Cuenta Marina, la hija de Antonio Saura, que su padre pintaba contra Franco clandestinamente y “desde la rabia”. Con su trazo grueso y nocturno, surrealista y disidente, retrató las cruces y la muerte del sexo, la Legión, los blancos muros, los campos de soledad, las familias de los nietos de la “Patria”, los sueños fascistas de las supremas corridas. Aunque debido a su carácter silencioso esos dibujos satíricos no sirviesen nunca como bofetón político, al menos dejarían testimonio algún día de que él siempre se opuso moral y filosóficamente al régimen del dictador, al que representa como al Señor de las Moscas, como al mismísimo Belcebú, podrido por dentro y por fuera, culmen de la maldad humana.
El Círculo de Bellas Artes acoge, desde hoy al 17 de mayo, la exposición Antonio Saura: Mentira y sueño de Franco, una parábola moderna, una galería de 41 dibujos realizados por el pintor desde 1958 a 1962, “permaneciendo durante muchos años ocultos por motivos obvios”, decía él mismo. “Solamente algunos de mis amigos los conocieron en su momento, habiendo sido expuestos de forma fragmentaria en el extranjero”. Quiso aclarar, además, que frente a su trabajo y frente al arte español de la posguerra, en general, existe un “penoso malentendido”: “Muchos piensan que el final de la dictadura franquista supuso para algunos artistas la pérdida de la motivación, y, por lo tanto, un debilitamiento de la fuerza energética”.
Y se defiende: “Como si una época gris y penosa hubiera bastado, en sí misma, para provocar, reactivamente, la eclosión creativa, sin imaginar que, al menos en mi caso, esta fuente radica en un ámbito subjetivo en donde lo biológico y temperamental, la introversión provocada por la enfermedad y el ansia de conocimiento, junto a la apertura provocada por el voluntario exilio, cuentan tanto o más que el peso de la historia o la presión del vivido presente”.
El arte que no pelea políticamente
En cualquier caso, ya lo reconoce él mismo, en estos dibujos adopta una posición de “arte contra”, no “arte pro”: aquí sí es circunstancial, aquí sí es específicamente crítico, aquí no se nutre -sólo- de sus fuegos y sus fuentes internas para lanzarse al lienzo. “El franquismo fue ciertamente un fenómeno monstruoso que era preciso combatir (yo lo hice en la medida de mis posibilidades, casi siempre al margen de mi pintura), mientras que el arte, al menos para mí, consiste precisamente en la plasmación de lo fenomenológico-intemporal mediante una técnica subjetiva que atañe por igual plasticidad y fantasma, es decir, en la aparición de una belleza monstruosa y fatal bien alejada de todo condicionamiento circunstancial”, desmenuza.
Es decir: que se contradice. Pero bueno: es artista. También en estos dibujos volcó su alma, su yo más etéreo, los espíritus y las imágenes poéticas que le rondaban en los años de Francisco Franco, con todos sus dolores. En ningún caso son un rosario de fotografías; esto es un testimonio íntimo y abstracto del terror. Quizá es que aquí hay algo de pudor, por parte del artista, porque su arte no sirviese para nada (¿pero es que tiene que servir el arte para algo; servir en su sentido más utilitario?): “Estos dibujos no hubieran podido surgir en otro momento y probablemente tampoco en otro lugar, pero también es cierto que lo restringido de su difusión los hizo inoperantes”, escribe.
“Un consuelo: ni los Desastres de la guerra de Goya ni el Sueño y mentira de Franco de Picasso ayudaron efectivamente a la caída del despotismo. No me enorgullezco, pues, de su destino y menos aún de su origen, quedando al menos, frente a su presencia, la certeza de que todo aquello que no se hace en el momento preciso nunca más se hará”. En la presentación de la muestra, su hija cuenta que estas obras tienen mucho de “desahogo”: “El desahogo aquí es importante porque cualquier artista que sufre una situación de represión y de censura necesita romper el cerco del silencio. Es como un diario, como el garabato del niño en el margen del cuaderno del colegio donde le pinta cuernos al profesor”, revela.
Y continúa: “Pero lo que estos dibujos tienen de superior a la rabia infantil es que no se deja llevar por lo fácil. Es iconoclasta, pero a la vez es riguroso con su estilo, con sus géneros… era un hombre muy riguroso, Saura”. Y recuerda cómo su padre no dejaba salir del estudio nada “que no pudiese defender”. Cómo destruía la mayor parte de su propia obra. “Quemaba muchísimo, rompía con el cúter. Nos enseñó a sus hijas a destruir lienzos a mano. Era un obseso de lo que iba a quedar después. Un narcisismo bien colocado. No soportaba que hubiera obra mediocre por ahí danzando. Era coherente con su lenguaje, pero el motivo contra Franco fue la rabia y la frustración”.
Retratos de Franco y Millán-Astray
Es cierto que las piezas son subjetivas, enigmáticas e interpretables, así que nos será de utilidad la mirada de un historiador sobre ellas. Aquí el experto Bartolomé Bennassar, que en el libro que se titula como la exposición (con genial portada de Eduardo Arroyo), arroja algo de luz: los primeros dibujos de la serie corresponden a la Guerra Civil, y muestran a Franco en la torreta de un carro de combate, denotan cómo Saura retoma la famosa fotografía de Capa (Muerte de un soldado republicano) o caricaturiza a Millán-Astray con sus medallas, sus galones y su ojo tuerto.
Cuenta Bennassar que Saura echa mano de la irrisión, una de sus armas favoritas: “Así, para significar el estallido de la guerra a raíz del golpe de Franco, utiliza un verso del himno falangista Cara al sol, compuesto en 1935 por Juan Tellería. Y titula otro dibujo ‘Volverá a reír la primavera’, completándolo inmediatamente con ‘manchado deseo de verano’ en clara referencia a la sublevación del 18 de julio”. Retoma más adelante, en otra pieza, el verso, ahora ‘manchado deseo de otoño’, pudiendo referirse a los ataques frontales contra Madrid y quizás al bombardeo de la capital por la aviación alemana el 19 de noviembre de 1936.
El pene flácido del dictador
Otra obra reúne tres de los mitos más celebrados por el Régimen: en primer lugar, la “democracia orgánica”, que según el franquismo definía a España por oposición a las democracias “burguesas y decadentes” de la Europa occidental, “significando con ello que la democracia debía emanar de las ‘fuerzas vivas’ de la nación: familias, municipios, corporaciones profesionales y demás, y por lo tanto nada tenía que ver con partidos políticos ni elecciones libres”, explica el historiador.
Otros son más sutiles, como el llamado La pequeña sensación o el mal augurio: un estrecho paso. En otros, el título es más satírico incluso que el lienzo: “Bodas místicas, o el azar objetivo de la pureza”, “Estos son mis poderes”, “Bésame mucho”, “¡A ti la Legión!” o “¡Viva la muerte!”. Especial atención, por último, a la pieza llamada Energía vital, 1953, primer Consejo Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Así lo interpreta el historiador: “De nuevo la irrisión, pues el pene de Franco que pende lamentablemente no evoca precisamente la energía vital. El Caudillo está rodeado por una monja diminuta y un cura alto que, sin duda, evocan la tradición”.