Arcadi Espada es uno de nuestros periodistas patrios más insurgentes, polémicos y mordaces, siempre con la escritura afilada -y la mirada ante la realidad, aún más-. En su último libro, Un buen tío. Cómo el populismo y la posverdad liquidan a los hombres (Ariel), hacía una defensa de Camps y una cruzada contra la presunta mala praxis de El País al respecto del caso de los trajes.
Ahora charla con este periódico sobre los flecos del Covid-19, sin metáforas vitales del virus ni romanticismos acerca del encierro, apegado a la ciencia y al espíritu de los países jóvenes como Taiwán -no de esta Europa vieja, dice, de estos carcamales que somos-.
¿Qué ha aprendido de usted mismo en este encierro? ¿Y de los demás -del ser humano, en sentido profundo-?
Nada, no he aprendido nada ni de una cosa ni de la otra, porque no hay nada que aprender. Todas las metáforas sobre la enfermedad son una estupidez propia de periodistas de provincias y lo único que se puede aprender de una enfermedad es cómo podemos curarla. La única lección que podemos sacar de esta enfermedad es que la estamos curando en el siglo XXI con los mismos mecanismos que utilizaban los hombres medievales, eso es una humillación y una afrenta sobre la que sin duda tenemos que meditar.
Yo soy un firme apasionado y defensor de los científicos y de su papel en el mundo, y ahora pienso que los científicos deben dar explicaciones de por qué estamos en este estado de postración, no sólo los políticos. En la crisis económica, se les reprochaba a los economistas: “Oigan, ¿ustedes no tienen soluciones, no han visto venir esto?”. Estoy asombrado de que nadie le haya pedido explicaciones a los científicos: oigan, ya sabemos que es difícil luchar contra un virus que muta, que si fuese un resfriado ya lo habrían curado, pero ahí está el punto.
¿Cuál es el pensamiento más extraño que le ha asaltado estos días?
Ah, no… pensamientos ninguno. Yo pienso poco. Lo único que me asalta constantemente es el enorme deseo de sentarme en la barra de mi restaurante preferido, que añoro más que cualquier otra cosa en el mundo. Cosa he dicho, eh.
¿Qué es el mundo interior; cómo se cultiva? ¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo?
No, mira, el mundo interior no me interesa lo más mínimo, si no me hubiera dedicado a la poesía. Me he dedicado al periodismo, que es mundo exterior. Hay una época en la vida de los hombres en la cual se tienen que ocupar demasiado de sí mismos. Todo eso es un aburrimiento profundo, uno mismo tiene muy poco interés. El interés real de las cosas está en las personas que uno conoce y con las que uno interactúa.
Desde este punto de vista, el confinamiento no es una gran novedad, al fin y al cabo, afortunadamente, la mayor parte de las relaciones son virtuales. No se ha inventado nada. Yo cada día me lamento por los restaurantes y los viajes, en lo demás mi vida no ha cambiado en absoluto. Hace años que trabajo en mi casa con la interacción de cuatro paredes, mis libros y la gente que tengo cerca.
“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra concepción del tiempo, del trabajo y del placer?
Lo de la pereza… bueno, no veo la menor relación entre este bichito y la pereza… cuando digo bichito quiero decir hijo de puta. Las cosas tan elevadas que me estás preguntando… me preocupa, de hecho, que la gente se haga estas preguntas, porque si eso supone que vamos a tener menos deseos de trabajar ¡todavía! Será horrible. Si aquí no trabaja nadie.
Una de las cosas que habría que preguntarles a los científicos es si ellos han trabajado lo suficiente, si le han echado horas al asunto… Realmente yo no tengo la sensación de que en nuestro tiempo el trabajo sea un agobio, ¿no? Y curiosamente no lo digo por mí, que me paso demasiadas horas trabajando, es una maldición mía. Pero si vamos a salir de esta pandemia más vagos de lo que entramos…
Esta crisis, ¿le ha vuelto más humanista o más misántropo?
Pero, ¿por qué? Con todas las personas que ha matado este virus… ¿qué más le estamos pidiendo? ¿Que salgamos más perezosos, menos misántropos…? No, hombre. Lo único que hay que hacer con esto es que la vida tenga un aspecto decente. La vida con mascarilla no es una vida decente. El común de los mortales a lo mejor aprende algo, que es a lavarse las manos antes de comer, que me parece que la gente no lo tenía muy claro.
Lo digo con pleno conocimiento de causa, porque yo me las lavo mucho, hasta el punto de crearme eccemas lamentados por mi dermatólogo, pero así me lo enseñaron de pequeño. Tan preocupada que estás por las consecuencias culturales de la enfermedad, te adelanto que esa será la gran consecuencia: que la gente se lavará las manos antes de sentarse a la mesa y después de salir del lavabo.
Le veo bastante pancho, como si no estuviéramos ante una situación inédita.
También fue inédito que el Madrid le metiera once goles al Barcelona. No me preocupa que sea inédita. Me preocupa que se ha llevado a miles de viejecitos y a un puñado de jóvenes. Me preocupa que la muerte, nuestra infecta enemiga, haya ganado batallas importantes.
