Almudena Grandes lleva treinta años con una historia en la cabeza: treinta años pensando en Aurora Rodríguez Carballeira, un personaje inquietante que se sentía llamado a mejorar la raza y a parir a la mujer perfecta, a la mujer moderna, a la hembra española liberada, culta y emancipada -por fin- tras siglos de opresión. Su pasión era eugenésica y no mintió: la canjeó de forma tan fiel que resultó terrorífica. Creó a Hildegart, niña prodigio concebida como experimento científico, como obra de arte; muchachita precoz -con dos años leía, con tres, escribía, y al poco se convirtió en la abogada más joven de España- que mutó a intelectual reputada internacionalmente, a referente feminista, a vanguardista de la educación sexual, a ente político temible y poderoso que militó en el PSOE y más tarde en el Partido Republicano Democrático Federal.
Pero cuando su espíritu crítico y su independencia empezaban a amenazar con contradecir a su madre, ésta la mató, alentada por su desazón y por el peso de su paranoia -diagnosticada después-. No podía soportar que la abandonase. No podía asumir que pensase por sí misma y que esquivase la vida que había preparado para ella. Corría 1933. "Cuando publiqué Las edades de Lulú, ese mismo año, salió un libro de Guillermo Rendueles, padre de César Rendueles, donde hablaba de la residencia-manicomio de mujeres de Ciempozuelos y analizaba la historia clínica de Aurora", relata Grandes a este periódico.
"Yo me compré el libro, me lo leí, y desde entonces me quedé enganchada a esa mujer tan rara, tan especial, tan interesante y tan odiosa. Fue capaz de cometer un crimen odioso, pero a la vez había una historia muy conmovedora ahí. Aurora era una mujer que lo tenía todo para convertirse en el paradigma de la nueva mujer española: era inteligentísima, súperdotada, culta, autodidacta, se había formado a sí misma, era rica, era autónoma y no tenía que depender de ningún hombre", describe.
"No rehuía la vida pública: escribía artículos, daba conferencias, estaba vinculada a los grandes movimientos de su época. Era un bagaje impresionante e improbable para una mujer de su edad y en sus tiempos. Pero se arruina por su enfermedad mental. Era paranoica y se convierte en una asesina. Era soberbia, poderosa... y toda su fuerza queda minimizada en el manicomio, donde, por cierto, sabía más que los médicos. Ella les hablaba de la vasectomía y ellos se reían: fíjate tú", sonríe. "Queda arrumbada en una habitación. Acaba siendo un número más".
A raíz de esta fascinación real, Almudena Grandes ha hilvanado un relato de ficción, La madre de Frankenstein (Tusquets), una obra donde viaja por los manicomios franquistas, por el descubrimiento de los neurolépticos en los cincuenta, por el deseo de Vallejo-Nájera de extirpar "el gen rojo", por el peso asfixiante de la Iglesia, por la genialidad, por la alienación, por la marginación de las disidentes, y también por la psiquiatría reformista alumbrando una España de tinieblas. Aquí la quinta entrega de sus Episodios de una guerra interminable.
En el imaginario popular ha quedado la idea de que Aurora mató a Hildegart, pero se conoce menos el drama de su enfermedad mental. ¿Crees que hemos sido injustos con ella, sin perder de vista nunca que fue una asesina?
En el sentido en el que lo dices sí teniendo en cuenta el concepto que tenemos ahora mismo de la enfermedad mental. No era del todo responsable. Cuando mató a su hija, se entregó alegremente diciendo que, bueno, que ella era como un escultor, que la niña era su boceto, que le había salido mal y que lo había destruido para empezar otra vez… es un crimen odioso que la convierte en una mujer odiosa, pero es eso: hay que recordar que era una paranoica. Es una enfermedad muy singular: los paranoicos no pierden sus facultades mentales. La enfermedad afecta a su relación con los otros, con la realidad, pero no a su capacidad intelectual. Aurora siguió siendo una intelectual dentro del manicomio, una mujer que sabía de muchas cosas más que los propios médicos, que tocaba el piano, que siguió leyendo… estaba emperrada en su delirio, en su papel de reformadora social. Estaba convencida de que había venido al mundo a redimir a la humanidad y cuando entendió que ya no podría tener más hijos y que la suya la había decepcionado, en el manicomio se dedicó a hacer muñecos de trapo. Muñecos enormes. Se tiraba horas enteras transmitiéndoles su pensamiento, animándolos… eran sus Frankensteins sin laboratorios. Es un personaje total.
