Camille Paglia es la feminista heterodoxa definitiva: repudiada por los sectores más fuertes del feminismo -es decir, los escorados a la izquierda- y citada recurrentemente por la derecha. Es inevitable que resulte espinosa desde su discurso pretencioso y furibundo, desde su condición de “hembra agresiva moderna” atea y bisexual, aunque también crítica con el movimiento LGTBIQ. “Yo quiero librar el feminismo de las propias feministas. Con lo que me identifico es con el feminismo de antes de la guerra, el de Amelia Earhart, el de Katharine Hepburn, que me produjo un impacto tremendo”, escribió en Feminismo pasado y presente (Turner Minor). “En esos tiempos había mujeres que tenían independencia, que tenían confianza en sí mismas y que eran responsables de sus actos, sin culpar a los demás de sus problemas”.
El suyo es un feminismo científico -que no para de teorizar sobre los imperativos de la naturaleza y piensa en el poder de la cultura como un elemento menor- y dice que detesta que las feministas modernas sean críticas con los cánones de belleza -asfixiantes y especialmente cruentos con las mujeres-: “La belleza es un valor humano eterno, no un truco inventado por un corrillo de publicistas en una habitación de Madison Avenue”, apunta Paglia, mientras sigue disparando: “El problema del feminismo con la belleza es un prejuicio provinciano (…) No me cohíbe estar en presencia de un ser hermoso. No me pongo a lloriquear gritando: ¡Ay, nunca seré así de guapa! Esta actitud tan ridícula es precisamente la de Naomi Wolf. Cuando los hombres ven un partido de fútbol o cualquier encuentro deportivo, no gimotean: ¡Ay, nunca seré tan rápido, nunca seré tan fuerte! ¿Se suicida alguien al ver al David de Miguel Ángel? No”.
Paglia es una militante contra “el victimismo” y una defensora feroz del poder sexual femenino como elemento doblegador y vampirizador del hombre -un recurso, por cierto, del que la mayoría de mujeres no han sido conscientes porque tradicionalmente han tenido que moverse bajo los arquetipos de la “virgen” o de la “puta”-. En Sexual Personae (Deusto), su obra central reeditada ahora, Paglia estudia las complejidades de la sexualidad y el erotismo, ese lugar problemático “donde se cruzan la naturaleza y la cultura”. El título está inspirado en Persona, esa película magnífica de Bergman, a fin de rastrear las “máscaras” con las que nos desenvolvemos.
“Sexual Personae (Las personas del sexo) intenta demostrar la unidad y la continuidad de la cultura occidental, algo en lo que apenas nadie cree desde el periodo anterior a la primera guerra mundial. El libro acepta la tradición canónica occidental y rechaza la idea de que la cultura se ha colapsado y dividido en fragmentos carentes de significado. Yo defiendo la idea de que el judeocristianismo no llegó a eliminar el paganismo, que sigue floreciendo en el arte, el erotismo, la astrología y la cultura pop”, relata.
Ella recupera la inmoralidad, la agresividad, el sadismo, el voyeurismo y la pornografía presentes en el arte, en lugar de ignorarlos o dulcificarlos. Y, muy especialmente, Paglia hace en este libro hincapié en lo definitorio de la naturaleza y en la celebración del misterio antiguo y el atractivo de la mujer. Esta exaltación de la sexualidad femenina también resulta problemática para el feminismo moderno, que intenta superar el cuerpo como elemento diferenciador, que lucha por desexualizarlo y que criminaliza su venta, su cosificación y su explotación. Aquí algunas de sus reflexiones más provocadoras:
1. “El feminismo se limita a despachar a la femme fatale diciendo que es un personaje de tebeo, una caricatura. De haber existido, sencillamente era una víctima de la sociedad que tenía que recurrir a unas destructivas artimañas mujeriles porque le estaba vedado acceder al poder político. Para el feminismo, la femme fatale era una mujer educada “fallida”, cuyas energías estaban neuróticamente desviadas hacia el boudoir (…) Pero la sexualidad es un lóbrego terreno de contradicciones y ambivalencias. La mistificación será siempre el desordenado compañero del amor y del arte. El erotismo es un misterio, es decir, es el aura de emoción e imaginación que envuelve al sexo; no se puede estipular mediante códigos de conveniencia social y moral, ya provengan de la izquierda o de la derecha política, pues el fascismo de la naturaleza es mayor que el de cualquier sociedad”.
