Un grito prolongado alerta del inminente estallido de un obús; el suelo vibra, las paredes retumban, la luz se extingue durante unos instantes, los soldados franceses corren con el fusil al hombro mientras se agudiza el silbido de las balas y arranca la carga de la caballería. Parece una jornada más de la batalla de Verdún, y lo es, aunque efímera y sin manchas de barro ni de sangre.
Estamos en Francia, en una trinchera de la I Guerra Mundial de aspecto tan real como las que aparecen a todo color en el último documental de Peter Jackson. Pero es 2019, no 1916. Se trata de una reconstrucción minuciosa, con utensilios auténticos utilizados por los combatientes hace cien años, como la vajilla, que produce la sensación de estar metido de lleno en plena contienda, con el agobio que no cesa del tronar de las bombas; un espectáculo de inmersión del parque de Puy du Fou, la máquina del tiempo más realista que existe.
Al lado del pueblo de Les Epesses, en el departamento de la Vendée, y sobre las ruinas del castillo renacentista que le da nombre, Puy du Fou —que en francés antiguo significa "la colina de la haya" o "la colina del loco"— lleva cuatro décadas revelándose en algo único, un concepto de entretenimiento difícil de definir. Las funciones amalgaman leyendas e historia, desde el siglo III al XX, de la Galia romana a la Belle Époque; pero la forma de narrarlas combina guiños del cine, del teatro, del ballet e incluso de un componente museístico y se vale de todo tipo de efectos escénicos y recursos audiovisuales: fuego, chorros de agua con luz, videomapping, fortalezas que se mueven...
Puy de Fou es un viaje asombroso por la historia de Francia, una experiencia plagada de acción —carreras de cuádrigas, juegos medievales, muchas batallas con gladiadores, vikingos y caballeros o un baile nocturno sobre un lago siguiendo las partituras de Mozart y Bach—; un parque sin atracciones, que no son necesarias para haber sido nombrado hasta en dos ocasiones el mejor del mundo, para atraer a casi 2,5 millones de espectadores al año.
Y toda esta revolución está desembarcando en España: el grupo galo ha elegido Toledo, enclave de marcado carácter histórico, para exportar su marca. Este verano ya han ofrecido un ambicioso adelanto con El Sueño de Toledo, un espectáculo nocturno estupendo de 70 minutos que repasa quince siglos de historia de España —visto por más de 72.000 personas y que volverá a abrir sus puertas en abril del próximo año—. La espera será un poco mayor para la apertura del parque español de Puy du Fou, programada para Semana Santa de 2021, que contará con cuatro espectáculos diurnos nuevos y tres pueblos de época —uno medieval, uno de artesanos y un campamento árabe—. Vistas sus creaciones homólogas, la Reconquista, por ejemplo, va a quedar retratada como nunca antes se había hecho.
Los orígenes
En 1977, Philippe de Villiers, ensayista, funcionario y futuro político conservador candidato a la presidencia de Francia, se imaginó un proyecto grandioso sobre la historia de Francia al contemplar las ruinas del castillo de Puy du Fou. Escribió un guion titulado La Cinéscénie y reclutó a unos 600 habitantes de la zona para llevar a la práctica sus planes. La primera representación se realizó el 16 de junio del año siguiente con los escasos recursos del momento —los juegos de agua se realizaban con mangueras y los de luces con los faros de coches cubiertos con lonas—, y fue un éxito inmediato: suscitó la atención de más de 80.000 personas en esa temporada piloto.
En la actualidad, este es el gran espectáculo nocturno de Puy du Fou —dirigido ya por el hijo de Philipe, Nicolas de Villiers—, una función colosal, mucho más grande que El Sueño de Toledo, que se desarrolla en un escenario de 23 hectáreas por el que transitan 2.400 actores, todos voluntarios de los pueblos de la región, y que da cabida a 13.000 espectadores. "Algunos llevan más de 15-20 años siendo partícipes de La Cinéscénie", explica Nicolas Bézie, responsable de comunicación, haciendo hincapié en su entrega altruista. "Ninguno cobra, y tenemos una lista de espera de medio millar de personas".
Para comprender el funcionamiento de Puy du Fou es importante señalar que no es una empresa al uso, sino un proyecto privado sin accionistas, que no recibe ninguna subvención del Estado francés y que reinvierte el 100% de sus beneficios en la mejora del parque. En concreto, se trata de un grupo compuesto por una asociación que organiza La Cinéscénie y que a su vez controla una SAS (Sociedad por Acciones Simplificadas), la administradora del Grand Parc y sus cinco hoteles de La ciudad noctura —una villa galo-romana, una isla de cabañas del reino de los francos, una especie de campamento de la época de Francisco I, una fortaleza medieval y una reconstrucción de un edificio de la Vendée del siglo XVIII; además, se está construyendo uno nuevo dedicado a Luis XIV, el Rey Sol, y el Gran Siglo para los franceses—, así como los restaurantes.
