Mi bisnieto sabrá que fui mod-anarco-comunista-calimotxero con 16, que tuve un amigo que tiró a su cerdo vietnamita por la ventana después de dos noches sin dormir y que el 12 de octubre de 2019 a las 13:34 pm se me cayó un trozo de pizza mientras veía un capítulo de Los Soprano.
También que solo gané tres cosas en mi vida: el campeonato alevín de fútbol sala de Aragón, un concurso de poesía en tercero de la ESO y una pelea en la puerta de una pastelería en París que me dejó una hermosa cicatriz en la mejilla. Mi exposición en internet ha sido tan bestia en los últimos años que mi bisnieto lo sabrá todo sobre mí: mis canciones, mis libros, mis comidas, mis buenas depresiones emo-core… Todo. Hasta mi opinión sobre Pedro Sánchez, el primer presidente robot de la democracia española.
“Tu bisabuelo fue un gran memero”, le dirá su padre con los ojos vidriosos mientras scrollea mi cuenta de instagram, “como lo fue tu abuelo, lo es tu padre y como lo serás tú algún día… Te quiero, hijo mío”. Y se abrazarán, se besarán y harán el amor en medio del salón. No. Eso no. Aunque, quién sabe, estamos hablando del siglo XXIII. Ojo. Nosotros, en cambio, no tenemos ni idea de quiénes fueron nuestros bisabuelos. En general, lo poco que sabemos es si fueron fachas o rojos, trabajadores o vagos, discretos o charlatanes. Y poco más. Knowledge de trazo grueso: sin gracia, sin voz, sin alma.
Somos la primera generación que va a pasar a la historia de uno en uno, y no como partes indeterminadas de una masa uniforme y perezosa llamada sociedad. Los primeros en convertir la cotidianidad en algo digno de ser exhibido, registrado y almacenado ad infinitum. Una mueca que trasciende, eso somos. El grito suspendido en las nubes de alguien que responde a la pregunta de “¿qué estás pensando?” justo antes de estamparse contra el suelo. Escritores, filmakers, medios de comunicación, todo al mismo tiempo.
Lo curioso de esta movida es que la memoria de la imagen digital -de los tweets, de los memes, de las stories- no se dirige al pasado, sino que está pensada para producir interacciones en un presente dominado por la actualidad. Por eso resulta tan confuso y atractivo… José Luis Brea, en su libro Cultura_RAM. Mutaciones de la cultura en la época de su distribución electrónica (2007), diferencia entre una memoria archivística, de almacenamiento y consignación (cultura ROM) y otra (cultura RAM) impulsada por el uso de las redes sociales que “no busca recuperar sino producir”, y por tanto su modelo “no es el de archivo sino más bien el de red”. Fotografía versus Instagram.
Pero entonces, ¿qué pasará cuando los futuros historiadores -reconvertidos en stalkers- reactiven nuestro presente alojado en una nube helada? ¿Qué sucederá cuando enciendan esa llama, cuando mi bisnieto revisite todas esas publicaciones que poco a poco, año a año, han ido construyendo mi identidad digital durante el siglo XXI? -dios, me hubiera gustado tanto conocer a mi bisabuelo a ese nivel…-.
¿Y qué pasará cuando llegue hasta aquí, hasta este artículo en El Español, y lea la frase: “se abrazarán, se besarán y harán el amor en medio del salón” en referencia a la relación con su padre? A saber. Ojalá sonría. Ojalá, con los ojos de su bisabuelo.