“Quiero mirarme al espejo y reconocerme en él, mirar mi cuerpo y no odiarlo. Es más, quiero amarlo lo suficiente como para dejarlo volar libre como las palomas. Porque mi casa es mi cuerpo, y si se cae a pedazos no lo abandono, todo lo contrario, refuerzo sus cimientos para que resista todos los temporales, para albergar todo lo que lo embellezca y así poder habitarlo, recibir a mis huéspedes y llenar cada estancia con mi voz, por fin mi propia voz. Porque si no lo hago seré ese fantasma habitando el cuerpo de un juguete roto, seré esa criatura extraña empujada a deshabitarse, y no quiero, y no debo”, escribe la dramaturga Carolina Román. Esta es la historia de Mario; pero también la de otras tantas personas transexuales que fueron perseguidas y apaleadas durante el tardofranquismo -donde se encuadra esta obra- y que aún hoy siguen sin ver reconocidos sus derechos. Altísimas tasas de paro y de suicidio. Terrorífica exclusión social.
“Esta función es muy curiosa porque es un flashback de la vida de Mario. El Mario adulto, a través de una llamada telefónica que recibe, va recordando su infancia en su pueblo, va adentrándose en sus juegos en soledad… porque cuando él se sentía verdaderamente libre era cuando jugaba a ser él mismo, a lo que él sentía ser: mujer”, explica a este periódico el actor Nacho Guerrero (célebre por sus papeles en Aquí no hay quien viva y La que se avecina; también autor del libro Yo también sufrí bullying), que interpreta al protagonista de Juguetes rotos. “Contamos la represión de su pueblo, de su familia, de cómo llega a Barcelona por medio de su amigo, interpretado por mi compañero Kike Guaza. Así descubre el mundo que él desea ver, pero, curiosamente, tiene tantas capas por encima que ni aún viviendo en libertad consigue ser libre del todo”.
La obra ha viajado ya por todas partes: lleva dos años triunfando, con consenso de taquilla y de crítica, con nominaciones a los MAX mediante, pero aún le quedan 19 ciudades por delante. Este fin de semana podrán volver a verla en el Corral de Comedias (Alcalá de Henares, Madrid). El 21 de enero y el 1 de febrero a las 20.30 h.
Basta de finales trágicos
Nacho Guerrero -y Carolina Román- eran conscientes de que en la ficción, este tipo de historias sobre conflictos LGTBIQ acaban en demasiadas ocasiones en tragedia, como si la literatura, el cine o el teatro estuviesen advirtiendo a los integrantes del colectivo que les va a ser difícil ser felices, que les será espinoso salir del embrollo y desarrollarse en libertad. Bien: eso se acabó. “Este final es esperanzador”, guiña Guerrero. “Carolina Román tenía muy claro que quería coronar la función con un final hacia arriba, esplendoroso, y es lo que ocurre. Todo el público, en todos los sitios donde hemos estado, ha salido con un chute de positivismo a pesar de la dureza y la crudeza de la función. Mario no existe, pero ha habido muchos Marios, en este país y en otros: perseguidos y asesinados por su condición sexual, que no es la habitual o, más bien, que la sociedad se ha encargado de que no sea la habitual”.
Esta historia se desarrolla, para más inri, en el tardofranquismo, allá en las décadas de los sesenta y setenta. “Para documentarnos para esta obra, hablamos con la asociación 26 de diciembre, de personas transexuales, pero igualmente nos resultó muy complicado encontrar personas que hubiesen vivido en aquella época, porque están muertas”, relata, con amargura. “Ya no están. Sabes que hay un índice de paro brutal entre el colectivo: a estas personas no se las contrata, no se las tiene en cuenta y normalmente están solas y, por culpa de la sociedad, ellas se aíslan más… caen en alcoholismos, en depresión, en drogas. Es terrible. Por eso es difícil encontrar testimonios de aquella época; ha sido más bien tirando de archivo y hablando con la asociación, que sí había vivido este momento. Nos hablaron mucho del aislamiento absoluto y de la persecución”.
Cuenta Nacho que las familias de estas personas “no se enteraban de nada” aunque fuese “difícil ignorar la evidencia”: “En muchos casos se les repudiaba, se les echaba de sus domicilios… en Barcelona había un lugar, el Music Hall, que a veces las acogía. Hay una película en Youtube, ahora no recuerdo el título, pero narra la historia de esas personas que entraban en el Music Hall Cabaret, porque no tenían otra; pero casi todas acababan dedicándose a la prostitución”.
Contra la caricatura
El actor asume que la ficción también ha parodiado mucho la transexualidad. “Se ha caricaturizado, es cierto. Pero hay una película muy buena del año 77, de Vicente Aranda, llamada Cambio de sexo, que yo creo que es muy ilustrativa para la época”, recuerda. “Sale Victoria Abril, que hace un personaje espectacular… ella es tan angelical. Aquí interpreta a un chico adolescente que quiere ser mujer todo el rato, y acaba siéndolo. Esta película me encantó; yo la pude ver en los ochenta, cuando era chaval, y luego la volví a ver cuando investigábamos para esta función. Fue muy valiente, en el contexto de la época, en plena Transición”.
Cree el protagonista que las cosas “avanzan”, porque cuando él era adolescente “nadie hablaba de estas cosas”, y las personas transexuales que aparecían en televisión, de nuevo, eran tratadas como juguetes rotos, como bichos raros, como seres excéntricos y parodiables: “Estaban sacadas de contexto, eran transformistas, que no es lo mismo que transexuales… pero poco a poco, gracias al Orgullo, muchos nos fuimos familiarizando con sus problemas y la visibilización creció bastante”.
El retroceso de Vox
Eso sí: ha habido polémicas respecto a cómo representar a las personas transexuales en la ficción. ¿Debe interpretarlas una persona que también sea transexual, o cualquier actor o actriz está legitimado para hacerlo? El argumentario de los ofendidos reza algo interesante: si justo estamos denunciando su exclusión, ¿por qué no se le da trabajo a una persona trans; que lo tiene mil veces más difícil que una persona cis para conseguir cualquier papel? En el otro lado del debate, los que creen que el arte es libre. Ahí los casos de Scarlett Johanson o Paco León: la primera se bajó de una película en la que iba a representar a una mujer transexual y el segundo lo hizo en La Casa de las Flores, pero no sin rapapolvo de por medio.
“Un transexual puede ser interpretado por quien sea, un hombre, una mujer… mira Carmen Maura, cómo hizo de transexual en la Ley del deseo. Estaba espectacular. O Glen Close. No estoy de acuerdo con quienes se ofenden; creo que el personaje es independiente de quién lo interprete. Paco estuvo muy bien. Para interpretar a un torero, no hace falta ser torero”, señala. ¿Cómo valora Nacho Guerrero la irrupción de Vox en el panorama y su discurso contrario al colectivo LGTBIQ? “Pues es un enorme problema. Yo tengo 49 años y veo cómo resucitan debates que pensé que estaban superados. Estamos obligados a respetar a todas las personas por igual. Debería estar prohibido lanzar mensajes de odio, como hace Vox. ¿Por qué nos consideramos más que el otro? No lo entiendo”, apunta.
“Hasta donde yo sé, la Constitución recoge que todas las personas somos iguales. Te diré que han venido personas de Vox a ver esta obra. Yo estuve hablando con una de ellas, que me confesó que era votante de Abascal… y me dijo que ¡empatizó! Que le había encantado el mensaje de la función. Con lo cual: oye, pues qué bien. Esto fue hace poco, en el Teatro Español de Madrid. Hay esperanza”, sonríe.