En la víspera del Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, que se celebra la próxima semana en Sevilla, la agenda del director de la RAE echa humo. Llamadas, reuniones, encuentros con otros académicos... Y también una larga lista de peticiones de entrevistas. Pero el reclamo que suscita Santiago Muñoz Machado (Pozoblanco, 1949) estos días no es exclusivo del gran evento sobre la lengua española, sino por la publicación de un pequeño libro, Civilizar o exterminar a los bárbaros (Crítica).
Se trata de un breve ensayo pero muy esclarecedor sobre los orígenes de la leyenda negra, alejado de las pasiones ideológicas que tanto sobresalen estos días. Una aproximación al debate ideológico en el que se amparó la conquista española de América en la que se entrecruzan y analizan los argumentarios de Francisco de Vitoria, Bartolomé de las Casas o Juan Ginés de Sepúlveda. También se abordan las diferencias entre la colonización española y la inglesa, diferentes en cuanto a los objetivos, pero no tanto en relación a los comportamientos de los colonos, a pesar de lo que diga la propaganda.
Al proceso abierto desde el descubrimiento de América, ¿cómo sería correcto tildarlo: de conquista o de colonización?
Hay dos momentos: uno propiamente llamado conquista, porque la definición de conquista implica la ocupación forzosa de un espacio. Entonces, cuando hay oposición, conquistar es reducir las posiciones de oposición de personas que ocupan un determinado territorio. Y colonización es una ocupación pacífica de un determinado territorio para irlo transformando de acuerdo a los criterios culturales y económicos del colonizador. La colonización supone el sometimiento de alguna manera o la integración con los pueblos, pero enculturándolos de acuerdo con los principios del Estado que coloniza.
Hubo excesos durante el proceso de conquista española de América, pero parangonables a los de otros Estados europeos. ¿Por qué la propaganda se cebó (y caló) especialmente con España?
Por muchas razones. Quizá la última que deba utilizarse es que fuimos pioneros en lo que es la conquista de América. Fuimos los primeros y hubo que inventarse justificaciones para estar en un territorio hasta entonces desconocido. Los que llegaron después, sobre todo los ingleses a América del Norte, ya tenían la experiencia de los españoles, y procuraron al principio imitarla desde el punto de vista de los valores pero luego se separaron por completo, se inventaron sus propias justificaciones.
En segundo lugar, no había una nación en Europa que aceptara tan fácilmente la autocrítica como España. En ese contexto aparecieron críticos descomunales contra lo que estaban haciendo los colonos, los soldados y los encomenderos, y la Monarquía las toleró, las asumió; tomó muchas medidas para evitarlas, pero no tenían mucha eficacia las correcciones porque América estaba muy lejos.
¿Y qué pasó luego?
Esa autocrítica se convirtió en panfletaria, porque realmente salió de personajes como Bartolomé de las Casas —tan querido por otra parte—, que escribían panfletos. Y esa línea de crítica se mantuvo y la enriqueció sobre todo la gran cultura europea ya de finales del siglo XVII y la Ilustración, en el sentido de que se aprovechó la coyuntura para afear a España su condición imperial y su notabilidad como gobernante. También por intereses europeos como los de los flamencos independentistas… En fin, aquí siempre hemos tenido una tendencia a la minusvaloración de lo grande que hemos hecho.
Pero esa mayor autocrítica de los españoles, que a priori debiera ser algo positivo, se ha tornado en nuestra contra.
Alimentamos nosotros, y damos razones a la crítica, cuando son críticas injustificadas. No nos importa tampoco decir: “Y más que eso todavía somos, peores de lo que usted escribe”. No hemos reaccionado contra la leyenda negra nunca, hemos procurado asumirla y no hemos dicho nunca eso que es tan propio de las relaciones humanas: “Y usted más”. Este libro no es el y usted más, pero podía haberlo sido. No he querido hacer una valoración acerca de quién fue más brutal, de cuántos mataron unos y cuántos los otros. Simplemente cuento que, comparativamente, la posición de los españoles en su intento, lo que decía la Monarquía, era mucho más noble e integrador, mucho más conservacionista de las culturas que se encontró, y más generoso en la implantación de la suya propia. Eso no lo han hecho otras colonizaciones y menos la inglesa.