¿Cómo podía conseguir esa mujer ‘crear’ tantos niños prodigio? Ya lo hizo con Pepito Arriola, su sobrino, y después con su propia hija… ¿el talento nace o se educa?
Yo saber, no sé nada… tengo la impresión, sin saber nada, de que en esa familia debía haber un gen. Ellos genéticamente debían ser superdotados. Tres superdotados en dos generaciones. Aurora no fue al colegio a aprender a leer y a escribir, fue autodidacta, leía psiquiatría, sociología, filosofía, y lo aprovechaba todo. No estudió apenas, no fue a la universidad. Pepito Arriola también era un superdotado, y Hildegart sin duda, lo era. Me imagino que Aurora sería una pedagoga extraordinaria con mucha capacidad. Ha sido un personaje muy recreado en cómics, por ejemplo, y siempre aparece retratada como una torturadora de su hija. Cuentan que la hizo genial a base de pegarle, de castigarla… con Pepito Arriola no hay ningún indicio de que Aurora hiciese nada así. Pepe Arriola daba conciertos con cuatro años. Era un genio. Pero ella tuvo también talento para unir o despertar el talento de esos niños.
Hildegart era una experta en educación sexual, una auténtica pionera. ¿Qué conquistas sexuales nos quedan pendientes a las mujeres?
A las mujeres nos hace falta eliminar la brecha salarial: eso lo primero. Cuando acabemos con la brecha salarial, vamos a por lo demás. En ámbito de la sexualidad las mujeres hemos progresado mucho. Aurora decía, ya en los años cuarenta, que las mujeres se pierden por el sexo, porque tienen la sexualidad más irresistible, más potente que los hombres. Mira, a sus muñecos de trapo les ponía pene, un pene enorme porque no se fiaba de las mujeres. Creía que su error había sido tener una hija. Prefería que los muñecos a los que pretendía animar fueran varones porque consideraba que los hombres tienen una sexualidad más pálida, menos absorbente. Y los médicos se partían de risa cuando escuchaban eso en los años cuarenta, pero ahora ya nadie se ríe tanto. En materia sexual hemos avanzado mucho, sin duda, pero lo más importante es nuestro avance laboral.
¿Crees que Aurora quería a Hildegart, a pesar de que la matase de cuatro tiros?
Ella quería a Hildegart, pero no tenían una relación normal de madre-hija. Una mujer normal, una mujer sana, cuando tiene un hijo, asume que ese hijo no le pertenece. Tu hijo es una persona más allá de ti, y tiene derecho a formarse por sí mismo e incluso a rechazarte en un momento dado. Una persona normal asume que cuando los hijos crecen, se emancipan y se van; y no considera que sean suyos. El problema de Aurora es que sentía a Hildegart como suya, y esa idea, vinculada a su enfermedad mental, fue el detonante del crimen. Todo sucedió cuando vio que Hildegart iba a abandonarla. La joven le dice que la han invitado a dar conferencias en Reino Unido y que se va sola, y, además, que está tonteando con un chico, un diputado del partido Federal, y eso dispara los delirios de su madre… piensa que las potencias internacionales están conspirando para arrebatarle a su hija, que la van a prostituir y que no le queda más remedio que matarla. No la quería como una persona sana quiere a sus hijos, sino como una proyección de sí misma.
