Joan Margarit.

Joan Margarit.

Cultura Poesía de resistencia

11 poemas imprescindibles de Joan Margarit, el Cervantes que lucha por la dignidad del catalán

El autor, recién galardonado, cree que la poesía debe ser cruel, hasta la más bella; y entiende la libertad como "un rey saliendo en tren hacia el exilio". 

14 noviembre, 2019 17:52

"Mirabas siempre hacia adelante / como si allí estuviese el mar", escribía Joan Margarit, honrado hoy con el Premio Cervantes, el máximo galardón de las letras españolas, dotado con 125.000 euros. En otra ocasión recomendaba no tirar nunca las cartas de amor -"ellas no te abandonarán"- y algunas tardes se dirigía al lector, ese ser etéreo pero siempre presente, como la Rebecca de Hitchcock, para entregarle todo lo que alguna vez poseyó: "Tuyas serán las mujeres que amé / y que nunca he perdido, pese al viento / cruel de los años, y tuyo el enigma / de la isla del tesoro".

Dice el poeta que le interesa la cultura, porque lo demás "ya no tiene solución". Dice que España le da miedo desde los Reyes Católicos. Dice que el lenguaje poético no es lo que la gente piensa -nada de dulzón, bobo, pusilánime-: el lenguaje poético, subraya, es el más duro de todos. Dice que lo que importa decir en los poemas está dentro: ya basta de buscarlo fuera. Dice que las dos personas que le conformaron no sabían leer ni escribir: su abuela y su hija Joana. 

A menudo se dirige en sus versos a este último amor, ya fallecido, y que sufrió el síndrome de Rubinstein-Taybe durante treinta años. Aún cree que sin la poesía, el hombre se encuentra a la intemperie. Cree que el poeta es el gran pragmático, no el economista. Cree que la poesía debe ser cruel, hasta la más bella. El jurado que le ha premiado en esta ocasión -ya cuenta Margarit con otros nobles reconocimientos, como el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana- ha valorado su capacidad de enriquecer "tanto la lengua española como la lengua catalana", y apunta que "representa la pluralidad de la cultura peninsular en una dimensión universal de gran maestría". 

Y es cierto: el romance de Margarit con la lengua es intenso pero problemático. Siempre se expresó tanto en castellano como en catalán, pero, como él recuerda, "no hay ningún gran poeta que no escriba primero en la materna". Reconoce sus espinas en uno de sus poemas, llamado Dignidat: el castellano no tiene la culpa de su fortaleza "y menos todavía, de mi debilidad". El catalán le es una morada vieja llena de canciones hermosas: ellas seguro se salvarán

Sus padres se casaron en 1936, el julio aquel en que dio comienzo la guerra civil. Cuando tenía cinco años, un señor uniformado le golpeó "por no hablar en cristiano". Hoy sigue creyendo, como antes -como siempre- que la libertad es ir indocumentado. Un rey saliendo en tren hacia el exilio. Hacer el amor en los parques o las palabras 'república' y 'civil'. Aún milita. Aún resiste. Es de esos hombres únicos que tiene más poder en las yemas de los dedos que en los puños. Aquí once de sus mejores poemas. 

1. Separado

La casa se abre a una acera

donde no me espera nadie. 

Aquí sin ti. Un extraño. 

Fue aquí donde me extravié. 

Paseo sin mí, contigo.

Mi sombra es sólo un error,

viene de sitios más gélidos: 

tu corazón y tus manos. 

Es por lo que me marché. 

La vida desconocida

yo la he vivido sin ti. 

A tu lado.

2. Faros en la noche

Intento seducirte en el pasado.

Las manos al volante y esta luz

de club nocturno del tablier me dejan

-fantasía invernal- bailar contigo.

Detrás de mí, igual que un gran camión,

el mañana hace ráfagas de luces.

No lo conduce nadie y me adelanta,

pero ahora tú y yo viajamos juntos

y el coche puede ser el dos caballos

de los años sesenta hacia París.

"Je ne regrette rien", canta Edith Piaf.

Bajo la ventanilla, entra la noche

fría de la autopista, y el pasado

se aproxima de cara, velozmente:

cruza y me ciega sin bajar las luces.

3. Cosas en común

Habernos conocido

un otoño en un tren que iba vacío;

La radiante, aunque cruel

promesa del deseo.

La cicatriz de la melancolía

y el viejo afecto con el que entendemos

los motivos del lobo.

La luna que acompaña al tren nocturno

Barcelona-París.

Un cuchillo de luz para los crímenes

que por amor debemos cometer.

Nuestra maldita e inocente suerte.

La voz del mar, que siempre te dirá

dónde estoy, porque es nuestro confidente.

Los poemas, que son cartas anónimas

escritas desde donde no imaginas

a la misma muchacha que un otoño

conocí en aquel tren que iba vacío.

4. No tires las cartas de amor

No tires las cartas de amor

Ellas no te abandonarán.

El tiempo pasará, se borrará el deseo

-esta flecha de sombra-

y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,

se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.

Caerán los años. Te cansarán los libros.

