Ignatius Farray -Juan Ignacio Delgado Alemany en la intimidad, cuando recupera el tono humano y deja de ser una bestia cómica- es el hombre que todo lo puede; el tipo que consigue generar, muy probablemente, el único consenso de España. Todos están de acuerdo en que es el mejor humorista de su generación. Rabiosamente deslenguado, agudo, airado, arrollador, intuitivo. Nunca se vio nada igual en este país de irascibles, en esta península de ofendiditos de todo bando: Ignatius es un francotirador dialéctico, una raspa en el ojo que ¡encima! mueve masas y crea cofrades de la irreverencia.
Lo demostró en La Vida Moderna y en El fin de la Comedia: hay algo adictivo en esa libertad, aunque detecta sus propios derrapes y hay noches que duerme mal. Es la 'cara B' del tipo del que siempre esperamos que nos haga felices, que nos alivie la presión de las costuras. Conoce el riesgo y lo asume, sin renunciar a una terrible ternura de fondo. Gracias a eso no es un cínico, sino un artista. Hoy contesta a nuestro cuestionario sobre los flecos filosóficos del Covid-19: cultura, ética y libertad.
¿Qué ha aprendido de usted mismo en este encierro? ¿Y de los demás -del ser humano, en sentido profundo-?
El silencio y la soledad nos salvarán.
¿Cuál es el pensamiento más extraño que le ha asaltado estos días?
Que en realidad estoy muerto.
¿Qué es el mundo interior; cómo se cultiva? ¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo? ¿Y el humor?
El mundo interior se cultiva quedándose quieto y sin hacer nada. No se trata de que la cultura nos pueda salvar o no. Se trata de que la cultura es lo único que tenemos. Y respecto al humor no, el humor no está para salvar a nadie. Eso sería un punto de vista utilitarista y mediocre respecto al humor.
“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra concepción del tiempo, del trabajo y del placer?
Ojalá esta situación provoque una mayor desconfianza, una desfamiliarización, respecto al tiempo, al trabajo y al placer.
Esta crisis, ¿le ha vuelto más humanista o más misántropo?
La primera de esas dos posibilidades.
Decía Blaise Pascal: “Todos los males derivan de una sola causa: nuestra incapacidad de quedarnos quietos en una habitación”. ¿Está de acuerdo? ¿Encerrados sacamos lo peor -la verdad- de nosotros mismos, como en El ángel exterminador de Buñuel?
Como decía al principio, en general todo lo que sea quedarse quieto, encerrado y sin hacer nada es bueno para las personas. Y acerca de la verdad, como decía Machado: "La verdad también se inventa".
¿Cree que los ciudadanos españoles han mostrado responsabilidad individual? ¿Qué valor le da a ésta?
Pienso que la gente sí que ha sido responsable.
¿Qué idea tiene ahora mismo de la libertad? ¿En qué se canjea?
La libertad, como siempre, es un espejismo. Y, en todo caso, es El fantasma de la libertad, por mencionar otra película de Buñuel.
¿Qué lectura política y económica hace de esta crisis? ¿Qué cree que sucederá? ¿Cómo valora la gestión del Gobierno?
Ojalá empiece a haber una mayor conciencia social.
¿Reforzará esta crisis nuestra idea de colectividad? ¿Empezará a estar mejor vista la palabra “España”?
Ojalá se refuerce esa idea.
Una recomendación cultural para resistir en cuarentena.
La película Solaris de A. Tarkovski.