La actriz -y ahora documentalista- Nata Moreno estaba pasando un momento extraño: tras unos años prolíficos, el teléfono laboral había dejado de sonar; se había quedado embarazada y pasaba mucho tiempo en casa, mientras su pareja -el violinista Ara Malikian- gozaba de las mieles del éxito de acá para allá, venga reconocimientos, venga gira. Pero suele suceder que cuando uno mira a la pared durante horas, dándole vueltas al coco, comienza a ver algo; y suele suceder que, cuando uno se detiene lo suficiente, un ramalazo de genio te viene a las manos. Moreno es una creadora y una mujer conectada con los secretos sensibles de la vida, con la memoria -personal, que es también la histórica- y con los lenguajes subterráneos del arte, por eso cuando una tarde de hastío recibió veinticinco cajas que venían de Beirut, levantó una ceja. Algo se acercaba.
Su suegro había fallecido y aquellos cartones estaban plagados de más de cuarenta años de fotografías, grabaciones, casetes, cintas súper 8, pinturas, libretos de óperas, violines, premios… retazos de la vida de su esposo. Al principio, claro, cuando vio la montaña de cartón, Nata Moreno tuvo una reacción humana e higiénica: “Ara estaba de gira en Corea, y, por sorpresa, llegaron todas aquellas cajas… pensé: dios, ocupan muchísimo espacio. Las habían dejado allí, en medio de la habitación de mi hijo, yo embarazada de Kairo… y dije: madre mía, hay que librarse de esto cuanto antes, me quedaré con cuatro cosas y a seguir viviendo”, cuenta a este periódico. “Pero entonces las abrí y vi muchísimas fotografías de Ara desde que tenía 4 o 5 años, desde que empezó a tocar el violín, e imágenes y recuerdos de sus antepasados y del genocidio armenio. Todo lo que había quedado de la guerra”, relata.
Le emocionó entender “que alguien se había esforzado en atesorar todo aquel material durante tantos años, de frontera en frontera”. Eran joyas porque habían sobrevivido a una guerra. “Yo no era quién para deshacerme de eso. Tenía que darle un espacio, un lugar presidencial, de hecho, y eso hice. Empecé a perseguir a Ara para que me contara todo”, sonríe. De ahí salió Ara Malikian: una vida entre las cuerdas, un magnífico documental producido por Kookoro Films que ahora está nominado a los mismísimos Goya y acaba de ser condecorado con el premio Mon Doc.
Memoria histórica
Pero hay un ejercicio profundo aquí, un relato vertebrador que habla de la vida de Ara para reflexionar sobre la de todos. “No intenta ser únicamente un documental que cuente la historia de un músico excelente, eso se me quedaba pequeño. Como cualquier creador o artista de mi generación me interesa lo que ha pasado y lo que pasa en el mundo. Quería dar visibilidad al genocidio y a las guerras que a día de hoy se siguen perpetrando. Me parecía importante”, explica. “De hecho, los cuento con imágenes actuales de los campos de refugiados sirios. Intento recrear, pero no me olvido de lo que está pasando en este momento”.
Siendo pareja de Malikian, ¿qué ha sido lo que más le ha sorprendido descubrir de él a partir de este trabajo? “Pues mira, a mí lo que más me gusta del documental, y es algo que puedo valorar ahora… es que uno no suele hablar de su pasado, o si lo hace es en contexto terapéutico. Y, de repente, ver a alguien que te abre el corazón así… él en la vida se maneja desde el silencio. Con su silencio lo cuenta todo”. No fue fácil captar con la cámara ese deshielo. Esas grietas que poco a poco florecían en el artista y lo iluminaban. Lo liberaban. “En el documental le dejo silencios eternos. Cualquier montador te diría ‘corta, corta, que así pierde ritmo’… pero es que su mirada lo cuenta todo. En el escenario es todo lo contrario, ¿sabes? Está lleno de todas esas imágenes, es opuesto, está lleno… pero no puede evitar estar marcado por todo lo que vivió en su infancia”.
Ella define al artista como “un gran humilde”. Lo dice con una sonrisa: “Es un hombre muy trabajador, es un creador, un inspirado, y me parece que su gran capacidad de trabajo se enriquece todavía más con su modestia”. Y eso que no lo tuvo fácil. “La música salvó su vida. Salvó la de su abuelo y la de su padre, también vinculados a la música. Les ayudó a salir de contextos de guerra. Que un violín y tu capacidad de tocarlo te dé el pasaporte hacia la vida es un regalo”.
Multiculturalidad y Vox
Nata Moreno no quiere hablar demasiado de su relación con él: es muy cauta con su vida privada. Sólo cuenta que se encontraron por primera vez hace nueve años, en una sala de conciertos. ¿Cómo influyó en su mirada documentalista ser su esposa? ¿Alejó o acercó, una vez que todos hemos superado la ensoñación de la objetividad? “Podían pasar las dos cosas, podía ser para bien o para mal… entre nosotros hay muchísima intimidad. Cuando ves el documental, ves claramente en qué momento te abre el corazón… y eso creo que hubiese sido difícil que sucediese con otra persona. Por otro lado, yo también me he tomado el tiempo de mirarlo mucho”.
Y tanto: 79 horas de metraje sintetizados en 86 minutos. “Esa capacidad de síntesis también te la da la cercanía”, reconoce. “He dedicado a esto cuatro años de mi vida, somos pareja, tenemos un hijo, trabajamos juntos… tenía un poco de miedo de no mantenerme en mi sitio, de ponerme romántica, digamos, con el asunto, pero ha sido tanto tiempo haciendo el documental que he conseguido enfriar la mirada, quitarle ñoñería”.
El documental también pone de manifiesto el valor de la multiculturalidad. ¿Le preocupa a Nata Moreno el auge de Vox? “Sí, claro que me preocupa, porque además me toca en lo personal. Yo tengo un compañero libanés y un hijo con apellido armenio. Todo el radicalismo que plantea Vox me parece que es ir marcha atrás. Me parece que tienen miedo al extranjero, pero al extranjero pobre. A los futbolistas y a los que ganan millones no… ni a Ara Malikian, que ya está colocado. A él tampoco. Es racismo y es clasismo”, lanza. “¿Miedo a un hombre o a una mujer que no tiene capacidad de sobrevivir económicamente, que no habla el idioma…? Te deberías plantear en qué punto estás tú. ¿Qué te van a robar? Si están hechos polvo. El racista debería mirarse a sí mismo”.