Javier Cercas. Filólogo. Articulista. Encarnecidamente escritor. Padre de Soldados de Salamina, el libro con el que que arrancó su resonancia y prestigio nacional e internacional. Varios ensayos, diez novelas: con la última, Terra Alta, se hizo con el Premio Planeta.
Hoy charlamos con Cercas sobre los tentáculos del Covid: ética, libertad, responsabilidad individual y sentido del cisma. Él parece conservar la calma. Cree que, tras toda esta vorágine, seguiremos siendo "la misma panda de descerebrados de siempre". ¿Felizmente?
¿Qué ha aprendido de usted mismo en este encierro? ¿Y de los demás -del ser humano, en sentido profundo-?
Nada, que yo sepa. Si acaso, que no es lo mismo estar confinado por voluntad propia (es lo que hago en mi vida cotidiana, como cualquier otro escritor: al fin y al cabo, nuestro trabajo consiste en escribir, leer y pensar en las musarañas encerrados entre cuatro paredes) que estar confinado por obligación, y además rodeado de gente también confinada.
Dudo que tres semanas de encierro obligado, por excepcionales que sean las circunstancias del encierro, den mucho más de sí. Parece que todo el mundo quiere rentabilizar moral o políticamente este pequeño calvario –hacer grandes descubrimientos en él, sentir que el mundo va a cambiar etc-, pero me temo que, como casi todo, esto ocurre porque sí, y que no vamos a sacar ningún provecho moral de ello. A menos que nos lo propongamos y que trabajemos mucho para sacarlo. Pero eso ya es cosa de cada uno.
¿Cuál es el pensamiento más extraño que le ha asaltado estos días?
No lo sé. La verdad es que, como no sé qué es un pensamiento normal, no sé qué es un pensamiento extraño. De hecho, no estoy seguro de que existan pensamientos extraños; ideas buenas o malas –para escribir, para cocinar, para vivir-, sí. Pero, ¿extrañas? Tal vez todas lo son. Pero, si todas lo son, ninguna lo es… En fin: no me haga mucho caso.
¿Qué es el mundo interior; cómo se cultiva? ¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo?
No sé si puede salvarnos, pero sí puede hacernos compañía, proporcionarnos placer y conocimiento, y ayudarnos a vivir más, de una forma más rica, más intensa y más compleja. Hablo de la literatura, sin ir más lejos; pero eso vale también para el cine, para la música o para la pintura. Bien pensado, eso es una pequeña forma de salvación.
“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra concepción del tiempo, del trabajo y del placer?
No soy futurólogo; de hecho, lamento tener que dar una noticia, y es que los futurólogos son todos unos charlatanes: nadie sabe cómo será el futuro. Ahora bien, si me pusieran entre la espada y la pared y me obligaran a hacer una predicción y convertirme en un charlatán –suponiendo que no lo sea ya, lo que es mucho suponer-, diría que esta situación nos va a afectar poquísimo. Desde que el mundo es mundo existen las epidemias –algunas, muchísimo más cruentas que ésta, al menos de momento: toquemos madera-, y, a pesar de ello, los hombres y las mujeres no hemos cambiado en nada esencial. No veo ninguna razón seria para pensar que en este caso va a ser distinto.
Tal vez al salir del encierro, durante los primeros días, veremos las cosas de una manera distinta –tal vez apreciemos más lo que tenemos, la libertad de que gozamos, el simple hecho de dar un paseo o tomarte una cerveza en una terraza-, pero al cabo de un par de días todo volverá a ser exactamente como era, y al cabo de un par de meses ya nadie se acordará de esto, los medios de comunicación se olvidarán por completo del asunto y a otra cosa, mariposa.
Salvo por las consecuencias económicas, claro, que tampoco sabemos cuáles serán pero que pueden ser terribles. Es posible, como mucho, que esto actúe como un acelerador de cambios prácticos que de todos modos se iban a producir, aunque más lentamente (el llamado teletrabajo, por ejemplo). Pero, en lo esencial, no creo que cambie nada. Seguiremos siendo la misma panda de descerebrados de siempre.
Esta crisis, ¿le ha vuelto más humanista o más misántropo?
Ni una cosa ni la otra. Vuelvo a repetir que no creo que esta crisis me haya cambiado en nada esencial; a mí la que me cambió fue la crisis catalana, que viví de una forma realmente traumática. Quizá porque en ésta no puedo hacer nada salvo quedarme en casa (cosa que me cuesta poco trabajo porque, como decía al principio, es lo que hago habitualmente); quizá porque aquella crisis era una cosa de vecinos contra vecinos, mientras que ésta es de seres humanos contra bichos invisibles. Quizá porque aquélla supuso la ruptura de la sociedad en la que vivo, la pérdida de amistades y otras decepciones, algunas de ellas monumentales… Ya sé que en aquella crisis no murió nadie y en ésta hay miles de muertos, pero esa es la verdad.
Decía Blaise Pascal: “Todos los males derivan de una sola causa: nuestra incapacidad de quedarnos quietos en una habitación”. ¿Está de acuerdo? ¿Encerrados sacamos lo peor -la verdad- de nosotros mismos, como en El ángel exterminador?
Pascal es un tipo que a veces resulta bastante antipático, pero casi siempre tiene razón; esta vez también, o casi. Quiero decir que no sé si todos nuestros males –todos-, derivan de nuestra incapacidad para soportar la soledad, pero gran parte de ellos seguro que sí. (Seguramente por eso yo, que de joven fui muy sociable, cada vez soy más asocial y me quedo más y más tiempo encerrado en mi casa). Por eso el encierro no nos sienta nada bien. Por eso es de temer que haya muchos divorcios después de esto, y mucho maltrato, mucha violencia doméstica y demás brutalidades. Sí, ojalá esa prédica publicitaria de que en las situaciones difíciles damos lo mejor de nosotros mismos no fuera puro whisful thinking, puro ilusionismo.
