Todo el mundo -todos los niños ya crecidos- recuerdan Los Cinco, mítica colección de literatura juvenil, una de las más populares del siglo XX. Julián, Dick, Ana, Jorge (Jorgina) y su perro. Eran obra de Enid Blyton, una mujer excéntrica y oscura que escribía con un solo dedo de cada mano -tiquití, tiquití, en su máquina, dando a luz a chavales aventureros- y que se retaba a sí misma cada día a teclear al menos 10.000 palabras al día. Lo cierto es que en su momento la crítica la puso a caldo: la tildó de vulgar, de ser una autora con pocos recursos, de ser repetitiva y poseedora de una imaginación que sólo orbitaba alrededor de tres tramas.
Pero seguro era prolífica: firmó 762 obras juveniles tanto con su nombre de soltera -Blyton- como con su nombre de casada, Mary Pollock. Y eso que en sus comienzos fue rechazada por diversas editoriales, al más puro estilo J. K. Rowling. Le dio igual. Eso sólo consiguió que se empecinara aún más en la idea de ser escritora. "Es, en parte, la lucha la que te ayuda tanto (...) la que te brinda la determinación, el carácter, la autonomía; todas las cosas que ayudan en cualquier profesión o negocio, y ciertamente en la escritura".
Ahora la Real Casa de la Moneda británica ha vetado un homenaje a su figura por considerarla "racista, sexista y homófoba". La idea, desde 2016, era emitir una moneda con su efigie para celebrar su efeméride -el 28 de noviembre de 2018, pero esta noticia ha llegado ahora al público-. Nunca se hará, porque la institución ha confesado que teme una respuseta furiosa por parte de los ciudadanos británicos del siglo XXI. Pero, ¿quién era en realidad esta enigmática autora? ¿Merece este trato?
Femme fatale y madre ausente
Tocaba el piano, trabajó como institutriz, llegó a estudiar Zoología, se formó como profesora. Su primer libro fue una colección de poemas de 24 páginas titulada Child Whispers, publicado en 1922. En la década siguiente se especializó en la escritura de historias relacionadas con mitos -Antigua Grecia y Antigua Roma-, y tejió conversaciones imaginarias entre deidades. En su editorial conocería al que después sería su marido, Hugh Alexander Pollock, un hombre carismático que había sido héroe de guerra y que se había divorciado de su primera esposa. Algunas biografías sugieren que se acercó a él de forma interesada, para ser publicada por fin. Tuvieron hijas a las que darían una educación religiosa.
Sin embargo, a pesar de la estela de dulce escritora infantil, no le gustaban los críos. Nunca fue una buena madre. Jamás estuvo pendiente de sus vástagos, pero aprovechaba a las niñas para fotografiarse con ellas y fingirse cálida, protectora, entrañable. Era puro márketing. Después, una vez inmortalizadas las imágenes, les gritaba por nimiedades y las ignoraba, dejándolas a cargo de la institutriz Dorothy Richards. Sólo su existencia ponía nerviosa a la escritora: se quejaba continuamente del ruido que hacían las chicas cuando jugaban en el jardín.
Años más tarde, su hija pequeña la describió como "arrogante, insegura e insegura": "Mi madre tenía mucha habilidad para alejar de su mente las cosas difíciles o desagradables (...) No tenía ni rastro de instinto maternal. Cuando era niña, la veía como una autoridad bastante estricta (...) Sin embargo, cuando me hice adulta, no le odié. La compadecí".
Entonces aún no podía imaginarlo, pero su marido enfermaría de neumonía y ella se alejaría tanto de él que acabaría teniendo distintos romances con otros hombres. Ya no le servía para nada. Las malas lenguas la tachaban de promiscua -traducción: mujer sexualmente libre-, y cotilleaban Durante la II Guerra Mundial, Pollock se alistaría al ejército como comandante instructor y asesor de Churchill, caería herido y ella ni siquiera iría a visitarle. Nuestra escritora se enamoró del cirujano Kenneth Fraser Darrell Waters pero no tenía intención ninguna de divorciarse de Pollock porque temía dañar su imagen pública.
