Una mujer llega a Nueva York desde un pueblo del sur de Estados Unidos. Es la primera vez que visita la Gran Manzana. Su primo -el cómico Louis C.K.- la recoge en la estación y de camino a casa se topan con un vagata que les pide algo de comida y abrigo. La prima se tira al suelo, y llora, y le abraza, y pide a gritos auxilio a la gente que pasa por ahí. Louis C.K., abochornadísimo por la escena, se agacha a recogerla y se disculpa ante los transeúntes: “Perdónenla, viene del pueblo, es una paleta…”.
Pero el paleto es él. O debería serlo.
A mí me irrita un poco la gente que no les da dinero a los vagabundos, la verdad. No termino de entenderlo. Sospecho que hay un obsceno porcentaje de mis compatriotas que pasa de soltar la gallina no por una cuestión de principios, sino por pereza o, peor, por algo tan ridículo como su propio sentido del ridículo (válgame, la redundancia). La mala suerte ajena abochorna, por lo visto; y la buena genera envidias y rencor. Así que todo ok.
Luego hay otros -venidos del leninismo-veganismo radical o similares- que te sueltan cosas del palo: "La solidaridad opera en el plano horizontal y la generosidad lo hace verticalmente y no solventa los problemas". "Ok, chaval", le dije a un jambo de estos. "Pero el tío que nos ha venido a pedir un pavo estaba en diagonal. Si tú algún día estás así, y te viene un gafas-que-me-estafas de 26 a hacerte geometría con las palabras, le hundes un boli en el cuello, ¿o no?".
El chaval no dijo nada. "Y a tomar por culo tu verticalidad", le dije encogiéndome de hombros y echando el último trago al cubata. Nos acabábamos de conocer; no hubo feeling, supongo…
No sé.
A veces tengo la sensación de que Dios es un poeta mediocre que nos ha puesto en la vida para cuadrarnos los unos a los otros.
La semana pasada falleció uno de esos tíos que me solía poner en mi sitio. Eulogio. 88 años. Vagabundo. Siempre estaba en la plaza, lata en mano, sonriendo a todo dios como el gato de Alicia en El País de las Maravillas. Pura magia. Y como todos los abuelos un poco degenerados, lenguaraces y alcohólicos, Eulogio era un señor listísimo.
No hace mucho me dijo que había que levantar una estatua de Stalin de 100 metros en plaza España, y llamarla así: PLAZA STALIN. Me aseguró que no hay peor castigo que quedar petrificado de por vida, rodeado de tiendas de imanes y franquicias norteamericanas. Y citó a Medusa. "Además", me susurró cogiéndome del brazo con ojos de cirrosis galopante, "a los buenos se les recuerda con el corazón, a estos hijosdeputa -Hitler, Stalin, Pedro Duque... (tenía una extraña obsesión con Pedro Duque)- hay que tenerlos bien presentes con la aplastante frialdad de una roca esculpida en el centro de una gran urbe". Hablaba como un poeta... Todavía recuerdo su halitosis.
El martes Eulogio palmó y nadie erigió ninguna estatua en su memoria. DEP.