Hace apenas un mes, el joven filósofo Ernesto Castro publicaba El trap. Filosofía millenial para la crisis en España (Errata Naturae), un ensayo que indaga en la huella social, cultural, artística e identitaria que han dejado en los jóvenes los años malos, los años tiritones sin esperanza ni planes. Qué iban a hacer con tanto nihilismo. Trap, trap, trap. El mismísimo Yung Beef, exponente del género, lo definió como “tomar cocaína y follar”, pero lo cierto es que también era una manera de defenderse del mundo, de sobrevivir al paro, al hastío y al barrio, de cambiar los valores o de venderlos. Castro, en su libro, ampliaba la lectura del movimiento trap y lo intelectualizaba, analizándolo en sus claves feministas, cristianas o capitalistas, entre muchas otras. De repente, algo que parecía una bravuconada -una expresión de rabia puramente intuitiva de una generación renqueante- adquiría seriedad filosófica.
En la portada del libro aparecía una ilustración del propio Yung Beef: flequillo rizado y cráneo rapado, pitillo humeante en la boca, cadena de oro, tatuajes en los brazos flacos, una mano enganchada al selfie y la otra a un cinturón por el que asoman levemente unos calzoncillos. Ya ayer, el trapero avisaba en Twitter de que se vería “en los tribunales” con la editorial. Viniendo de él bien podía ser una chanza, una provocación. Luego volvió a lanzar el guante: “¿De verdad seguís usándome con fines comerciales en 2019, casi 2020? Sois peor que mi abuela”. Ha sido hoy cuando la editorial independiente Errata Naturae ha comunicado que Yung Beef pretende “secuestrar” su libro El trap: “Vía burofax y haciéndose un Fariña en toda regla, exige la retirada inmediata de todos los libros del mercado”. Recuerden la polémica del libro de Nacho Carretero, que agitó el debate sobre la censura patria -y avalada por la justicia-.
Ilustración de un personaje público
Rubén Hernández, editor de Errata Naturae, cuenta a este periódico que están “alucinando”: “Primero, porque no se trata de una fotografía. El hecho de que no sea una fotografía es importante en la medida en la que no se está captando un momento concreto de la vida de una persona que pudiera ser susceptible de formar parte de su intimidad. Más allá de eso: el Tribunal Constitucional ha dejado claro en múltiples ocasiones que la barrera entre lo público y lo privado en personas que de manera activa y consciente deciden que su vida forme parte de lo público, es decir, lo que llamamos ‘los famosos’, no se establece con las mismas divisiones”, relata.
En cualquier caso, a ellos no les afecta eso: la polémica aquí arranca por una ilustración. “Tiene una carga irónica y de crítica social, y, si me apuras, entra dentro de un ámbito caricaturesco. Es un selfie en una postura chulesca, luciendo tatuajes, joyas de oro y tal”. Ninguna sorpresa: Yung Beef es así. No se le expone a ningún ambiente nuevo en esos trazos. “El ilustrador, en mi opinión, jugaba con la idea de la egolatría del trap 2.0, de su necesidad de redes sociales para reafirmar determinadas tendencias económicas y musicales, etc. Temas que Castro trata en el libro”.
Cree que es legítimo que a Yung Beef no le guste “que la portada tenga este componente crítico”, pero advierte que no se debe retirar un libro por eso. “No se está produciendo una lesión del honor en ningún caso. Recordarás cuando El Jueves fue secuestrado… que igualmente era impensable, pero aquí ni siquiera estamos hablando de eso. Hay mucha más fineza”. El editor se apoya en la “libertad crítica y de pensamiento para presentar a personas conocidas y desconocidas”.
Yung Beef fue avisado
Un punto fundamental: “Nosotros tuvimos el cuidado de hacerle llegar el libro antes de que se distribuyera en librerías, antes de que nadie tuviese acceso a él. En ese momento dijo que la portada le parecía ‘fea’. Exactamente, dijo que le parecía ‘mierda pa blancos’. Pero en ningún momento puso de relieve que pudiese haber ningún tipo de atentado contra la intimidad o los derechos de imagen. No solicitó su retracción”.
Tristemente, no es una situación “insólita” en este país, pero lo cierto es que, como recuerda Rubén Hernández, esta petición supone un “perjuicio gravísimo, económico y de imagen”. Este paisaje resulta mucho más peculiar, precisamente, porque viene de un agente político y artístico como Yung Beef, que se ha identificado en numerosas ocasiones como un joven antisistema que disfruta de vivir en los márgenes y de escupir contra el establishment. Así lo recuerda el editor: “Es alguien que lleva toda la vida presumiendo de estar al margen de la ley y ahora hace uso de no sé qué ley, pero sí del sistema de justicia, para denunciar a una editorial pequeña, crítica e independiente”, argumenta.
“De hecho, el trap no existiría sin apropiacionismo. Es uno de los temas vertebradores del libro. Pero ahora se molesta porque alguien se haya ‘apropiado’, entre comillas, de una imagen para transformarla y convertirla en otra cosa. Entonces ya no vale. Sólo queda legitimado culturalmente cuando sea yo el apropiador”, ironiza.
Hernández advierte acerca de la "gravedad absoluta de que pensemos la cultura en estos términos": "Que alguien vea una portada que no le gusta y acuda a un despacho de abogados para pedir que se retire ese libro. ¿Qué modelo de cultura es este?". Ernesto Castro, el autor, consultado también por este periódico, se ha mostrado en la misma línea de la editorial.