Él no aceptó esa determinación, así que ella le obligó a declarar que él había sido infiel. Lo hizo a cambio de dejarle ver a sus hijas sin impedimentos. Fue después de todo este jaleo amoroso cuando Blyton publicaría sus novelas más célebres, entre ellas, Los Cinco, y entendió pronto que sería siempre ignorada por la prensa pero tenía que cuidar a sus lectores. A ellos les concedió la elección del nombre de su casa -mediante un concurso en una revista-, hogar finalmente bautizado como Green Hedges. También convocaba meriendas con sus adeptos. Su enorme ego se regocijaba leyendo una y otra vez las cartas de fans que recibía.
Fobias, nazismo y alcohol
Hay quien cree que su carácter despegado, utilitario e incluso cruel dependió en gran medida de una fuerte falta de afecto en su infancia: su padre abandonó el nido para irse con otra mujer y ella nunca lo superó. Tanto fue así que en cuanto pudo huyó de casa y no volvió a ver a sus hermanos ni a su madre. Décadas después, uno de sus hermanos sí que la buscó para informarle del fallecimiento de su progenitora. Le dio igual. No fue al funeral. Blyton había mentido a todos sus allegados y les había hecho creer que era huérfana desde niña y que no tenía hermanos.
Cuentan que coquetaba con el nazismo y que tenía problemas con el alcohol. La acusaron de contratar a escritores fantasma -nadie se creía que pudiese producir tantísimos títulos en tan poco tiempo-. Pero, ¿por qué se la acusa de xenófoba y de sexista? Fue un artículo publicado en The Guardian hace años el que descorchó la polémica. En ese texto se señalaba que en The Little Black Doll, Sambo es una muñeca negra a la que su dueño y el resto de juguetes despercian por su "cara fea y negra". La muñequita sale corriendo y escapa de esa marginación, entonces cae un chaparrón y la lluvia 'limpia' su color. Ahí ya sí: la reciben con los brazos abiertos. En general, en sus relatos los 'malos' solían estar racializados o ser extranjeros. "Enid era parte de esa clase media del periodo de entreguerras que creía que los extranjeros eran poco fiables o graciosos o ambas cosas", señaló un crítico.
Por ejemplo, en una de sus obras -The Mystery That Never Was-, recuerda constantemente que los "ladrones" son "extranjeros", como si esto último lo explicase todo. También se ha analizado que en Los Cinco los personajes femeninos tienen dos opciones: o actuar como si fueran chicos o ser vistos como inferiores. Ahí un diálogo entre Dick y Jorge (Jorgina): "Ya es hora de que dejes de pensar que eres tan buena como un chico". En sus tramas, las mujeres o niñas se ocupan directamente de las tareas del hogar -esto no escandaliza a nadie teniendo en cuenta el contexto histórico- y le da mucha importancia al dinero -pecando de clasista, a juicio de algunos-.
Censura
Fue dulcificada en varias ocasiones. Y censurada. Se cambiaron extractos de sus libros para neutralizarlos. Ella, por su parte, siempre había dicho que "la mayor parte de vosotros podría hacer sin problemas una lista de todas las cosas en las que creo y defiendo; las habéis encontrado en mis libros, y los libros de un escritor son siempre un reflejo fiable de él mismo". Sin ningún tapujo. Cuando la insultaban los críticos veteranos, ella respondía que "no le interesaba la opinión de ninguna persona mayor de 12 años".
Pero, ¿hay que exigirle progresismo y modernidad a una mujer que nació en 1897? Es de subrayar que su obra en ningún momento ha sido vetada, sino el homenaje a su persona. ¿Es posible recordar con ternura su ficción literaria y no celebrarla como ser humano? Por otro lado: ¿hizo en vida algo realmente perverso; algo que no fuera humano; algo que pudiera condenarla al ostracismo? ¿Se demostró alguna vez que no era ella quien escribía sus obras? ¿Tiene sentido homenajear a una plagiadora? ¿Es una escritora "de segunda clase", como la denominaba la BBC; o una autora best-seller que tiene que cargar con la cruz de haber tenido éxito? El debate está servido. Blyton murió a los 71 años, tras padecer un largo Alzheimer.