En El género y nuestros cerebros (Galaxia Gutenberg), la neurocientífica Gina Rippon trata de desmontar la idea binaria de nuestros cerebros: no existe uno masculino y uno femenino, por tanto, es falaz que las mujeres tengan biológicamente más habilidades verbales-emocionales y los hombres más destrezas espaciales y matemáticas. La catedrática de Neuroimagen Cognitiva acusa a la ciencia de haber trabajado bajo sesgos sexistas, sólo con la intención de confirmar sus prejuicios y clichés misóginos; porque, según expresa, no existe ninguna diferencia estructural entre el cerebro del hombre y de la mujer -sólo el tamaño, pero indica que es proporcional al cuerpo-, y, en consecuencia, las hembras no están menos capacitadas en ningún ámbito.
Nuestros cerebros, subraya la experta, son órganos complejos, individualizados, profundamente adaptables y de potencial ilimitado. Adiós a los tiempos en los que se bromeaba -perversamente- con que los hombres no pueden hacer dos cosas a la vez o con que las mujeres no entienden los mapas. Con este trabajo, Rippon desentraña los estereotipos que nos bombardean desde nuestros primeros días de vida y demuestra cómo esos mensajes moldean la idea que tenemos de nosotros mismos.
En The Guardian, han dicho de este ensayo que "debería ser de lectura obligatoria para cualquiera que desee ser profesor, o comprar un regalo a un niño, o comentar cualquier cosa en Twitter"; y, en The Observer, que este libro es tan comprensible e importante que "tiene el poder de hacer por la igualdad de género mucho más que cualquier manifiesto feminista". Casi nada. Charlamos con Gina Rippon, de visita en España, sobre todas estas cuestiones.
¿Por qué ha existido tradicionalmente la idea de que el cerebro tiene sexo; es decir, masculino o femenino?
A finales del siglo XVIII y a principios del XIX, la idea era que teníamos que centrarnos en el estudio del cerebro para entender el comportamiento humano. Los científicos de aquella época eran básicamente hombres, siempre sobre la base del statu quo, y, teniendo en cuenta cómo eran las cosas en la sociedad del momento, daban por sentado que las mujeres eran inferiores. Eso es lo que pensaban. Su idea fue: “Bueno, vayamos hacia atrás y examinemos el cerebro de los hombres y de las mujeres para confirmar esa tendencia”. Su búsqueda era la búsqueda de la confirmación de un cliché.
El cerebro femenino, según he leído, es más pequeño, pero el masculino tiene más espacios vacíos.
Sí. Esta es la cuestión de si el tamaño importa (ríe). Es cierto que los cerebros masculinos son de media un 10% más grandes que los femeninos, pero eso es porque los hombres, de media, son un 10% más grandes físicamente que las mujeres. También tienen hígados y corazones y riñones más grandes. Por supuesto, también hay mujeres que tienen el cerebro más grande que algunos hombres más pequeños que la media.
No cree usted que haya entonces ninguna diferencia en lo proporcional entre el cerebro del hombre y de la mujer.
Esa es la cuestión del millón. Lo cierto es que en este momento no tenemos ninguna serie de estructuras ni de rutas fiables que nos permitan distinguir claramente entre el cerebro masculino y el femenino. En otras palabras, si te dan un cerebro sin decirte si es masculino o femenino, no puedes determinar si es de un hombre o de una mujer, ni siquiera metiéndolo en un escáner. Durante décadas ha existido una ferviente búsqueda de las supuestas diferencias entre esos cerebros, pero no sabemos, aún en el caso de que existieran, qué consecuencias podrían tener en el mundo real. No sabemos explicar el por qué una supuesta diferencia puede llevar a un supuesto resultado. En definitiva, quizá la ciencia haya estado enfocando las cosas mal: en lugar de estar buscando las diferencias en la estructura del cerebro como las hemos buscado, lo que debería hacer es estudiar cómo se manifiestan cada uno de los cerebros a lo largo de la vida.
