad. “Son amigos, mire usted, perdiendo el tiempo, qué insensatez. Es algo que a veces no entiende la gente… tan buenos amigos en el siglo veinte”.
La diva Mónica Naranjo ha sido icono LGTBIQ incluso antes de confesar su bisexualidad -“cuando me acostaba con una mujer, me volvía loca”-, gracias a himnos tan poderosos como Sobreviviré, con los que el colectivo siempre se sintió identificado. Este año, además, ha triunfado como pregonera del Orgullo. En el mundo del arte, imprescindible el trabajo del gestor cultural Carlos Urroz, quien ha estado casi una década al frente de la feria de arte contemporáneo más importante de España, ARCOmadrid.
Hablemos de la industria del cine y de la interpretación: gracias siempre a Eloy de la Iglesia, que fue el primer director patrio abiertamente homosexual y retrató como nadie la España de heroína y extrarradio. Su cine quinqui hoy es una crónica incómoda e irreverente. De la Iglesia fue un héroe inrreinsertable que quiso airear las cloacas de la Transición y dejó al irse un rosario de esquelas tristes, aunque con él pudo sólo un tumor maligno. Llevaba en la cara los años perros de este país.
Contaba a este periódico Carlos Aguilar, coautor de Conocer a Eloy de la Iglesia (editorial Euskadiko), que el cineasta “estaba enamorado hasta las trancas de José Luis Manzano”: “Era tremendamente celoso. Le borraba los mensajes que le dejaban en el contestador. Le pagó los estudios, le enseñó películas buenas, quiso culturizarle, darle cierto bagaje. Eran dos adictos en una relación intensa y destructiva”, explicó.
Pedro Almodóvar: qué decir. El cineasta patrio que mayor eco ha tenido dentro y fuera de España desde Luis Buñuel. Imaginario propio, mundo cañí, relato inclusivo que sólo excluye la existencia de Franco. Su producción ha contribuido enormemente a la visibilidad del colectivo por su forma natural de abrazar a transexuales, bisexuales, lesbianas y gays en sus cintas, “como parte del día a día”, sin aspavientos. Sin desdeñar al soberbio actor Eusebio Poncela, quien protagonizó en La ley del deseo la primera escena de sexo anal entre dos gays que se miraban a los ojos, rompiendo todos los estúpidos estereotipos.
Actriz de cine y teatro, cantante, presentadora y modelo: Bibiana Fernández, antes Bibi Ándersen, quizá una de las caras y los talentos más poderosos para la reivindicación del colectivo LGTBIQ. Lo deja claro: “Soy una mujer, no una mujer transexual, como si fuera un sidecar”, declaró. Lleva 65 años demostrándolo y sellando discursos intolerantes.
Última mención: Los Javis, Javier Calvo y Javier Ambrossi, referentes absolutos de la generación millenial. Alegría, desparpajo, visibilidad LGTBIQ, humor, humanidad, talento liberador. Empezaron a señalarse con La llamada -donde, como si no pasara nada, nace una historia de amor lésbico en pleno campamento de monjas-, han seguido triunfando con Paquita Salas y ahora preparan una serie sobre La Veneno. Arantxa Echevarría, por su parte, acaba de hacerse con el Goya a la Mejor dirección novel por Carmen y Lola, un filme exquisito sobre un romance lésbico entre adolescentes gitanas.
La lista completa de creadores LGTBIQ que han cambiado la historia de España:
-Luis Antonio de Villena
-Juan Goytisolo
-Chirbes
-Álvaro Pombo
-Gil de Biedma
-Eduardo Mendicutti
-Antonio Gala
-Vicente Molina Foix
-Gloria Fuertes
-Cirstina Peri Rossi
-Paul B. Preciado
-Luisgé Martín
-Boris Izaguirre
-Mar de Griñó y Mili Hernández
-Carlos Urroz
-Mónica Naranjo
-Miguel Bosé
-Eloy de la Iglesia
-Pedro Almodóvar
-Eusebio Poncela
-Bibiana Fernández
-Los Javis
-Arantxa Echevarría