La plantilla permanente de Puy du Fou la componen un total de 244 empleados a los que se les suman 1900 trabajadores más durante el periodo que el parque está abierto, de abril a noviembre. Con un volumen de negocios de 112 millones de euros, también cuenta con una academia para que los jóvenes Puyfolais se formen en treinta disciplinas artísticas distintas como la danza, la equitación o la fotografía.
De los francos a la Revolución
Todo en Puy du Fou es sorprendente, cada esquina en medio de un inmenso bosque natural centenario esconde un sobresalto, un efecto al que le suceden los ooohs del público. Hay seis grandes espectáculos, más allá de La Cinéscénie y Los órganos de fuego, ambos nocturnos, que adaptan libremente historia y leyendas —desde el grupo recuerdan constantemente que no son historiadores— que duran entre 26 y 40 minutos. En orden cronológico, la acción arranca en un gigantesco y logrado coliseo romano, con velum incluido, en el siglo III en la Galia, con Diocleciano como emperador, y se desarrolla en medio de un combate de gladiadores y una carrera de cuádrigas con clara inspiración en Ben-Hur.
Después se salta a las expediciones de los vikingos en sus drakkars para atacar a los reinos francos; a la Guerra de los Cien Años con acrobacias sobre caballos y una muralla que aparece y desaparece mientras suena la música del artista gallego Carlos Núñez; al siglo XVII, con el cardenal Richelieu y sus mosqueteros; a la Revolución francesa del trágico destino de François-Athanase Charette de la Contrie, oficial de marina francesa, héroe de la Guerra de la Independencia, uno de los líderes de los contrarrevolucionarios en la Guerra de la Vendée, en la que fueron ejecutadas más de 300.000 personas —y en la que ardió el castillo de Puy du Fou—.
Este último espectáculo, llamado El último penacho, es el más diferente y rompedor de todos en lo que a puesta en escena se refiere. Las funciones de Puy du Fou se caracterizan por una historia de marcado carácter legendario, con muchos combates con espadas y amor de por medio, todos al aire libre con llamaradas, fuegos artificiales y efectos con juegos de agua y luces. Este, sin embargo, se desarrolla en un auditorio que va girando y presentando diferentes decorados, utilizando proyecciones y olores —a pólvora, a quemado— para dotar de una mayor sensación de realismo al relato.
El sexto gran espectáculo diurno es un ballet de cetrería que se realiza sobre las ruinas de otro castillo del siglo XI y en el que participan más de 200 aves entre águilas, búhos, halcones o buitres como Érika, que lleva tres décadas en Puy du Fou, que sobrevuelan a ras del público. "Tenemos unos 700 pájaros de 80 especies diferentes, algunas de ellas en peligro de extinción, que criamos para luego reintroducirlas en su hábitat", dice Thierry Bouchet, responsable de la Academia de Cetrería. Cada ave necesita mínimo un año de entrenamiento para poder volar en El baile de los pájaros fantasmas.
Hablando de animales, en Puy du Fou hay también leones, tigres, bueyes con nombres de batallas icónicas en la historia de Francia... y muchos caballos, otro de los ejes de las funciones. Son en total 225, de raza hispana, procedentes de Portugal y España, de ahí que en su ficha aparezcan nombres como Figo o Jerezano. Son solo machos, según explica la responsable de la Academia Ecuestre, Anaïs Beleteau, para controlar mejor las épocas de celo; y se alimentan, entre otras cosas, de un pienso especial rico en vitaminas y antioxidantes. Cuando se les retira, muchos vecinos de la zona se hacen cargo de ellos.
Como contrapunto a estas historias que el espectador contempla desde una grada, el parque ofrece cuatro espectáculos de inmersión que adentran al visitante en la anterior vida del castillo de Puy du Fou, donde se encontrarán con los antiguos habitantes y sus anécdotas, así como con Juana de Arco y un anillo que supuestamente le perteneció; en las conquistas del rey franco Clodoveo en el siglo V; en el naufragio de La Boussole y la expedición naval alrededor del mundo capitaneada Jean François Galaup, conde de La Pérouse, que desapareció sin apenas dejar rastro; o en la Gran Guerra. Estos dos últimos han sido galardonadas con los premios de Mejor Creación Europea y Mejor Creación del Mundo respectivamente.
En estos recorridos se consiguen sensaciones logradísimas: contrastes de frío, humedad, la angustia de verse de repente en un navío en medio de una batalla a cañonazos y luego su posterior hundimiento, el miedo al gas mortal que invade la trinchera en la que un grupo de soldados sin máscaras agonizan... La suma de todos estos factores contribuyen a vivir una experiencia única —la entrada al Grand Parc cuesta 36€ para los adultos y 26€ para los niños— que dentro de poco podrá ponerse a prueba con la historia de España.