¿Entiendo, entonces, que usted cree que las tendencias que se presuponen en los hombres (competitividad, agresividad) y en las mujeres (empatía, fluidez verbal) no tienen nada que ver con lo biológico?
El origen tiene más que ver con el cliché y con los tópicos. El papel de la mujer en la sociedad ha sido ser madre y esposa, por tanto, sus valores asociados han sido la empatía, el cariño y las emociones. Se suponía que el hombre estaba diseñado para ser un gran soldado, o un gran científico, o un gran líder, y, en consecuencia, las virtudes que se le exigían eran el coraje, cierto nivel de violencia o la competitividad. Es posible que venga de ahí. Hay algo curioso: esos clichés y tópicos funcionan en el marco experimental. Por ejemplo: coges a un grupo de hombres y a un grupo de mujeres para pasarles una prueba de empatía. Si se lo dices antes de la prueba, las mujeres tienen mejor resultado que los hombres. Si no les cuentas de qué va la prueba y lo haces a ciegas, no, eso demuestra que lo que se dice y el entorno tiene una influencia y sesga la percepción de la persona.
¿Nuestras ideas sobre las mujeres y hombres, entonces, han estado en manos de científicos machistas?
Sí que tienen mucho que responder. Pero, ojo, no sólo los científicos. En la ciencia sigue habiendo muchos sesgos y tópicos, de ahí que se haya creado el concepto de “neurosexismo” , porque muchos científicos, de forma consciente o inconsciente, siguen trabajando para, de alguna forma, explicar estas diferencias tradicionales entre hombres y mujeres.
Es curioso que hayamos asumido en qué áreas son mejores los hombres (matemáticas, espaciales, por ejemplo), pero, ¿en qué áreas presuntamente son mejores las mujeres? Porque los intelectuales más reputados de todos los campos, finalmente, parece que son ellos. Hasta en la literatura, por poner un ejemplo antagónico.
Se sigue investigando por qué a las mujeres, supuestamente, no se les da tan bien la ciencia, y se ha pensado que uno de los motivos es que a las mujeres se les da mejor la lectura, el lenguaje. Pero es una forma extraña de plantear las cosas. Siempre se dijo en Psicología que a los hombres se les daban mejor las matemáticas y las destrezas espaciales, mientras que las mujeres eran más destacadas en las habilidades verbales. Sin embargo, si examinamos los datos acumulados de décadas de investigación y los estudios que se han hecho seriamente en la materia, cada vez queda más claro que los hombres y las mujeres somos muy parecidos en todas esas destrezas; mucho más de lo que se pensaba.
¿Cómo se corrige entonces el tópico? ¿Con una educación no sexista? ¿Influyen los primeros años de vida: el color rosa asociado a unos valores, los vestidos, los pendientes, los imperativos familiares?
En los países escandinavos se está trabajando mucho en este sentido y los resultados son ciertamente interesantes. Pero no se trata de prohibir o decir que los niños puedan hacer tal cosa y las niñas no, ni viceversa, se trata más bien de que todos los niños sepan que pueden hacer cualquier cosa que quieran hacer. Tienen todo el campo disponible para ellos. Tenemos que fijarnos en el mundo exterior y en la influencia que tiene sobre nosotros. Lo comentaba esta semana en la charla que di en la Fundación Areces: en Reino Unido, cada vez es más frecuente que se celebren fiestas antes del nacimiento de los niños, unas veinte semanas antes. Se festeja su sexo. Botas en el caso de los niños, zapatitos rosas en el caso de las niñas… todo en el mundo parece que está orientado a la diferenciación.
¿Qué hay de la cuestión de la violencia? ¿Por qué la gran mayoría de los presidiarios son hombres? ¿Eso sí nos diferencia?
Es una pregunta muy interesante. Aproximadamente el 95% de las personas que están en la cárcel por delitos violentos son hombres, pero hay que recordar que ese porcentaje, en el contexto de todos los hombres del planeta, es muy pequeño. En otras palabras, que la mayoría de presos por delitos violentos sean hombres no quiere decir que todos los hombres sean violentos o criminales.