El independentismo catalán está montando una leyenda negra contra la España democrática actual
En el ensayo recuerda el debate jurídico desarrollado en España ya a mediados del siglo XVI entre Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas. Ahora tenemos otro debate, mucho más pasional, abierto fundamentalmente con el Imperiofobia (Siruela) de Roca Barea.
Es un debate muy famoso, en Valladolid, que acaba en tablas: uno defendiendo la posición del Imperio y otro la de la Iglesia. Luego también han dicho [que Las Casas representaba] la posición de los indios, de los derechos humanos. Bueno, la posición de los monjes, de las órdenes que fueron allí a predicar.
Imperiofobia es un libro que ha caído muy bien en el momento en que se ha publicado. Está muy bien y todos los elogios a su autora serán pocos, aunque le hayan contestado con tanta fuerza. Pero creo que, te guste o no el método, el estilo, tenga las deficiencias que tenga, pone delante de los ojos de los lectores realidades que son incontestables. ¿Que están más orientadas hacia una posición de defensa de la memoria de España? Pues sí. ¿Y eso es malo? ¿Por qué no se va a poder hacer eso? ¿Y por qué es bueno, intelectual e izquierdista hacer lo contrario?
¿Este fenómeno puede ser también reflejo de que los españoles estamos faltos de autoestima?
Sí. No creo que tengamos complejo de inferioridad, pero de no defender las cosas grandes que hemos hecho, desde luego, somos culpables. Porque hemos hecho cosas muy grandes.
¿Cree que es necesario construir una realidad histórica sin mitos ni leyendas?
Son inevitables los mitos y las leyendas, pero hace falta crear un relato histórico de España, de lo español, nuevo, porque lo han tergiversado. En la actualidad estamos aguantando difamaciones continuas del ser y la historia de España. Esto hay que reponerlo, no solo combatiéndolo en los medios de comunicación o en el orden de las ideas, sino haciendo una planificación educativa, comunicativa, en todos los ámbitos. Hace falta crear un relato. Los intelectuales tienen que tomarse a pecho la creación del relato de España, que está muy deteriorado por las influencias de los nacionalismos populistas y los independentistas.
¿Cuál es la mayor tergiversación histórica a la que se enfrenta España actualmente?
Considerar que España no es un Estado democrático de Derecho y decir que hay un sistema judicial que no funciona o que queremos pueblos oprimidos. Esas son las difamaciones más gruesas, que no sé cómo los gobernantes las dejan pasar.
No hemos reaccionado contra la leyenda negra nunca, hemos procurado asumirla
Y proceden fundamentalmente del independentismo catalán. Es decir, están avivando la leyenda negra.
Están montando una leyenda negra contra la España democrática actual, pretendiendo que no hay democracia. Es una cosa realmente intolerable.
¿Qué sensación le produce, como historiador, contemplar las manipulaciones que se registran en los libros de texto en Cataluña?
Cuando se trata de tergiversaciones históricas leves —si es que hay levedad en esto—, equivocaciones, se pueden tolerar. Cuando son intencionadas y lo que hacen es tergiversar la historia para que se olvide y construir otra sobre ella, eso no es aceptable. Pero claro, deberían ser las autoridades educativas las que revisaran ese tipo de excesos, y como la inspección educativa ahora ya no es general, sino autonómica, se hace complicado.
Usted también ha escrito algún ensayo sobre el encaje jurídico de Cataluña en España. Después de la sentencia del procés y los disturbios, ¿qué solución posible hay?
Aunque sea tópico decirlo: hablar, conversar, sentarse en una mesa y establecer antes que nada un método. Cómo nos vamos a acercar, cómo vamos a hablar. Hay quien dice que esto es una tontería, que es imposible, que los independentistas catalanes mantendrán a ultranza sus posiciones y que si hay alguna cesión será muy incorrecta porque estaremos premiando la insurrección y la deslealtad. Yo creo que, pese a todo, hay que intentar a hablar.
