Astérix sobrevive al tiempo: a las modas, a las generaciones, a las nuevas estéticas, a las morales contemporáneas. Incluso a su creador, Albert Uderzo, que ha fallecido tristemente hoy. Sobrevive, Astérix, porque sus valores y su forma de estar en el mundo -que es la viñeta- trascienden a su propia historia, la de un tipo sencillo que habita una aldea aún no conquistada al noroeste de la Galia, allá por el año 50 antes de Cristo, y se dedica a resistir al ojo cíclope del Imperio Romano. Resiste, Astérix, gracias a la fuerza sobrehumana de la poción mágica elaborada por el druida Panorámix -el único personaje de la historieta que es más inteligente que él, como una especie de chamán, líder silente, cohesionador social-, que alimenta a su pequeño pueblo con el brebaje y los mantiene firmes frente al asedio.
Hoy España bien podría ser la Galia, una nación diminuta batiéndose con algo mucho más fuerte que ella: en este caso, el poder de la naturaleza, de la enfermedad, del virus, el poder de lo que se nos escapa, de lo que aún no dominamos -y quién sabe si dominaremos profundamente nunca-.
Qué falta nos haría ahora un poquito de líquido mágico, que bien podría identificarse con solidaridad, responsabilidad individual, refuerzo de las condiciones de los sanitarios y revalorización de lo público. Los habitantes de la Galia tenían eso de simpáticos y de poéticos, eso que viene del David contra Goliat: siempre nos da más ternura el pequeño, siempre tendemos -cariñosamente- a avalar al débil pero valiente, al frágil pero mañoso, al tirillas pero agudo.
España es La Galia
España es La Galia, a pesar de que, en el cómic, Hispania se identificaba como el país barato al que la gente del norte iba de vacaciones, el país que provocaba desastrosos embotellamientos en las vías romanas durante los desplazamientos. Hispania era brocha gorda y símbolo castizo puro: toros, flamenco, aceite de oliva. Pero, afortunadamente, también era el Don Quijote de la Mancha de Cervantes, icono humanista hasta el tuétano, caballero capaz de resumir la condición última del hombre.
Hubo un momento en el que Astérix fue acusado de xenófobo, pero en relecturas y análisis de la serie, expertos como Nicolas Rouvière explicaron que en realidad “se burlaba de la tendencia de cada pueblo a privilegiar sus propios valores y formas culturales”, y que esos cómics “quitaron toda seriedad a las representaciones nacionalistas o patrioteras”. Con frases como “estos romanos están locos” -que su compañero Obélix aplicaba igual a suizos, ingleses o egipcios-, los dos personajes ponían sobre la mesa que “el etnocentrismo está en todas partes”.
Astérix: pequeño, brillante, arrecho, comilón, celebratorio. También audaz, tierno, generoso. Astérix con sus valores republicanos y laicos. Astérix camarada, resistente, fraterno, justo, impermeable a la adversidad, características que Rouvière llamó “ingredientes del espíritu galo, un a noción que apareció en la literatura francesa del siglo XIX”. Astérix racional, viajero, discreto, comunitario, inteligentemente escéptico, pero, ¡ah!, rendido ante la pasión por Falbalá. Astérix, con su sola existencia, reforzando el arquetipo del antihéroe: un tipo al que ni le va ni le viene la gloria, pero pone sus virtudes al servicio de todos.
Cómo será la cosa que en Astérix en Italia -publicado en 2017- había hasta un áuriga llamado Coronavirus que participaba en una carrera de cuádrigas por toda la Península Itálica. El nombre ya inquieta, aunque no aparece, en realidad, ninguna referencia a "pandemia" o "enfermedad". Curioso, eso sí, que además la historia se desarrollase en Italia, uno de los países con mayor número de infectados.
Andanzas universales
Ahora que ha muerto su dibujante, Albert Uderzo, Astérix persiste: persiste desde el 29 de octubre de 1959, longevo como pocos, muy por encima de las crisis, los dolores y las pandemias. Se trata de una serie surgida en el suburbio de Bobigny (Sena-San Denis). Se trata de la serie francesa más popular del mundo y en la más célebre en el ámbito francófono, desafiando al belga Tintín. Ha sido traducida a infinitos idiomas, incluyendo el latín y el griego antiguo.
Sus andanzas son universales, aunque nunca logrado calar en Asia -donde siempre reinó el manga- ni llegó a retar a Supermán o Spiderman en EEUU. Alemania, sin embargo, sigue siendo el segundo país donde se vendió el mayor número de ejemplares. "Era la guerra fría, el gran imperio de la época era la Unión Soviética, por lo tanto la idea de una pequeña aldea que sobrevive funcionó bien", relató Nicolas Rouvière. “Además estábamos en un contexto de reconciliación franco-alemana, con una Europa naciente, la de De Gaulle y Adenauer, de la fraternidad entre los pueblos, lo cual también explica su éxito”, matizó.
Astérix siempre sacó de todas a los suyos, con la inestimable ayuda de su querido Obélix: gordo, bonachón, representante de la fuerza bruta, aquél que de pequeño cayó en una marmita de poción. Lo necesitamos hoy: su astucia y su poderío, respectivamente. Y también les copiaremos en eso otro: lo de no perder de vista, cuando todo esto acabe, el ritual del banquete y de la fiesta.