No, claro que no, no todos los hombres son criminales, pero la gran mayoría de criminales son hombres. Que tengan eso en común debe ser un indicador de algo. ¿Cómo afecta la testosterona?
Hay un libro que escribió una colega mía llamada Cordelia Fine que se titula Testosterona Rex. En ese libro, analizaba la testosterona y el papel que supuestamente desempeña en la agresividad masculina. Resulta que la testosterona tiene una influencia en el comportamiento humano mucho menor de lo que se pensaba. En otras palabras, hay que examinar la cultura en la cual se expresan esos hombres y analizar el por qué de ese comportamiento enraizado. No es culpa de un exceso de testosterona.
Hay estudios que señalan que el sexo es una condición de gran influencia en la prevalencia de enfermedades del cerebro, como el alzheimer (mayor en mujeres) o el párkinson (mayor en hombres). ¿Cómo lo valora?
Esto es importante y nos recuerda que no podemos hacer caso omiso al sexo a la hora de analizar enfermedades y trastornos del cerebro: por supuesto que se debe tener en cuenta y se deben estudiar las posibles diferencias en ese contexto debidas al sexo. Pero el párkinson es un ejemplo estupendo, porque también nos lleva a estudiar los hábitos de vida asociados a la enfermedad, muy relacionados con las actividades típicamente masculinas con consecuencias o efectos que pueden dañar el cerebro. Como la mayor exposición a las toxinas o la mayor exposición de los hombres a accidentes y traumatismos que afecten a la cabeza. Por trabajos de riesgo o por deportes.
¿Es posible la sororidad entre mujeres si existe la llamada ‘intrasexual competition’, es decir, la disputa entre hembras por ganar la atención del sexo contrario?
Es una pregunta muy complicada. A veces nuestro comportamiento viene propulsado por nuestras creencias, por lo que nos parece inevitable o por lo que pensamos que un hombre o una mujer debe ser. Lo que la sociedad ha dictaminado que seamos. El logro máximo sería garantizar una situación en la que todas las personas tuvieran igualdad de oportunidades par elegir y no fueran excluidas de determinadas áreas por estereotipos existentes en el mundo sobre quién debe hacer determinado trabajo. Por eso yo cuestiono la idea de que la biología es el destino. Ahora sabemos, y cada vez más, que aunque la biología forma parte de todo esto, no es la única parte. Y bueno, la conclusión es que un mundo dividido por géneros produce un cerebro también dividido por géneros.
¿Es cierto que los hombres son más infieles que las mujeres; inevitablemente más promiscuos? Cuántas veces se han justificado con el argumento biológico de “es que soy un hombre”.
Aquí habría que hablar tanto de neurociencia feminista como de psicología evolutiva, y tienen perspectivas diferentes. La psicología evolutiva intenta explicar fenómenos del comportamiento humano actual mirando hacia la evolución, hacia el origen de dónde venimos. Pero no lo creo: sencillamente, los que teorizan sobre eso buscan tener un beneficio concreto.
¿Qué hay de la transexualidad y el cerebro? ¿Hay algún rasgo en el cerebro de las personas transexuales que ponga de manifiesto su situación?
Es un asunto de candente actualidad. A veces hay personas trans que dicen que tienen un cuerpo femenino atrapado en un cerebro masculino, y al revés. Pero claro, si realmente no podemos decir que haya claras diferencias entre un cerebro masculino y uno femenino, no sería posible tomar este argumento. Es más complicado. Hay gente que me ha dicho, por ejemplo: “Quiero que me hagas un escáner para demostrar que mi cerebro no corresponde con mi sexo, que mi cerebro es el que me corresponde y mi sexo no”. Claro que los cerebros transexuales serán diferentes, pero porque las personas trans han llevado una vida muy diferente. Yo estoy intentando desmantelar la cuestión relacionada con la idea de que el cerebro es binario y que el sexo biológico está indisolublemente asociado a nuestro género. Creo que esa idea hay que ir dejándola atrás.