Descenderás aún más

e, incluso, perderás la poesía.

El ruido de ciudad en los cristales

acabará por ser tu única música,

y las cartas de amor que habrás guardado

serán tu última literatura.

5. Nuestro tiempo

Cuando nos dimos cuenta, ya estaba en las ventanas,

como para quedarse. Pero ahora

nada nos ilumina sino esa vaga niebla.

A veces, una luz desgarradora.

El nuestro fue otro tiempo mucho más inocente:

Todavía en las obras celebrábamos

cuando, sin accidentes, la estructura

Llegaba a lo más alto y se cubrían aguas.

Vivíamos en calles

a las que les sentaba bien un nombre

Como el de las Camelias.

Entre las azoteas, cada noche

se encendían las luces

del ático de nuestra juventud.

Entre las voces suaves y lejanas,

alguna vez, se oye un grito de pánico.

Pero una herida

es también un lugar donde vivir.

6. Nada enaltece a un viejo

Ni esta violencia con la que deseo

tener razón.

Ni tampoco creer que la felicidad

tiene una relación sutil con la mentira.

Ni ser tan sucio

de corazón como los míos,

a pesar de que a ellos los ensució la guerra.

Mi paz debe ser una paz falsa.

Tampoco no abjurar de la lujuria

ni de la vanidad.

¿Como podemos ser vanidosos los viejos?

Esta es la derrota.

Un campo de batalla en el que estoy tirado.

Me rodean los muertos. Oscurece.

Puedo oír a lo lejos voces jóvenes

celebrando lo que hoy,

para ellos, aún es la victoria.

7. Dignidad

Si la desesperanza

tiene el poder de una certeza lógica,

y la envidia un horario tan secreto

como un tren militar,

estamos ya perdidos.

Me ahoga el castellano, aunque nunca lo odié.

Él no tiene la culpa de su fuerza

y menos todavía de mi debilidad.

El ayer fue una lengua bien trabada

para pensar, pactar, soñar,

que no habla nadie ya: un subconsciente

de pérdida y codicia

donde suenan bellísimas canciones.

El presente es la lengua de las calles,

maltratada y espuria, que se agarra

como hiedra a las ruinas de la historia.

La lengua en la que escribo.

También es una lengua bien trabada

para pensar, pactar. Para soñar.

Y las viejas canciones

se salvarán.

8. Fábula 

Pequeña y faldera, la moral

era una perra de esas que ladran sin cesar,

fea como una rata. Todo el día incordiando,

husmeando al perro lobo de la vida

que, indiferente y fuerte, apenas la miraba.

Hoy lo he visto pasar hacia el jardín,

llevaba la moral entre los dientes,

cogida por el cuello, asustada, encogida.

Ya no ladraba, daba unos chillidos

desafinados y espeluznantes,

pero la vida, con su firme paso

de lobo, la ha llevado entre los árboles

llenos de pájaros, y allí

le ha roto el espinazo y después

se ha tumbado a su sombra.

Hoy he hecho limpieza de mis libros,

o sea, de mi tiempo.

De Simone de Beauvoir los tiro todos.

9. La espera 

Te están echando en falta tantas cosas.

Así llenan los días

instantes hechos de esperar tus manos,

de echar de menos tus pequeñas manos,

que cogieron las mías tantas veces.

Hemos de acostumbramos a tu ausencia.

Ya ha pasado un verano sin tus ojos

y el mar también habrá de acostumbrarse.

Tu calle, aún durante mucho tiempo,

esperará, delante de tu puerta,

con paciencia, tus pasos.

No se cansará nunca de esperar:

nadie sabe esperar como una calle.

Y a mí me colma esta voluntad

de que me toques y de que me mires,

de que me digas qué hago con mi vida,

mientras los días van, con lluvia o cielo azul,

organizando ya la soledad.

10. Libertad

Es la razón de nuestra vida,

dijimos, estudiantes soñadores.

La razón de los viejos, matizamos ahora,

su única y escéptica esperanza.

La libertad es un extraño viaje.

Son las plazas de toros con las sillas

sobre la arena en las primeras elecciones.

Es el peligro que, de madrugada,

nos acecha en el metro,

son los periódicos al fin de la jornada.

La libertad es hacer el amor en los parques.

Es el alba de un día de huelga general.

Es morir libre. Son las guerras médicas.

Las palabras República y Civil.

Un rey saliendo en tren hacia el exilio.

La libertad es una librería.

Ir indocumentado.

Las canciones prohibidas.

Una forma de amor, la libertad.

11. La muchacha del semáforo

Tienes la misma edad que yo tenía

cuando empezaba a soñar en encontrarte.

No sabía aún, igual que tú

no lo has aprendido aún, que algún día

el amor es esta arma cargada

de soledad y de melancolía

que ahora te está apuntando desde mis ojos.

Tú eres la muchacha que yo estuve buscando

durante tanto tiempo cuando aún no existías.

Y yo soy aquel hombre hacia el cual

querrás un día dirigir tus pasos.

Pero estaré entonces tan lejos de ti

como ahora tú de mí en este semáforo.