Eso que dices me hace pensar en el debate del pin parental. Parece que sí que hay padres que toman a sus hijos como su obra, como su propiedad.
Sin duda, y es poco sano, es un delirio. Es evidente que los hijos son seres con derechos igual que los padres, pero los derechos de los padres no pueden invadir los derechos de los hijos. Escribí una columna hace poco diciendo que en un país como éste, donde el dinero público sostiene a la escuela concertada; el problema va a seguir siendo que no sostenga sólo a la escuela pública.
¿Cómo se trataba la enfermedad mental durante el franquismo? Parece ser que los psiquiátricos se cebaban con las mujeres: las disidentes eran apartadas, las que sacaban los pies del tiesto eran quitadas de enmedio…
A los hombres también los metían en psiquiátricos, pero tenían más prestigio, eran como más importantes, tanto en el franquismo como fuera del franquismo. Hasta que en los años cincuenta aparecen los neurolépticos, los fármacos capaces de suprimir síntomas de la enfermedad mental… la forma de tratar la enfermedad mental era bastante rudimentaria y negativa en todo el mundo. Es verdad que en España había una tradición, sobre todo con las mujeres, ya desde antes de la guerra y se prolongó durante la dictadura: consistía en quitarte a tu mujer de encima metiéndola en un psiquiátrico. No había divorcio, pero había manicomio. Si te molestaba mucho, la inhabilitaban y la encerraban. Fue lo que pasó con la madre de Gustavo Durán y es una realidad que se repitió bastante en este país.
Has dicho que has escrito este libro en memoria de todas las mujeres que no se pudieron atrever a tomar sus decisiones sin que las llamaran “putas”. ¿Qué nos están diciendo cuando nos llaman “putas”?
Bueno, ahora mismo no nos lo dicen tanto como en los cincuenta. En los cincuenta, que te llamaran “puta” era muy fácil, había que hacer muy poco. Enseñar brazo, piernas, reírte en voz alta, ir a pasártelo bien a una verbena con un desconocido. Eso ya valía. Eso te etiquetaba. ¿Qué nos dicen cuando nos llaman putas? “Puta” es un insulto en el que hay que desligar el campo semántico de la intención. Cuando llaman “puta” a alguien, no sugieren que se prostituya, pero es una palabra cargada de desprecio y es un término supremacista, para entendernos, un término despectivo que no tiene nada que ver con tu actitud sexual ni con el trabajo al que te dediques. Sí que tiene que ver con una fantasía… que es que todas las mujeres somos putas. Es un axioma de España, algo que se mantiene en este país desde hace muchos años: cuando te llaman puta, parece que te están llamando por tu nombre.
Sabes que ahora hay mujeres en el trap que se llaman “puta” a sí mismas y dicen que eso subvierte el término. ¿Crees que se puede conseguir con “puta” el mismo efecto que con “maricón”, un concepto que también ha hecho suyo, de alguna manera, el colectivo LGTBIQ?
Miguel de Molina decía “me gusta que me llamen maricón, suena a bóveda” (ríe). Hizo una reivindicación del término “maricón”. Es antiguo. En cuanto a lo de “puta”, bueno, ya en los ochenta esa fórmula funcionaba con “zorra”…
Pero no es lo mismo que Las Vulpes, con su estética y su mensaje, dijeran “me gusta ser una zorra”, que cómo lo dice ahora La Zowi, por ejemplo, que sí se hipersexualiza físicamente.
Eso es cierto. Entiendo que depende de la forma. Pero no pasa nada, el lenguaje se hace todos los días, es propiedad de la gente que habla y si en algún momento hay una generación de mujeres que se identifica con esa palabra, la palabra triunfará, y si no, no, dirán “qué horrible, qué horrible”, y seguirá siendo una palabra maldita dentro de veinte años.
En el libro cuentas cómo la Iglesia se mostraba contraria a la psiquiatría porque sentía, que de alguna manera, “estropeaba el plan divino”. ¿Qué influencia tenemos aún de la Iglesia en España?
