"Yo que te quería ver, pero no se va a poder... toca quedarme en casa", canta Bad Bunny en su nuevo tema llamado En casita, grabado con las notas de voz del móvil desde su encierro.
"El sol ya se escondió, y el día nunca empezó (...) Ahora despierto hasta las seis, tó el día jugando a la Play, se acabó la leche, diablo (...) no quiero morir, tampoco romper la ley, pero estar metío aquí hasta mayo 16... está cabrón, está cabrón ser yo, en la fila un viejito se desmayó, quiero que el virus se vaya como Roselló", lanza, en referencia al gobernador de Puerto Rico que dimitió por el escándalo de sus chats homófobos y misóginos.
"No tengo autotune y lo quiero usar, el concierto tuve que cancelar", continúa, y sigue cantando con su pareja, Gabriela Berlingeri, con quien está compartiendo la cuarentena. "Cuando todo esto termine, sabes que me debes un pol-vo; cuando la cuarentena termine, sabes que me debes un pol-vo".
Con este tema sencillo y casero ha vuelto a revolucionar a las masas. Porque Bad Bunny consigue, con cada canción o cada pequeña performance, lo que conseguían los artistas implicados antaño: generar debate sin embarrarlo, sin volverlo tedioso. Lanzar ideas sin que dejen de ser sexys.
Es un reguetonero heterodoxo, digamos: en medio de un género comúnmente señalado como “machista”, le tira reyerta al mismísimo Don Omar por hacer un comentario homófobo, monta un pollo contra el imperativo de la depilación femenina o reconoce que “la sexualidad no le define”. “Al final del día, no sé si dentro de 20 años me gustará un hombre. Uno nunca sabe en la vida, pero por el momento soy heterosexual”, reconoce en alguna entrevista.
Escupe sobre los acosadores de la pista nocturna en Yo Perreo Sola -“que ningún baboso se le pegue”- o asume con infinita naturalidad la bisexualidad en La Difícil: “Tiene a to’ los nenes loco’ y a las nenas loca’, tós’ quieren besarle la boca”. Igual se pinta las uñas que se calza una camiseta que reza “mataron a Alexa, no a un hombre con falda”, como forma de denunciar el crimen de odio contra una mujer trans.
Incluye cuerpos no normativos en sus videoclips; se moja políticamente en los conflictos de su país, Puerto Rico. Se arranca siempre el último pelo de la lengua. Y siempre ha caído en gracia, mejor dicho, en gracia mundial, que no es nada fácil -yendo por delante, como indica el título de segundo álbum, de reciente lanzamiento, que él hace lo que le da la gana-.
¿La penúltima? En el vídeo su canción Yo Perreo Sola, que salió ayer, aparece él vestido de mujer. No sólo con abalorios clásicamente entendidos como femeninos -falda, o pendientes, o uñas largas, que él a menudo toquetea-, sino verdaderamente disfrazado, con enormes pechos duros plantados en el torso. Travestido. Como las divas, trae varios cambios de ropa: un cuero rojo con unas botas de tacón eterno, un vestido criminal de flores con el que mueve el culo como si el mundo se fuera a acabar y un pantalón negro con sombrero y melena rubia.
Además de perrear sola, acaba perreando consigo mismo: su versión femenina seduce a la masculina. En el vídeo bailan hasta las flores. También salen danzando mujeres de todo tipo, con todos los cuerpos y todas las edades -¡hasta una anciana!-. Es una forma hermosa de señalar que sus canciones son universales y que no van dedicadas sólo al estereotipo de hembra explosiva y latina que acostumbra a salir en ese tipo de vídeos. Además, lanza mensajes como “ni una menos” o “si no quiere bailar contigo, respeta, ella perrea sola”.