El 20 de diciembre de 1973, Enrique Morente arrancó su recital en Madrid con un fandango de José Cepero: “Pa’ ese coche funeral / yo no me quiero quitar el sombrero. / Pa’ ese coche funeral / que la persona que va dentro / me ha hecho a mí de pasar / los más terribles tormentos”. Ese día, el almirante franquista Carrero Blanco había sido asesinado por ETA. Aquel guiño le costó a Morente la suspensión del concierto, una multa de 100.000 pesetas y una noche en el talego. Hoy, a su hija Estrella -cantaora prodigio, chica Almodóvar, musa de Trueba, colaboradora de Omega, rescatadora recurrente de nuestros poetas muertos; artista poco o nada sospechosa de ser reaccionaria, sólo folclórica- la llaman en esa pocilga que son las redes “facha”, “cerda” y “rancia” por homenajear su estirpe, su estilo y su imaginario flamenco, inevitablemente ligado a la tauromaquia.
Lo ha hecho en prime time, en el escenario de Operación Triunfo, incrustando unos versos sorpresa a la canción Volver, que interpretaba con Nia, y se ha armado el zafarrancho. “Ni el torero mata al toro, ni el toro mata al torero, los dos se juegan su vida a un mismo azaroso juego. No trafiques con su alma, no trafiques con su alma, no le perdonéis la vida al toro bravo en la plaza, que es un 'mata cobardía'. Robadle al toro su muerte, a solas y en su agonía. Yo adivino al parpadeo...”, ha lanzado la Morente, dejando con las patitas colgando al público, a la Academia y a los biempensantes de aquí y de allá.
Esa estrofa ha sido interpretada como un ataque a las palabras de la concursante Maialen, que durante una conversación con sus compañeros había sostenido que los taurinos le parecían unos “nazis” y unos “psicópatas”. Hay quien critica que lo haya hecho en un programa de la televisión pública y no en su propio show -yo soy de las que piensan que, puestos a reventar Troya, se hace en caballo y desde dentro-. Otros tantos no han soportado el giro de guion: “No había avisado, no lo había cantado en los ensayos”, han lloriqueado los haters, como si las artistas de raza como Morente se hubieran regido alguna vez por una escaleta, como si su talento purísimo no se regenerase a cada rato, como si su expresión natural no fuese visceral, insólita, rupturista.
Morente es el antónimo de OT
Es normal que a los modernitos pusilánimes les haga delirar una performance como la de Morente, justo ahora, en la era de la susceptibilidad y el bienquedismo, justo en estos tiempos donde los músicos son productos de usar y tirar y, además, se comportan como tal: descafeínan sus discursos para llegar a todos los públicos, no se mojan en cuestiones políticas, siempre los pillas con “mucha ilusión” -tienen la gama de emociones de una cucharilla de té- y cada tres años publican su disco “más personal”. Son marca blanca, tedio y cobardía creciendo en el huerto de Instagram. Son infantiles, vulgares, intercambiables. Morente chirría porque tiene mucho más que ver con un carácter antiguo que no se amilana y al que no le importa sacar los pies del tiesto -con razón o no- que con este escaparate naif y mojigato de sonrisas flúor e influencers de mierda.
Cuando la flamenca era un bebé, lloraba por las noches y no había quien la callara: venga quejío, venga quejío. Su madre, Aurora, le decía a su padre, preocupá: “Ay, pobrecilla, yo creo que son los intestinos”. Y el maestro Enrique Morente le contestaba: “¡Qué va a ser! ¡Lo que le duelen a esta niña son los instintos!”. Qué sabe nadie hoy de esa garra. Cómo va a recordar nadie hoy, cuando Estrella se ha convertido en nuestra villana favorita, que siempre ha dicho que “sólo votaría a García Lorca”, que su música no tiene patria, que sus canciones sólo quieren contar los padeceres de la gente de a pie: “Estaré siempre de parte del pueblo obrero, ya sea independiente o unido”, dijo hace poco, preguntada por el independentismo.