El libro sucede en el apogeo del nacionalcatolicismo, una especie de pseudoideología que viene de la íntima unión de la Iglesia Católica con el Estado franquista. La Iglesia estaba en todo, la Iglesia consiguió una identificación tal con el Estado que realmente estableció que todos los pecados eran delitos. Y eran más graves por ser pecados que por ser delito. Los pecados te llevaban a la cárcel, no solamente al infierno. La Iglesia en España, ahora mismo, tiene mucha menos influencia real de lo que la tradición le asigna. Me asombra la tendencia de los medios de comunicación a compartirlas declaraciones de los obispos… lo que dicen no le importa a nadie, excepto a los medios. España ahora mismo, ya lo dice el Papa Francisco, es un país “muy descreído”. La Iglesia tiene poca influencia real sobre la vida de los españoles.
Vallejo-Nájera decía que existía un “gen rojo” y que el marxismo era una enfermedad asociada a la imbecilidad, una inferioridad intelectual. Pero, ¿cuál es el verdadero ‘gen rojo? Con esto quiero decir: ¿de dónde vienen nuestros valores?
Sí, la teoría de Vallejo-Nájera era que el marxismo estaba asociado a la inferioridad intelectual, vamos, que todos los marxistas eran imbéciles y débiles mentales; por tanto, había que extirparles de la sociedad para asegurar el porvenir de la raza. Eran una carga, una carga negativa para el Estado. Había que suprimirlos y había que quitarles a sus hijos y dárselos a familias que pudieran educarlos de forma educada. Era un gen negativo. Pero los valores no son un gen: de dónde vienen nuestros valores… eso tiene que ver con la experiencia y con la cultura de cada persona. Yo creo que cada uno los escoge. Cada uno escoge una tradición en lo moral, unos valores que le representan, y eso determina con qué ideología te identificas. Forma parte de la experiencia personal y del camino vital.
Igual aquí tampoco la influencia de los padres no llega muy lejos. Muchos hijos salen ideológicamente contrarios a sus padres, como por reacción.
Bueno, con el paso de los años sí notamos que cada vez nos vamos pareciendo más a nuestros padres… pero es casi un axioma que los hijos se alejen de loa padres. Se dice que los hijos matan al madre para parecerse más a sus abuelos que a sus padres.
¿Qué es la “raza española” hoy?
Sobre todo, es una mentira. No es una raza. Tenemos la sangre más sucia de Europa. Somos un país de gente que proviene de la mezcla de sangre más radical… un país donde convivieron tres culturas, donde los árabes estuvieron ocho siglos… y todos tenemos rastros de todo. No creo que exista un español puro. La raza, en general, es una superchería, pero la raza española me parece una superchería específica.
Por cierto: siempre se baraja tu nombre como ministra de Cultura. Ha vuelto a pasar en la formación de este gobierno. ¿Podría ser en alguna ocasión; aceptarías?
Eso es una debilidad mental de este país. Yo soy una mujer muy ambiciosa, esto hay que decirlo siempre, porque luego nos acusan de que no somos ambiciosas… pero mi ambición es estrictamente literaria. La misión que tengo en esta vida, aparte de que mis hijos sean felices, es escribir libros memorables. No tengo más vocación. No me seduce ni la gestión ni la política ni ser ministra de nada. Tengo que aguantar con resignación que sigan diciendo eso, pero es mentira, ¡se acabó!
¿Qué tipo de esperanza tienes en este gobierno de izquierdas?
No lo sé, creo que este gobierno, que nació como un experimento… no había pasado lo de una coalición así, de este estilo, postelectoral, en la democracia española. Es verdad que eso puede implicar fragilidad, pero yo tengo la impresión de que la oposición va a ser tan feroz, tan incondicional y va a dar tan poca tregua, que es probable que, más que fragmentar el gobierno, lo una más. Nada une más que un enemigo común.
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