Camilo Sesto era Jesucristo mucho antes de ser superstar: es fácil recordarlo con sus cabellos largos, rizados a la altura de los lóbulos; con los ojos clarísimos, diáfanos, con el gesto tranquilo y la personalidad luminosa. Algo excéntrica, andrógina, vanguardista, esperanzadora. Era divertido y caótico. Genuino. En una ocasión se quedó dormido -completamente seco- en un juicio en el que había sido demandado por el productor Fredy Funesal y alegó que eran los efectos secundarios de la medicación por un esguince. Como el juez no le creyó, se quitó el zapato y el calcetín y fue expulsado de la sala. Pedía siempre cortinas blancas a su alrededor: en la limusina, en el camerino, en la suite del hotel. Meneaba con gracia el Bloody Mary mientras empuñaba un Marlboro Light.
Su cantante favorito siempre fue Antonio Molina, con un ojo siempre puesto en Rocío Dúrcal. La música de hoy le parecía “una mierda”. Comía chocolate y frutas. Llamó “Judas” a Teddy Bautista en una gala, en pleno directo, por haberle engañado y quedarse con sus derechos de Jesucristo Superstar. En los últimos años recordaba a un Michael Jackson ibérico, no sólo por su talento de rey del pop, sino por las formas de un rostro irreconocible que se negaba a envejecer y se asemejaba cada vez más a una estatua de cera, a una cara como de plástico fulgente. Pero él hizo del Nuevo Testamento una emoción húmeda. Él cantó, ya en silla de ruedas, un Padre nuestro a dúo con el Papa en plena iglesia de San Antón, pero sin el consentimiento de representante de dios aquí en la tierra. Un jaleo.
Sesto se decía “tremendamente religioso” y se sentía tocado “por una varita divina”. Será verdad que él era el verdadero embajador de dios aquí abajo, ¡más que el Papa Francisco!, porque hizo rock de la religión cristiana, se volvió icono gay sin pretenderlo y se obsesionó toda la vida con la prolífica fuente de todas sus canciones: el amor. Sus canciones relatan gran parte de la memoria sentimental de los españolitos. Sus canciones tocaban todas las fases, todos los tentáculos terribles del romance. La espera, la ansiedad, la conquista, el beso. El triunfo, la caída, el distanciamiento. La desesperación. El vacío. Con sus canciones se celebraron bodas y se oficiaron divorcios. Siempre había un verso, siempre había un giro poético con el que millones de oyentes se sentían identificados. Cantaban sus temas como una expiación. Como una verdad a gritos.
Camilo y la 'friendzone'
Ahí su canción más eterna y troncal, Vivir así es morir de amor, que sobrevive con buen lustre desde su lanzamiento en 1978 y hoy no falta en ningún karaoke de los niños modernos de Madrid, que tienen nostalgia de las viejas glorias. Un himno que transversal que ha tocado al abuelo y al crío porque, llanamente, trata una desazón universal: la del dolor ese en el pecho porque uno se va a siempre a enamorar “de quien de mí no se enamora”. La entona un muchacho harto de estancarse en la friendzone: “Soy mendigo de sus besos, soy su amigo y quiero ser algo más que eso. Melancolía”. Aunque arrastra amargura, tiene algo poderoso y expectorante: “¡Ya no puedo más, ya no puedo más…! Siempre se repite esta misma historia”.
Ojo también a la mítica Algo de mí, donde Camilo se despide de un romance muy querido, aún sabiendo que una parte de él ha muerto en esa curva: “Me acostumbré a tus besos y a tu piel color de miel; a la espiga de tu cuerpo, a tu risa y a tu ser (…) Algo de mí, algo de mí se va muriendo. Quiero vivir, quiero vivir…”. El adiós radical, él lo sabe, nunca se celebrará del todo, porque “en mi casa y en mi alma hay un sitio para ti”.
Y qué decir de la inolvidable Melina: Sesto se inspiró, para componerla, en Melina Mercouri, una actriz, cantante, activista política y destacada figura de la Grecia del siglo XX. Siempre fue férrea contra la dictadura militar y se refugió en Francia después de que Stylanos Pattakos instaurase su orden comandado por los coroneles. Melina regresó a su país cuando volvió la democracia y pasó a formar parte del Partido Socialista Griego. “Eres fuego de amor, luz del sol, volcán y tierra: por donde pasas dejas huella. Mujer, tú naciste para querer, has luchado por volver a tu tierra y con tu gente”, cantaba Camilo.
