“Aquella desnudez indiferente transmitía la plenitud de una diosa madre cuyo monte de Venus hubiera encajado anoche la embestida de un guerrero lanzado al galope”. Suena a descripción lúbrica de Anaïs Nin, o a correspondencia calenturienta de Henry Miller, pero en realidad es un extracto de Ellas (Espasa), la primera novela del europarlamentario Esteban González Pons. El político se ha lanzado con los brazos abiertos a la piscina de las historias de amor, en concreto, con un relato con el que se sentirán identificados los adolescentes de la Transición, es decir, quienes nacieron en la España de los sesenta y setenta.
Un cuento sobre las segundas oportunidades que orbita sobre la vida de Jaime Monzón, un tipo valenciano que no soporta su propia existencia monótona y decide suicidarse, haciendo, además, partícipe de su suicidio a Eme, aquella niña lejana de la que se enamoró un verano del siglo pasado. Cuenta Jaime que toda su lucidez, su inteligencia y su sensibilidad las aprendió de “ellas”, de las mujeres de su vida: Marina, Pelarañas, Manoli… un rosario de mujeres que le conformaron y que le hicieron feliz y desgraciado, todo a la vez.
Recuerdos de una vida sustentada en tres ejes, “el mítico verano de 1973, el fastuoso 2006, y el triste 2016, cuando los personajes de González Pons, contra todo pronóstico, resucitan”, reza la sinopsis. Hasta aquí, todo normal. Una novela nostálgica y cálida que se presentó el jueves en Madrid en un evento al que asistió gran parte de la cúpula del PP presente y del PP pasado: de Rajoy a Pablo Casado pasando por compañeros del Europarlamento como Elena Valenciano, José Blanco o Maite Pagaza.
González Pons y Paglia
Pero, sin duda, lo más celebrado y reseñable de este trabajo literario son sus extractos de corte sexual, sencillamente barrocos y sorprendentes, apasionados y feministas. Para muestra, un botón: “Reposaba tan complacida como una mantis religiosa sexual, agotada después de que hubiese tragado a su amante por la vulva, haberlo digerido en el útero y finalmente haberlo vuelto a expulsar, haberlo vuelto a parir, haberlo vuelto a renacer”, escribe González Pons. Y vuelve a insistir en esa idea de la mujer como ente poderoso y sensual con la siguiente frase: “Descansaba con la conciencia tranquila de quién posee la fuerza de la resurrección en el centro mismo de su coño”.
Es exactamente la misma tesis que desarrolla la intelectual Camille Paglia en Sexual Personae (Deusto), donde trae a colación el mito de los indios norteamericanos sobre la “vagina dentata” y subraya que es una “transcripción espantosamente directa del poder femenino y el miedo masculino”: “Metafóricamente, todas las vaginas tienen unos dientes secretos, pues el macho sale con menos que cuando entró (…) El sexo es, por tanto, una especie de sangría de la energía macho por parte de la plenitud de la hembra. La castración física y espiritual es el peligro que corre el hombre en la relación sexual con las mujeres. El amor es el sortilegio mediante el cual adormece su temor al sexo”, escribe.
Tanto González Pons como Paglia parten de la misma idea: la exaltación del poder sexual femenino, su utilidad como elemento doblegador y vampirizador del hombre. La mujer no es el sujeto pasivo ni el objeto, sino una auténtica diosa con cientos de tentáculos para absorber al pobre macho, que nunca volverá a ser el mismo después del coito. En cualquier caso habrá quedado erosionado por esa vagina similar a una flor carnívora.
Un paisaje de pechos
Hay más pasajes sensuales del escritor y político. Sigue describiendo un cuerpo femenino desnudo: “Del desfiladero vertiginoso que separa sus pechos, desde semejante valle húmedo, blanco y angosto, emanaba un perfume parecido al de la leche hervida en cualquier recuerdo remoto de una muy fría y entrañable Navidad, complaciente, sensual, femenino, que transformaba la atmósfera de aquel dormitorio en una apasionada prisión, en un harén de una sola esposa, en un laberinto del que está prohibido querer escapar. En un "me sobra el camisón". En un hogar”.
La descripción física al detalle, la observación como síntoma de amor: ahí trabaja González Pons. “Costaba respirar sin embriagarse. El aire del dormitorio se percibía sólidamente cargado de un cálido de olor a piel de Ella. Además, uno de sus pies, que se asomaba por debajo de la sábana arrugada, dejando a la vista una pulsera de cuero, el pequeñísimo tatuaje de una mariposa en el tobillo y las uñas pintadas de granate, ayudaba a confirmar esa idea de que quien tan plácidamente dormía ahí era una mujer amada con locura por un hombre de su propiedad”, clausura.