¿Cree que los ciudadanos españoles han mostrado responsabilidad individual? ¿Qué valor le da a ésta?
Le doy todo el valor del mundo, pero no es el caso de los españoles. Los ciudadanos españoles lo único que han hecho ha sido obedecer, como han hecho siempre, como obedecían a Franco. Contrariamente a lo que se piensa, España es un pueblo obediente, temeroso de dios y de la autoridad. La responsabilidad individual, que consistía en lavarse las manos, la han practicado bastante poco. O mantenerse a una distancia prudencial en medio de una epidemia. O tener en cuenta que durante un tiempo no puedes reproducir tus hábitos de siempre. Eso es responsabilidad individual. Obedecer es otra cosa… ahora quieren que las parejas que se han pasado toda la noche follando vayan en un coche en diagonal. Es ridículo. Es propio de gente muy obediente, tan obediente que eligen a una persona del tamaño de Sánchez.
No es muy cariñoso usted, no le perturba el tema de la distancia física.
Pero bueno… yo soy extraordinariamente cariñoso, soy muy afectuoso, incluso algo tocón. Pero soy un hombre mayor ya y no quiero que me metan en la cárcel, ¿sabes? Cada vez toco menos. En mi juventud, cuando las muestras de afecto con las chicas eran más permisivas, era otra cosa, pero ahora nos gobiernan las monjas, y las monjas imponen sus hábitos. Me he moderado, claro, pero tocón he sido mucho. Ahora ya los viejos tocones dan un poco de asco.
¿Qué idea tiene ahora mismo de la libertad?
Bueno, es que estamos metidos en casa para que no entre el virus, porque es lo único que se nos ocurre, no es una cuestión que tenga que ver con la libertad. Hay unos idiotas por el mundo protestando por si nos van a geolocalizar, que si a través de apps… esos idiotas están preocupados por eso, pero es extraordinario porque se quejan de ello encerrados. ¿Más geolocalizado que está usted, en su casa? Hay un debate interesante aquí: la juventud del mundo (países inteligentes como Taiwán) han controlado a sus ciudadanos como dios manda, han aislado los brotes y han impedido que estos circularan.
Pero nosotros somos más tontos y más viejos, somos la vejez de Europa, unos carcamales. Sólo se nos ha ocurrido encerrarnos todos en nuestras casas. Sánchez presume de ello. Hay gente que está en casa y no se sabe ni por qué, porque no están infectados, están sanos, podrían trabajar y meter en casa a los mayores de sesenta años, yo incluido. Pero no: jóvenes y viejos, y hemos parado el país. Somos ignorantes.
Ni siquiera sabemos de verdad cuánta gente está infectada y cuánta gente ha muerto por el virus. Esto es un fracaso general de la especie, pero debo matizar que hay un agravante español que no entiendo por qué los periódicos de este país no sacan todos los días en un cintillo: “España es el país del mundo que tiene más muertos en razón de sus habitantes”. ¡Somos los primeros en algo! Es extraordinario…
¿Reforzará esta crisis nuestra idea de colectividad? ¿Empezará a estar mejor vista la palabra “España”?
De los españoles se puede esperar cualquier cosa. Estamos ante un fracaso colectivo español, los que decían que era el mejor sistema sanitario del mundo… y cono un gobierno innovador por antonomasia… es el fracaso colectivo de la asistencia geriátrica española. Nos llenamos la boca sobre “¡ah, cómo tratamos a nuestros viejos! Y cómo nos han salvado ellos las pensiones…”. Mentira: los viejos en España mueren sin saber de qué mueren, como en otras partes, no digo que aquí sea efectivamente el único lugar donde esto pasa, pero aquí pasa, eso es seguro, y en mayor medida de lo que pasa en otras partes. Yo quiero que me responda el gobierno español a una pregunta muy simple: ¿por qué España es el país que tiene más muertos por habitante? Quiero respuestas a esa pregunta. Soy un ciudadano español y antes de reforzar mi sentido de la comunidad quiero saber eso: por qué somos los primeros.
Una canción, una película y un libro para resistir en cuarentena.
¡Si la gente sólo utiliza Whatsapp…! Bueno. Una película. Todas las de Rohmer. Están en Filmin, que le han hecho una celebración por su centenario y se han recuperado películas que están muy bien, muy ordenaditas todas, muy monas. Rohmer es estupendo porque ofrece mucha conversación y la gente lo que quiere es conversación.
Yo ahora estoy leyendo a Popper, que es un filósofo cuyas relaciones con la ciencia son modélicas. A Popper no lo había leído a fondo, había leído algunas cosas, pero ahora estoy en ello y realmente es muy recomendable. También te digo que no hace falta que venga una pandemia para leer a Popper o ver las películas de Rohmer, yo lo haría igual sin que un bicho hubiese matado a tantas personas, pero bueno.
Y recomendación musical… solamente escucho cosas que ya he escuchado, todo lo demás es… (chasquea). La Macanita. Es la mejor cantante de flamenco viva. Una jerezana maravillosa. Una canción que tiene llamada Adiós tristezas. Esa, por si la gente está triste, está bien.