¿Cree que los ciudadanos españoles han mostrado responsabilidad individual? ¿Qué valor le da a ésta?
Alguno tiene, ¿no? Al fin y al cabo, sin responsabilidad no seríamos humanos; seríamos puras bestias, o máquinas (ya sé que la neurología nos quita a diario un poco más de libre albedrío, pero, que yo sepa, aún no nos lo ha quitado del todo). En cuanto a los ciudadanos españoles, ahí yo me estoy llevando una sorpresa: creo que, en general, la gente está respondiendo bien a la situación, incluso muy bien, mucho mejor en todo caso de lo que cabía esperar (mucho mejor, sin ir más lejos, de lo que está respondiendo en Italia).
Me refiero, claro, al respeto de las normas de confinamiento y demás. Por desgracia, ya han aparecido por ahí intelectuales de pacotilla asegurando que hemos respetado con demasiada facilidad las restricciones a nuestra libertad y hasta comparando esta obediencia con la obediencia de los alemanes a los nazis en los años treinta. Es un disparate: en una situación como ésta (como de costumbre, pero con más dificultad que de costumbre) hay que equilibrar la seguridad con la libertad, lo que no siempre es fácil; pero compararlo, aunque sea remotamente, con la docilidad de los alemanes ante los nazis es, como mínimo, confundir el culo con las témporas.
¿Qué idea tiene ahora mismo de la libertad? ¿En qué se canjea?
La libertad es ahora mismo lo que siempre ha sido, pero, como siempre –insisto-, hay que equilibrarla con otros valores igualmente valiosos, valga la redundancia; en este caso, la salud, la seguridad. Pero, si todas las autoridades sanitarias del mundo aseguran que la mejor forma de atajar el virus es mediante el confinamiento, lo mejor es confinarse y prescindir temporalmente de parte de nuestra libertad para preservar no sólo nuestra salud y nuestra seguridad, sino también o sobre todo salud y la seguridad de los demás (y en particular de los mayores).
Esas restricciones de libertad deben ser temporales, ajustadas a la ley y controladas por el Parlamento, y por eso el gobierno acude de forma periódica a éste para solicitar la ampliación del estado de alarma y también para someterse al control de la oposición. Identificar nuestro respeto a las normas de ese gobierno –que son las normas dictadas por las autoridades sanitarias internacionales- con la obediencia de los alemanes a los atropellos de los nazis en los años treinta es un delirio.
¿Qué lectura política y económica hace de esta crisis? ¿Qué cree que sucederá? ¿Cómo valora la gestión del Gobierno?
No me parece que el gobierno lo haya hecho mal, al menos no tengo elementos para pensarlo. Seguro que se podían haber mejorado muchas cosas y evitado otras (como las manifestaciones multitudinarias del Día de la Mujer, el 8 de marzo: eso sigo sin entenderlo), pero en líneas generales creo que se ha hecho lo que se debía en una situación muy difícil, en cierto sentido inédita; en todo caso, se han seguido las recomendaciones de la OMS y de los científicos, y no se ha hecho nada muy distinto que los demás países de nuestro entorno (con las singularidades de cada uno).
Por supuesto, ahora aparecen muchos profetas del pasado diciéndonos que ellos ya lo sabían etc., pero esos (con alguna excepción como la de Bill Gates, que ahora por cierto está prudentemente en silencio) son como los futurólogos: puros charlatanes. En cuanto a lo que sucederá, ya digo que no lo sé. Lo que espero es que aprendamos algo de la crisis de 2008 y que, al menos, de todo esto salga una Europa reforzada, directamente encaminada hacia un Estado federal, porque –esto sí lo sabemos con certeza- esa es la única forma de preservar la paz, la prosperidad y la democracia en nuestro continente.
¿Reforzará esta crisis nuestra idea de colectividad? ¿Empezará a estar mejor vista la palabra “España”?
Lo dudo.
¿Cree que esta crisis reforzará la idea de “clases sociales”, y, más allá de eso, de “lucha de clases”? Es decir: ¿esta crisis nos iguala a todos en la desgracia o nos aleja respecto a nuestra situación económica?
Ahora mismo nadie sabe cómo saldremos, económicamente, de esta crisis. Pero no hay que ser ni futurólogo ni titulado en economía para prever que, si tiene los mismos o peores efectos que la crisis del 2008, como algunos especialistas y responsables políticos y económicos auguran –y por lo tanto sus heridas se suman a las de 2008, que todavía no se han curado del todo-, el panorama que nos espera puede ser durísimo; ahora, si hemos aprendido algo de la crisis de 2008 y atacamos ésta desde el principio con todos los instrumentos que tenemos a nuestro alcance –estoy pensando en Europa, claro-, a lo mejor de aquí sale algo bueno. Al fin y al cabo, la palabra “crisis” significa en griego “separación” o “ruptura”, pero también “cambio”, y un cambio puede empeorar las cosas, pero también las puede mejorar. Veremos.
Una canción,una película y un libro para resistir en cuarentena.
Human nature, de Miles Davies (aunque la canción es de Michael Jackson). Porque cualquier momento es bueno para escucharla, y además no cansa nunca.
El padrino, de Francis Ford Coppola. Porque, además de ser buenísima, es muy larga (y cada parte es, para mi gusto, mejor que la anterior).
El poder del perro, El cártel y La frontera, la trilogía de Don Winslow sobre la guerra del narco en México. Más o menos por lo mismo que El padrino.