Augusto Ferrer-Dalmau vive inmerso en la historia; no solo en la heroica que desprenden sus lienzos, también en la tangible que se respira a través de un enorme conjunto de objetos y armas desperdigadas por todos los rincones de su casa-taller. Hay una maqueta del Glorioso, sillas de montar, calaveras, granadas de mano e incluso una boina de oficial del ejército ruso, con la insignia de la hoz y el martillo. Pero lo más valioso de todo es la colección de sables del siglo XIX que reciben al extraño a la entrada.
Ese es el ambiente en el que trabaja el Pintor de Batallas, el hábitat en el que ha narrado a pinceladas los momentos más gloriosos de la historia de España, desde la llamada Reconquista hasta la Guerra de la Independencia contra los franceses. "Utilizo la pintura para transmitir la historia", dice Ferrer-Dalmau (Barcelona, 1964). Y con sus cuadros pretende "recuperar la memoria histórica de España —no solo la de los últimos 50 años— y los episodios de los que no hay fotografías".
La lista es infinita: la llegada de Hernán Cortés a México, la gesta de Elcano y la primera circunnavegación al mundo, el milagro de Empel, las heridas de Cervantes en la batalla de Lepanto, la toma de Bernardo de Gálvez de Pensacola... La épica vertebra todos sus lienzos histórico-militares, y esa se halla, sobre todo, en los momentos de mayor esplendor de la Monarquía hispánica, los siglos XVI y XVII. Todo el repertorio de pintura dedicado a este periodo lo ha recopilado ahora en un libro titulado Imperio (Espasa), con textos de María Fidalgo.
Las obras del Pintor de Batallas son un pulso gráfico a la leyenda negra, a la sombra que oscurece la historia de España más gloriosa que él busca reivindicar. "Es un sinsentido juzgar el pasado con la visión del siglo XXI", opina; y pide al español sacudirse de una vez por todas la falta de autoestima: "Parece que son mejores los de fuera que nosotros. Nos ha pasado siempre, es nuestra forma de ser, no nos valoramos. La gente mataría por estar aquí, no somos conscientes de lo afortunados que somos".
A Ferrer-Dalmau no le interesan los generales ni los reyes. El protagonista, para su pincel, es el soldado, el que sangra y suda en el campo de batalla. Glosa la épica, la gloria, que también reside en las "derrotas heroicas", como la que obtuvieron los Tercios en la batalla de Rocroi (1643). "No es si se ganó o se perdió, sino lo que aconteció. Eso es lo que valoramos quienes nos gustan las batallas, la historia", dice alguien que ha vivido en primera persona seis guerras como la de Afganistán, Siria o Líbano. "No hay nada como sentir el peligro para luego, cuando estás pintando, poder transmitirlo", asegura.
En sus lienzos se echa en falta más protagonismo femenino, representado casi de forma exclusiva en la figura de Agustina de Aragón. ¿Faltan heroínas en la historia de España o a qué se debe esa ausencia? "Las hay: están María Pita, las aguadoras de Bailén... pero es cierto que en mi obra hay un vacío importante, y tengo que empezar a darle un giro. Las mujeres siempre han combatido, siempre han estado en las batallas", señala Ferrer-Dalmau. Aunque se excusa diciendo que las pinta "muy mal, me salen muy hombrunas".
El tema tabú
En una esquina del taller, abarrotado de pinceles finos y mezclas de color, llama la atención un pequeño lienzo en el que se atisba a un miliciano llevando a hombros una bandera tricolor, la de la Segunda República. Se trata de un boceto sobre la batalla del Ebro que lleva bastante tiempo arrinconado, sin que Ferrer-Dalmau se atreva a plasmarlo en una lámina de mayores dimensiones. "En su momento pinté algunos cuadros de la Guerra Civil y quería hacer una serie sobre las batallas principales. Era un tema que me hacía mucha ilusión, muy bonito, pero lo paré porque era polémico", revela.
Y no lo retomará hasta que la contienda española deje de ser "un arma política". "Desconozco qué interés hay en fomentar una guerra que ya pasó, que no nos afecta, no lo entiendo. Hablo de las tres guerras carlistas, que fueron las más sangrientas de Europa, y nadie se rasga las vestiduras. Me gustaría pintar escenas de la Guerra Civil sin complejos, pero de momento no puedo porque me voy a meter en un lío", lamenta el artista. Además, como es un conflicto bastante reciente y fotografiado en detalle, asegura que se centrará a partir de ahora en otros periodos de la historia menos manoseados.
—¿Qué le queda entonces por pintar?
—De las Navas de Tolosa para abajo. Me gustaría llegar a la época de los romanos: Numancia, Sagunto, todo ese periodo de carne y hierro. Me estoy documentando mucho. Y hay siete siglos de batallas contra los musulmanes.
—Ahí tiene a Don Pelayo y Covadonga.
—No creo que haya problemas por pintar a los musulmanes, pero vete a saber. Igual pinto mañana a Don Pelayo pegándole sablazos a los moros y se me echa todo el mundo encima. Hay tanta sensibilidad con los temas de la historia cuando todo debería ser tan natural…
Por el momento, Ferrer-Dalmau sigue embarcado en el siglo XVI, con un cuadro sobre la entrada de Cortés en Tenochtitlán, encargado desde México. También ha recibido peticiones de Rusia, país que le ha condecorado recientemente con la medalla del Ministerio de Defensa y por el que confiesa sentirse atraído (históricamente). Pero nada por delante de lo patrio, lo español: "Lo nuestro es lo que más me seduce", concluye. Aún le quedan muchos episodios que abordar.