Dice el escritor y guionista argentino Eduardo Sacheri que él es un “trasnochado” de esos que creen en “los valores republicanos, las instituciones, la ley y cosas así”. Además es un autor de método desde que se levanta hasta que se acuesta: cree en lo de “colocarse en situación de escritura”, en sentarse frente al ordenador o frente a la libreta y parir palabras hasta que se ordenen de cierta forma en la que merezcan la pena. Hay días horribles, confiesa. Y días secos. Días provechosos y días normales. “Si tengo que esperar a inspirarme para sentarme, no escribo nada más en la vida”, cuenta a este periódico. Por eso siempre se cita consigo mismo, a ver cuándo consigue hacerse hablar.
Suerte que está ahí siempre preparado para agarrar la inspiración del pescuezo, porque gracias a ese tesón salieron novelas tan turbadoras y emocionantes como La pregunta de sus ojos -que luego coguionizó con Campanella como El secreto de sus ojos, protagonizada por Ricardo Darín- o La noche de Usina, premio Alfaguara 2016. Después de esta última, que era una obra sociopolítica empapada de aventuras y acción, se le antojaba hilar algo más íntimo, algo más reflexivo y más sentimental.
Una historia donde las espinas se desarrollasen hacia adentro. Aquí está Lo mucho que te amé, el cuento de la niña Ofelia -la tercera de cuatro hermanas casi intachables-, que se va a casar con su prometido, Juan Carlos -asumiendo así la previsible vida que se esperaba de ella- y de repente, da un volantazo. ¿Y si se ha enamorado de otra persona? ¿Y si el amor no era un patrimonio tan exclusivo como siempre había creído? ¿Y si lo dinamitamos todo y empezamos de cero?
Años cincuenta, barrio porteño de Palermo. Ofelia ya no trabajará en el negocio familiar. No se dedicará sólo a ser ama de casa. No acatará los mandatos sociales ni familiares que se le imponen: aquí una mujer en rebelión silenciosa a interna, una mujer autobuceándose, boicoteándose, culpabilizándose y liberándose también, quitándose los restos de la placenta del paternalismo y la tutela de los otros. Una mujer que se hace cientos de preguntas a sí misma, como si puede estar enamorada de dos hombres a la vez.
Reconocer el amor
Pero, ¿eso del amor, cómo se reconoce? “Creo que cuando uno empieza a necesitar a la otra persona, a necesitar su mirada y sus comentarios, su presencia. Cuando empiezas a echarla en falta, cuando sientes que tu día es de un modo o de otro según esté o no esté esa persona presente en ese día: ese es un buen indicador”, cuenta el escritor. Dice Sacheri que con los años ha ido entendiendo muchos “matices” del amor: “Las cosas no son blancas o negras, y no son, ¿cómo decirte…? No son siempre del mismo tamaño ni de la misma intensidad. Las cosas cambian. Tienen sus ciclos. Los sentimientos también. Yo creo que es importante siempre preguntar y no quedarse con la duda de nada, ¿no? Es inevitable que uno especule en secreto y suponga y calcule una hipótesis sobre si el otro nos ama o no, o cómo nos ama, pero siempre es mejor saber la verdad y la única manera de saberla es preguntarla”.
¿Cree Sacheri que hay alguna diferencia sustancial entre cómo aman los hombres y cómo aman las mujeres? “Sin duda, hay diferencias, pero no sé si vienen dadas por el género. Creo que hay personas que aman profundamente y personas que aman superficialmente y personas que aman durante mucho tiempo y personas de amores breves”, relata. “No me atrevo a pensar que eso vaya adherido al género. Me parece que tiene más que ver con los modos de ser de cada uno, pero sí que puede ser, como en muchas otras cosas de la vida, que los hombres lo hayamos tenido más fácil y más cómodo. Las mujeres en otros terrenos han conquistado muchas libertades y derechos que no les habían sido dados, y creo que en esto también”.
