Bad Bunny consigue, con cada canción o cada pequeña performance, lo que conseguían los artistas implicados antaño: generar debate sin embarrarlo, sin volverlo tedioso. Lanzar ideas sin que dejen de ser sexys. Es un reguetonero heterodoxo, digamos: en medio de un género comúnmente señalado como “machista”, le tira reyerta al mismísimo Don Omar por hacer un comentario homófobo, monta un pollo contra el imperativo de la depilación femenina o reconoce que “la sexualidad no le define”. “Al final del día, no sé si dentro de 20 años me gustará un hombre. Uno nunca sabe en la vida, pero por el momento soy heterosexual”, reconoce en alguna entrevista.
Escupe sobre los acosadores de la pista nocturna en Yo Perreo Sola -“que ningún baboso se le pegue”- o asume con infinita naturalidad la bisexualidad en La Difícil: “Tiene a to’ los nenes loco’ y a las nenas loca’, tós’ quieren besarle la boca”. Igual se pinta las uñas que se calza una camiseta que reza “mataron a Alexa, no a un hombre con falda”, como forma de denunciar el crimen de odio contra una mujer trans. Incluye cuerpos no normativos en sus videoclips; se moja políticamente en los conflictos de su país, Puerto Rico. Se arranca siempre el último pelo de la lengua. Y siempre ha caído en gracia, mejor dicho, en gracia mundial, que no es nada fácil -yendo por delante, como indica el título de segundo álbum, de reciente lanzamiento, que él hace lo que le da la gana-.
Ahora ha tocado una tecla especial que ha sido alabada por muchos de sus adeptos pero también ha pisado callos: en el vídeo su canción Yo Perreo Sola, que salió ayer, aparece él vestido de mujer. No sólo con abalorios clásicamente entendidos como femeninos -falda, o pendientes, o uñas largas, que él a menudo toquetea-, sino verdaderamente disfrazado, con enormes pechos duros plantados en el torso. Travestido. Como las divas, trae varios cambios de ropa: un cuero rojo con unas botas de tacón eterno, un vestido criminal de flores con el que mueve el culo como si el mundo se fuera a acabar y un pantalón negro con sombrero y melena rubia.
Además de perrear sola, acaba perreando consigo mismo: su versión femenina seduce a la masculina. En el vídeo bailan hasta las flores. También salen danzando mujeres de todo tipo, con todos los cuerpos y todas las edades -¡hasta una anciana!-. Es una forma hermosa de señalar que sus canciones son universales y que no van dedicadas sólo al estereotipo de hembra explosiva y latina que acostumbra a salir en ese tipo de vídeos. Además, lanza mensajes como “ni una menos” o “si no quiere bailar contigo, respeta, ella perrea sola”. Hasta aquí, bien. Entonces, ¿por qué la polémica?
Mientras que muchos fans alaban su capacidad de “deconstruirse”, de ser un hombre que no se deja avasallar por su propia “masculinidad” y de usar su poderosa plataforma para reivindicar los derechos de las mujeres, otros no lo han visto tan claro. Aquí uno de los tuits que más virales se han hecho desde el lanzamiento del vídeo: “Hola, gente, por si todavía no sabían es 2020 y ya deberían saber que ser mujer no es un maldito disfraz hipersexualizado. Las mujeres no somos tetas, cabello largo y maquillaje”, escribe una usuaria.
“Un varón dice algo tan básico como que matar mujeres y acosarlas está mal y ustedes ya lo tienen como feminist icon. Pero oye, la parte en la que asiste a los premios Pornhub se les olvidó en el camino. Bad Bunny sólo es un hombre misógino más colgándose del feminismo”. Este artículo no pretende apoyar ninguna de las dos corrientes de pensamiento, sino ordenar las posturas y lanzar el debate para que el lector sopese. Aquí las dos posturas desgranadas:
A favor
La postura “a favor” podría armarse con algunos de los argumentos que ya desliza este artículo y que caracterizan al artista. Su interés por ser inclusivo, su revisión de los roles de género, sus discursos y sus letras, donde la mujer ha dejado de ser un “objeto” para pasar a ser un “sujeto” que elige y rechaza, que desea o que exige espacio, que no baila para los hombres, que puede sentirse atraída también por otras mujeres.