Lo suyo va de eso: del canto arrabalero, de los himnos de los desgraciados, de los desposeídos, de los amores apretaos, de las historias prohibidas, de los dolores de pecho de la gente humilde. Lo suyo va de Quintero, León y Quiroga, de resucitar a Lola Flores, a Juanita Reina, a Imperio Argentina, a Concha Piquer. De la tarde cayendo en el Albaicín. Ella te cuenta un dramón en tres minutos en forma de copla y te deja tiritando en el siglo del autotune. Explícale tú eso a los de OT.
Versos de Bergamín, poeta comunista
Estrella Morente es, ni más ni menos, el antónimo de Operación Triunfo, el programa más cursi que se recuerda, una fábrica de niños dóciles y de eslóganes núbiles, un páramo donde jamás crecerá un Jorge Ilegal, una Rocío Jurado, un Javier Krahe o una María Jiménez, ni por miles de años que pasaran. Cartón piedra, laca y purpurina: ahí no cabe la autenticidad ni la disidencia. Estamos hablando de un garito en el que se monta un pollo por cantar Quédate en Madrid -una canción de amor de 1988 donde se dice “mariconez”- y se censura a Becky G. cuando entona “a mí me gustan más grandes, que no me quepa en la boca”. Libertad de expresión… sí, pero a ratitos, que empacha.
Un producto televisivo donde no toleran unos versos taurinos pero se le ríen las gracias a un tipejo llamado Bruno cuando lanza comentarios tránsfobos. Esto último es un clásico de la izquierda más ridícula: poner más el foco en los animales que en los seres humanos. De coña. Por otra parte, es fundamental recordar que la estrofa rescatada por Estrella Morente es de José Bergamín, escritor comunista que presidió la Alianza de Intelectuales Antifascistas durante la Guerra Civil y que acabó exiliándose con un ejemplar de Poeta en Nueva York bajo el brazo: vaya, un señoro a ojos de las niñas de OT.
Un troleo elegante
Es curioso: Rosalía, en su videoclip de Malamente, puede secar el sudor del costado de un torero y usar la imagen de la cabeza de un miura muerto en la pared, y entonces resulta cool: es el paisaje pseudoflamencólogo desnaturalizado, descontextualizado, blanqueado. Como exotismo cañí. El que sí admiten las redes sociales. Sin embargo, parece criminal que Morente -también esposa de Javier Conde- defienda con un dardo artístico una práctica aún legal en España -nos guste o no- sin atacar a nadie, sencillamente contestando con un poema durante su actuación.
A mí, sin entrar en la polémica de “tauromaquia sí-no”, me parece una genialidad táctica. Un troleo hermoso y elegante. Me parece que es exactamente a lo que debe aspirar el arte: a no avisar, a ejecutar, a noquear, a revolucionar, a crear debate, a pisar callos. A continuar un diálogo cultural. Ha sido agudo y, por qué no, divertido: vamos a quitarle ya un poco de hierro a estas expresiones. La Morente no ha matado a ningún toro en directo, sensiblones; ha jugado a dar una bofetada sin mano. Me fascinan los chavales airados de Twitter: cómo pueden ser tan jóvenes y estar tan amargados. Cómo pueden creerse punkis siendo tan aburridos. Vamos a fustigar ahora también el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías o a Chaves Nogales por haber escrito aquella maravilla de biografía de Belmonte.
Alguno, además, que va sobrado, dice que Estrella tenía que haber “aprovechado la oportunidad” que le ha “brindado” el programa. Me parto. En realidad, en una noche en la que actuaron en ese mismo escenario la ex concursante Miriam Rodríguez y un grupo infecto llamado Sinsinati, Noemí Galera y su trupe deberían agradecerle a la cantaora haber subido el nivel de sus invitados y de su programa con un poco de arte puro y sin cortar, con accidente incluido. Por fin pasa algo verdadero aquí. Estaba quedándome dormida. Qué buen capotazo.