2. “El mito de los indios norteamericanos de la vagina dentata es una transcripción espantosamente directa del poder femenino y el miedo masculino. Metafóricamente, todas las vaginas tienen unos dientes secretos, pues el macho sale con menos que cuando entró (…) El sexo es, por tanto, una especie de sangría de la energía macho por parte de la plenitud de la hembra. La castración física y espiritual es el peligro que corre el hombre en la relación sexual con las mujeres. El amor es el sortilegio mediante el cual adormece su temor al sexo. El vampirismo latente de la mujer no es una aberración social, sino el desarrollo de la función maternal, para la cual la naturaleza la ha equipado perfectamente”.
3. “En su empeño por separar el sexo de las relaciones de poder, el feminismo va en contra de la naturaleza. El sexo es poder. La identidad es poder. En la cultura occidental, no existen relaciones que no sean de explotación. Todos hemos matado a fin de sobrevivir. La ley universal de la naturaleza, según la cual para que algo se cree algo tiene que destruirse, opera tanto en el espíritu como en la materia. Como afirma Freud, heredero de Nietzsche, la identidad es conflicto. Cada generación ara los huesos de la anterior”.
4. “Hemos de preguntarnos si el equilibrio entre lo masculino y lo femenino que se establece en el simbolismo oriental fue tan eficaz culturalmente como la jerarquización del hombre por encima de la mujer lo fue en Occidente. ¿Qué sistema ha sido a fin de cuentas más beneficioso para la mujer? La ciencia y la industria occidentales han liberado a las mujeres de la esclavitud del hogar y eliminado muchos peligros. Las máquinas hacen el trabajo. La píldora neutraliza la fertilidad. Dar a luz ya no entraña un peligro mortal. Y la corriente apolínea de la racionalidad occidental ha producido a la agresiva mujer moderna que puede pensar como un hombre y escribir libros molestos”.
5. “Yo mantengo la teoría de que siempre que se persigue o se logra la libertad sexual, no anda lejos el sadomasoquismo. El romanticismo siempre termina convirtiéndose en decadencia. La naturaleza es una verdadera tirana. Es el martillo y el yunque entre los que queda aplastada nuestra individualidad. La libertad perfecta significaría morir víctima de los cuatro elementos”.
6. “La tragedia es el catalizador con el que se comprueba y se purifica en Occidente el deseo masculino. La dificultad de incluir mujeres protagonistas en la tragedia no se deriva de los prejuicios masculinos, sino de ciertas estrategias sexuales que son instintivas. La mujer introduce una crueldad pura en la tragedia porque ella es precisamente el problema al que este género intenta dar solución (…) Las mujeres trágicas son menos morales que los hombres”.
7. “La inhospitabilidad de la tragedia para las mujeres se deriva de la inhospitabilidad de la naturaleza para los hombres. La identificación de la mujer con la naturaleza era universal en la prehistoria. En las sociedades dependientes de la naturaleza, ya fueran cazadoras o agrícolas, la hembra era honrada como principio inmanente de fertilidad. Con el progreso de la cultura, la artesanía y el comercio proporcionaron una concentración de recursos que liberaron a los hombres de los caprichos de los elementos o los obstáculos geográficos. Al mantener a raya a la naturaleza, la hembra perdió importancia”.
8. “El libro del Génesis es una declaración masculina de independencia con respecto a los antiguos cultos matriarcales (…) Es inflexible e injusto, pero el daba al hombre esperanza como hombre. Reconstruía el mundo conforme a una dinastía masculina, suprimiendo el poder de las madres”.