Es interesante también que un “macho” reguetonero no tema hacerse pasar por mujer, porque -se entiende- no lo considera algo inferior, ni ridículo, ni menor. El disfraz puede ser una reducción o una burla pero también una reivindicación o una forma de empatía, según se lea. Es fundamental que sabiendo que el concepto que segrega el vídeo pueda ser problemático, lo haga sin dudar, sin intentar agradar a todes. Es reseñable porque es la primera vez que se hace en el género, y no en un sentido cómico -o no lo parece-, sino profundamente consciente. La performance es una manera lúdica y analítica de estudiar nuestras propias posibilidades. De salir de nuestro cuerpo y nuestra identidad y ampliarnos frente al mundo.
En contra
¿A qué juega exactamente Bad Bunny en su vídeo? ¿A ser mujer cis? ¿A ser mujer trans? ¿A ser drag queen? ¿A romper el binarismo? Analicemos. Ciertos sectores del progresismo y del feminismo vienen señalando que nuestros disfraces clásicos pueden tener algo de pernicioso, de arquetípico, de reductor. Un ejemplo. Igual que ‘vestirse’ de indio en carnaval se interpreta como un juego nocivo -porque se hace desde una condición de hombre/mujer blanco de Occidente, “colonizador”, incapaz de haber experimentado las opresiones que arrastra su disfraz y que sólo se divierte con su exotismo-, que un hombre cis hetero se disfrace de mujer también es objeto de críticas. ¿Por qué? Porque puede suponer una parodia, un acercamiento torpe a lo que significa ser mujer.
Como señalaba la usuaria de Twitter, ¿qué es ser mujer? ¿Tener pechos, falda corta, uñas kilométricas? El feminismo diría que esa representación es hipersexualización. Que responde a un canon de belleza que contenta al deseo masculino clásico. ¿Por qué va a ser menos mujer una chica con el pelo corto, sin pecho o con pechos diminutos, o vestida con ropa cómoda? El colectivo trans apuntaría, como Simone de Beauvoir, que no se nace mujer, que se llega a serlo. Que la genitalidad no marca el género. ¿Una mujer trans que decide no operarse, por ejemplo, es menos mujer? Sabemos la respuesta: no.
En estas tesis, la performance de Bad Bunny flaquea. Recuerden, por ejemplo, la que se formó el año en que Dani Rovira presentó los Goya y, para hablar de la escueta presencia de las mujeres en el cine, se calzó unos tacones. Fue muy criticado: por burdo, por simplista. ¿En qué se diferencia lo que ha hecho Bad Bunny de lo que hizo Rovira? ¿Las performances son juzgadas dependiendo de dónde vengan? ¿Es que al público global le cae más simpático el reguetonero?
Yendo aún más lejos: ¿en qué se diferencia lo que ha hecho Bad Bunny en pleno 2020 de lo que hizo José Luis López Vázquez en Mi querida señorita (1972), dirigida por Jaime de Armiñán? Pleno franquismo. Un actor hombre disfrazándose de mujer. ¿Era revolucionario por su contexto histórico? Es difícil saberlo. Lo que es seguro es que el colectivo trans -que sigue siendo el más castigado, el que acumula más tasa de paro, más incomprensión y más suicidios- sigue peleando por representación en el arte y su lugar en la ficción.
Son muchos los errores que se siguen cometiendo. Además del debate inicial -¿por qué a los personajes trans los siguen interpretando personas cis? ¿Por qué no se hace algo a favor de su inclusión? O, en el sentido contrario: ¿cualquiera puede interpretar a cualquiera; no era que el arte era libre y sin etiquetas?-, las personas trans se quejan de que no se les incluye con naturalidad en los guiones. Siempre hay un gag de brocha gorda -cuando el personaje va al baño, por ejemplo-, siempre se les trata con comedia o con excesivo drama -o los ridiculizan o se les condena al final trágico, como sugiriendo que salirse de la norma a menudo trae problemas-.
*Va una recomendación, por si les interesa: el capítulo 2 de la temporada 3 de Paquita Salas explica con mucha gracia este debate. Se llama Edwin y explora las dos posturas. Recuerden que esta misma cuestión se abrió cuando Paco León interpretó a una mujer trans en La Casa de las Flores. Aquí tres voces autorizadas: tres personas trans opinando sobre el tema.
Podemos debatir si Bad Bunny debería haber contratado a una mujer cis para su vídeo. O a una mujer trans -esto habría sido interesante, para subrayar el mensaje aquel de “mataron a Alexa, no a un hombre con falda”, en el que ahora peca-. Podemos también aplaudirle, no sobreanalizarle ni cargarle de tanta responsabilidad teórica: al final, es un músico bienintencionado y genuino que defiende sus ideas como puede. Elijan ustedes mismos.