Le digo que eso me hace pensar en la mítica frase de la feminista Kate Millet: “El amor ha sido el opio del pueblo para las mujeres (…) Mientras nosotras amábamos, ellos gobernaban”. El escritor se ríe. “Bueno, los hombres pueden caer en la trampa del amor romántico como narcótico, también. Pero sí es verdad que es probable que a las mujeres se les haya exigido mucho más en esa idealización, en ese participar ‘felizmente’, esa cosa de asociar a las mujeres con los afectos más profundos”, esboza. “Eso las ha distraído de la posibilidad de vincularse con otro montón de cosas, como el poder, para el que los hombres han tenido un camino más claro y más franco. Yo no me opongo a los sentimientos profundos, me opongo a que esos sentimientos profundos sean sólo para las mujeres”.
"No somos tan modernos"
Escribiendo sobre la dualidad del amor y sobre la posibilidad de pensar en dos personas a la vez, Sacheri sugiere un pensamiento: “Creo que nos resulta más fácil entender que nuestros sentimientos sean múltiples que entender que los del otro también lo sean. A la mayoría de las personas nos gusta ser amadas en exclusividad, esa idea sigue siendo muy fuerte”, comenta.
“No somos tan modernos, o, mejor dicho, nuestra modernidad tiene límites y tabúes y tiene peros, y por mucho que nos propongamos como personas actuales y renovadas y dispuestas, nos gusta ser amados en exclusividad. Acá caemos hombres y mujeres y heterosexuales y homosexuales y todos. Eso de: ‘No, quiero que mi pareja me quiera sólo a mí’”, señala.
Le llama la atención que en otros vínculos, como en la maternidad o la paternidad, ninguno de nosotros haya pretendido que sus padres le amasen a uno sólo, por encima de sus hermanos, ni hemos pretendido que nuestra madre nos quiera por encima de a nuestro padre. “En la pareja se activa otra cosa, algo primitivo y posesivo, y no es sólo algo occidental: son muchas las culturas monogámicas y es un mandato difícil de erosionar”.
-¿Qué hay de la infidelidad? ¿Por qué hemos instaurado un modelo de relación en el que lo normal es acostarse con otras personas y callarse? ¿Es posible un modelo que no esté fundamentado en la mentira?
-Yo podría sumarte ahí una pregunta. ¿Un modelo basado en la verdad más absoluta es un modelo preferible? No estoy seguro de que la verdad desnuda sea preferible. Me pregunto si, tal vez, en el amor, los matices y los silencios y ciertos ocultamientos… no sé, tal vez sean beneficiosos o tal vez no.
Sobre el matrimonio
Vivimos, dice Sacheri, condenados a danzar entre los conceptos “deseo-libertad-culpa”: a dirimirnos constantemente en esa tensión. ¿Y el matrimonio, es una institución obsoleta? ¿Qué pasa si, como decía Oscar Wilde, si de verdad queremos a alguien, lo que podemos hacer es no casarnos con esa persona? “Yo tengo 52 años y aún soy de una generación que entendía que casarse era parte de la vida, sobre todo pensando en tener hijos, y uno lo tomaba con naturalidad. También soy de la generación que empezó a asumir el divorcio, aunque yo no me he divorciado. Me parece que para la generación de mis hijos el matrimonio sí empezará a ser un artefacto cultural medio raro. Es interesante ver qué nos deparará el futuro”.
Va la última: -¿Pueden escribirse libros o películas de amor en los tiempos de Instagram y Tinder? ¿Qué tiene la tecnología que parece contraria al relato romántico?
-No lo sé. En una primera aproximación te diría que las nuevas tecnologías remiten a la fugacidad. Lo virtual tendemos a entenderlo como fugaz. Los grandes amores nos suenan a perdurabilidad, a perduración, y ahí sí hay una fuerte contradicción. Los teléfonos, las pantallas, las redes sociales… estéticamente remiten a la fugacidad y a la soledad. ¿Seremos una sociedad de individuos y de soledades o el ser humano tiende siempre a vincular y se sobrepondrá a esa soledad virtual? Aún estamos demasiado encima del fenómeno como para poder juzgarlo.