“Has vuelto, Melina, a alzar tus manos hacia Dios, que él escuche tu voz, laralai, larará (…) Tu vida y tu razón es tu país, donde el mar se hizo gris, donde el llanto ahora es canto”. Otro de sus himnos más celebrados es Perdóname, que a pesar de parecer una canción de amor a una pareja herida, fue una dedicatoria descorazonadora a su madre. Corría el mes de enero de 1982, Camilo tenía 35 años y tocaba frente al auditorio de Palma de Mallorca. 16.000 personas. Su padre había muerto hacía cinco meses. Su madre estaba entre el público. “Está por aquí doña Joaquina, mi madre. ¿Dónde estás?”, lanzó el artista, buscándola con la mirada para enviarle un beso. “Te voy a dedicar una de mis mejores canciones para ti solita. Perdóname”. Su señora madre lo miró y le devolvió el beso entre los estruendosos aplausos del público. Él rompió a llorar e intentó cantar la balada prometida, pero acabó siendo imposible: estaba roto por la emoción.
Aquí el tema muta en esa deuda imposible que tienen los hijos con los padres: la del amor más generoso e infinito, la de no poder devolver jamás todo lo que han recibido. “Perdóname si pido más de lo que puedo dar, si grito cuando yo debo callar, si huyo cuando tú me necesitas más. Perdóname... perdóname, si hay algo que quiero, eres tú”. Sin olvidar El amor de mi vida, de 1978, donde reconoce a la gran mujer que ha vertebrado su existencia: “El amor de mi vida has sido tú, el amor de mi vida sigues siendo tú, mi mundo era ciego hasta encontrar tu luz. Hice míos tus gestos, tu risa y tu voz (…) ¿Por qué me das libertad para amar? Si yo prefiero estar preso de ti”, entona, al más puro estilo Cernuda. Recuerden: “Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien / cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío”.
"¿Quieres ser mi amante?"
Sólo él sabía preguntar a bocajarro, sin despeinarse, un “¿quieres ser mi amante?”. Sólo él era capaz de declararse poético y desgarrado, con un “es mi vida un desierto con el viento a tu favor (…) no sé cuándo sufro más, si amándote o queriéndote olvidar”. En A escondidas llora por un amor prohibido: "Hoy, como mañana, como siempre, de enero a diciembre / una cama blanca como la nieve / será nuestro refugio de seis a nueve (...) A escondidas tengo amarte / a escondidas, como un cobarde (...) Somos conversación predilecta de la gente que se cree perfecta".
Las pasó también canutas en Amor, no me ignores, cuando la chica que amaba cambió radicalmente de personalidad y de compañías: “Antes de cambiar de amigos pensabas y hablabas distinto, escuchabas a tu corazón, reaccionabas por tu propio instinto (…) Todo empezó a ir mal desde que confundiste tus derechos con el amor y me viste como a un rival”.
Memorias describe con terrorífica justicia la pérdida de la individualidad que a veces es consecuencia de un amor intenso, casi siamés: "Tu inspiración hizo de mí / un hombre totalmente nuevo / tu amor por mí hizo de ti / solo un reflejo de mi credo / Se hizo el silencio / entre tú y yo / te fuiste sin contar conmigo...". Ella se cansa de ser su sombra y de ver diluido su carácter y se marcha.
Él sabía que su epidemia era la de todos; la del terrible y doloroso amor, la de la gran pregunta que andamos haciéndonos en la vida. Así lo expresó en Tarde o temprano: “Quién no busca un amor cuando se enfrenta a la soledad, quién no sueña despierto y cierra sus ojos a la realidad. Quién es del todo feliz y no pasó una noche sin dormir por algún amor o una ilusión. Quien no estrecha una mano cuando le ofrecen algo más que amistad”. Con él se va una de las grandes voces de la canción en español, se va un timbre único que hacía de cada tema una declaración de intenciones, un himno trascendente, al más puro estilo Nino Bravo. Quién nos cantará ahora. Descanse en paz.