“Audrey, ¿qué coño haces aquí, con un vestido de más de medio millón de euros y respirando fritanga encima de la traga?”, le pregunto a una foto inmensa de la actriz de Desayuno con diamantes que alguien ha clavado en la pared morada y descorchada de un bar del centro de Madrid. A su lado, un reloj con la cara de Marilyn Monroe me dice que son las 19.15. La hora más extraña. Las siete. Nunca pasa nada a las siete.
Marilyn sonríe, pero estoy bastante seguro de que si levantara la cabeza cogería un hacha y se la clavaría en la diagonal de la cara al dueño del garito. Y con razón.
No sé si este fenómeno se da en otros lugares del primer mundo, pero los hosteleros de nuestro país han tomado por costumbre utilizar los jetos de Audrey Hepburn y Humphrey Bogart para ilustrar el lugar donde los “caballeros” y las “damas” mean y cagan. “¿Es esto el basurero de la historia?”, me pregunto. “Pues supongo que sí”, me responde Audrey con una sonrisa trágica, esclava. Y en estas, un señor sin camiseta y con vaqueros se me acerca con un vaso de litro azul. Es el dueño, y lo que me cambia por dinero se llama "Blue Spanish Horse", un cóctel de vodka y sirope sabor azul. Son las fiestas de Alcorcón, todo está permitido.
Carcasas de móviles, camisetas, láminas pop art, stories del whatsapp… Las estampas de estos viejos iconos de la distinción se han convertido casi sin darnos cuenta en irrefutables indicadores de lo chabacano y lo maloliente.
Y aunque de sobra es conocida la capacidad del capitalismo para mercantilizar a subversivas figuras de la contracultura (Frida Kahlo, Bukowski...), la relación de ciertos actores de la primera época dorada del cine norteamericano con la sociedad de consumo va un paso más allá. Es una vuelta de tuerca muy loca: el manoseo de la prole les ha degradado a custodiar máquinas de tabaco y retretes en los antros más zafios y wannabes de Españistán. Nadie ha visto sus películas. Nadie les cree. Son los protas de una Hollywood novel ambientada en Alcantarilla, provincia de Murcia. Like a Rolling stones.