El otro día dijo Pérez-Reverte que la RAE ha estado estrangulada durante mucho tiempo, pero la institución parece que reflota. ¿Cuáles son los grandes desafíos a los que se enfrentan?
El mayor desafío nuestro siempre es uno estable: gobernar y regular con acierto un idioma que hablan 577 millones de personas. La responsabilidad de que eso no se quiebre, que el idioma sea cada vez más bello, que no se traten de imponer formas de hablar que no sean las asumidas por el pueblo y procurar que se mantenga la unidad de la lengua, que todos nos sigamos entendiendo pese a las particulares de cada Estado. Para servir a ese reto, la Academia tiene otros menores, que son sus obras normativas. Son los proyectos al servicio de lo esencial y habrá muchísimo trabajo. Estamos siempre poniendo al día lo que ya tenemos hecho e inventado cosas nuevas para que las novedades tecnológicas no nos pillen con el paso cambiado.
En el Congreso de la ASALE de la próxima semana van a tener participación empresas como Facebook, Twitter, Google… ¿Qué relación busca la Academia con ellas?
Queremos asociarlas a nuestros proyectos, que nos ayuden a la digitalización total de nuestro trabajo y nuestras obras. Pero además nos hemos hecho socios en nuestro proyecto LEIA, que es un proyecto que pretende que la RAE mantenga una gobernanza sobre la lengua de las máquinas tan intensa como la que ha tenido con la lengua de las personas, de los humanos. Necesitamos a las tecnológicas para que enseñen a sus máquinas a hablar de acuerdo a nuestras pautas, a nuestros libros; para que entrenen a sus criaturas de modo que no nos estropeen el idioma, que les enseñen cosas malas a los niños.
La Academia no contempla la feminización del lenguaje porque no está en uso
Siguen a la espera de una nueva reunión con el Gobierno para desbloquear el informe del lenguaje inclusivo. ¿Qué diferencias ha adoptado la Academia con su posición respecto a 2012?
En 2012 hubo un informe del académico Ignacio Bosque, que luego asumió el pleno de Academia, sobre las guías del lenguaje inclusivo. Ahora lo que nos ha pedido la vicepresidenta [Carmen Calvo] es un informe sobre la feminización o la disminución de la masculinidad del lenguaje que se usa en la Constitución. Se hizo ese informe hace ya casi un año, antes de que fuese nombrado director, y me pareció pertinente dejarlo reposar antes de sacarlo. Pero ahora nos ha recordado que se lo debemos; y lo vamos a hacer, naturalmente.
¿Descarta la Academia, en el caso de que haya una superioridad numérica de mujeres, que se pueda utilizar el femenino como genérico? Por ejemplo: Consejo de Ministras.
La Academia eso ahora mismo no lo aceptaría porque no está en uso. La Academia aceptará siempre el idioma que el pueblo use cuando esté suficientemente generalizado. Si se usa Consejo de Ministras, si lo hace todo el mundo, advertiremos de que eso rompe con una tradición centenaria, pero no tendremos más remedio que pronunciarnos sobre ello, como con "portavoza" o cualquier otra invención que esté bien articulada desde el punto de vista del lenguaje.
¿La postura de los académicos es unánime?
No hemos hecho una encuesta, pero puede decirse que es unánime porque lo que estoy diciendo es la doctrina de la Academia de toda la vida. Se incorporan novedades al lenguaje cuando su uso está generalizado. La Academia es simplemente una notaria del lenguaje que se habla, no imponemos. Aceptamos lo que el pueblo quiere, el máximo en democracia.
Otra cuestión es la de las personas de género no binario quieren la “e” para identificarlas. ¿Se podría añadir?
Eso está demasiado lejos ya. Estamos en el desdoblamiento, que es la primera fase (todos, todas). La tercera la he visto utilizar en bastantes zonas de Argentina, pero la verdad es que queda rarísimo, La misma respuesta: todo depende de que el pueblo lo asuma como lenguaje ordinario.