9. “Las mujeres no tienen que solucionar ningún problema mediante el sexo. Tienen una serena autosuficiencia tanto física como psicológica. Si quieren, pueden escoger llegar a algo, pero no lo necesitan. No tienen unos cuerpos díscolos que las lancen más allá de sí mismas. Pero los hombres están desequilibrados. Tienen que perseguir, buscar, cortejar, tomar. Pichones en la hierba, ¡ay!: en esos rituales podemos saborear el cómico patetismo del sexo”.
10. “El que la naturaleza actúa de forma distinta en uno y otro sexo resulta demostrado si estudiamos el caso de la homosexualidad masculina y femenina hoy (…) El resultado, conforme a las estadísticas, es: el homosexual masculino tiende a tener un comportamiento sexual ‘de sátiro’, mientras que las mujeres tienden a ‘crear nido’. El hombre homosexual tiene relaciones sexuales con más frecuencia que el heterosexual; la mujer homosexual, con menos frecuencia que la heterosexual (…) La agresividad y la lascivia masculinas constituyen unos factores vigorizantes para la cultura”.
11. “Una erección es una idea; y el orgasmo, un acto de imaginación (…) El fracaso y la humillación planean constantemente sobre el varón. Ninguna mujer tiene que demostrar que es mujer de una forma tan inexorable como tiene que demostrar un hombre que es hombre. El hombre tiene que actuar, o de lo contrario, se acaba el espectáculo. La convención social es irrelevante. Un gatillazo es un gatillazo”.
12. “Lo femenino es lo evasivo, lo que se escapa siempre, un brillo plateado en el horizonte. Seguimos esa imagen con ojos anhelantes: quizá ésta, quizá esta vez (…) Lo femenino es lo-que-se-desea y se aleja de nuestro alcance”.
13. “La mujer embarazada es demónicamente completa. En cuanto que entidad ontológica, no necesita nada ni a nadie (…) La solidaridad masculina y el patriarcado fueron las medidas a las que tuvo recurrir el hombre para combatir la terrible sensación del dominio de la mujer, su impenetrabilidad (…) El cuerpo de la mujer es un laberinto en el que el hombre pierde”.
14. “Los delitos sexuales son siempre masculinos y nunca femeninos porque son atentados conceptualizadores contra la inalcanzable omnipotencia de la mujer y la naturaleza (…) Todo lo sagrado, todo lo inviolable provoca la profanación y la violación. Todo crimen que pueda cometerse, será cometido. La violación es un modo de agresión natural que sólo puede controlarse mediante el contrato social. La formulación más ingenua del feminismo moderno es la afirmación de que la violación no es un delito sexual, sino un delito de violencia, es decir, que es sencillamente el poder disfrazado de sexo. Pero el sexo es poder, y todo poder es inherentemente agresivo. La violación es el poder masculino batiéndose contra el poder femenino”.
15. “La sociedad es lo que protege a las mujeres de la violación y no, como mantienen absurdamente algunas feministas, su causa (…) Así pues, el violador es un hombre demasiado poco civilizado y no al contrario”.
16. “La prostitución no es simplemente una industria de servicios que se encarga de encauzar el desbordamiento de la demanda masculina, siempre superior a la oferta femenina. La prostitución demuestra la inmoral lucha por el poder del sexo, una lucha que la religión nunca ha sido capaz de detener”.
17. “El hombre, el conceptualizador y proyector sexual, ha gobernado el arte porque el arte es la respuesta apolínea que le permite alejarse de la mujer. Un objeto sexual es algo a lo que apuntar”.
18. "Uno de los reflejos feministas es el desdén por la 'sociedad patriarcal', a la que nada bueno puede atribuirse. Pero ha sido la sociedad patriarcal la que me ha liberado como mujer. Es el capitalismo el que me ha dado el tiempo para sentarme a esta mesa a escribir este libro. Dejemos de ser mezquinas con los hombres y reconozcamos abiertamente los tesoros que su tendencia obsesiva ha dado a nuestra cultura (...) Si la civilización hubiera quedado en manos de las mujeres, seguiríamos viviendo en chozas".