Carlos Ruiz Zafón fue un escritor-amigo: uno de esos tocados por la gracia de la ligereza y el entretenimiento, uno de esos que generaba verdaderas pasiones adictivas en sus lectores, uno de esos que uno siente cerca, sin conocerle, pero intuyéndole muy bien; porque él nos regaló, hace casi veinte años, un libro icónico, enigmático, romántico, medio gótico, una novela que arranca en los últimos destellos del Modernismo y llega hasta los terribles años de la posguerra española.
Un libro donde Barcelona, su querida Barcelona, funciona como un personaje más que se revela a trompicones, a veces real y a veces ficticia, hermosa siempre, llenísima de sortilegios y posibilidades. Un libro bendito que contaba una historia trepidante -inolvidable, quizás algo adolescente- sobre los libros malditos.
Un libro, La sombra del viento, que se instaló con pasmosa naturalidad en nuestra vida, un libro mítico que pasó de mano en mano y de conversación en conversación hasta convertirse en un superventas mundial, como un fenómeno imparable. Más de quince millones de ejemplares vendidos en 36 idiomas diferentes. La sombra del viento es la primera entrega -indudablemente, la más potente- de un ciclo de cuatro obras interconectadas: después de este boom, llegó El juego del ángel, El prisionero del cielo y El laberinto de los espíritus, aunque con menor resonancia.
Zafón es nuestro amigo lejano porque él nos presentó -en ésta, su obra central- a Daniel Sempere, y él nos llevó, de la mano de su padre, al Cementerio de los Libros Olvidados, y por él nos movieron las intrigas de Julián Carax, y por él nos acercamos a su trupe imaginaria: Fermín, Isaac, Nuria, Tomás y Beatriz Aguilar, Clara Barceló y Penélope Aldaya, entre tantos otros. Es probable que ningún otro escritor español haya sido leído tanto, con tanta voracidad y con tanto entusiasmo, como Carlos Ruiz Zafón, que se nos ha ido a los 55 años, con millones de cuentos dentro aún sin escribir.
El autor sabía mucho de amor. Sabía del destino. Sabía de decepciones y de azares, de secretos y de juicios morales, sabía hasta de la muerte, que hoy, terriblemente, se lo ha llevado -"La muerte tiene estas cosas: a todo el mundo le despierta la sensiblería"-. Pero, fundamentalmente, Carlos Ruiz Zafón sabía de libros y sabía de sus poderes mágicos, de sus trascendencias, de los espíritus que guardan.
Ahí arranca verdaderamente la historia de La sombra del viento: “Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte”, escribió. Por eso hoy recordamos algunas de las mejores frases que nos dejó su novela medular. Por eso la mejor manera de despedirnos de él será, siempre, volver a leerle, y hacer fuertes sus novelas pasándolas a las manos de quien corresponda.
1. “Odiar de veras es un talento que se aprende con los años”.
2. "Si me hubiera parado a pensarlo, hubiera comprendido que mi devoción por Clara no era más que una fuente de sufrimiento. Quizás por eso la adoraba más, por esa estupidez eterna de perseguir a los que nos hacen daño".
3. "París es la única ciudad del mundo donde morirse de hambre es todavía considerado un arte".
4. "Hay decepciones que honran a quien las inspira".
5. "El destino suele estar a la vuelta de la esquina. Como si fuese un chorizo, una furcia o un vendedor de lotería: sus tres encarnaciones más socorridas. Pero lo que no hace es visitas a domicilio. Hay que ir a por él".
6. "Nunca te fíes de nadie, especialmente de la gente a la que admiras. Ésos son los que te pegarán las peores puñaladas".
7. "Alguien me dijo una vez que en el momento en el que te paras a pensar si quieres a una persona, ya has dejado de quererla para siempre".
8. "Genio y figura: No hay genio sin figura; ésa es la triste realidad de estos tiempos faranduleros".
9. "Este mundo no se morirá de una bomba atómica como dicen los diarios, se morirá de risa, de banalidad, haciendo un chiste de todo, y además un chiste malo".
10. "Es que la gente es mala... Mala no, imbécil, que no es lo mismo. El mal presupone una determinación moral, intención y cierto pensamiento. El imbécil o cafre no se para a pensar ni a razonar. Actúa por instinto, como bestia del establo, convencido de que hace el bien, de que siempre tiene la razón y orgulloso de ir jodiendo, con perdón, a todo aquel que se le antoja diferente a él mismo, bien sea por el color, por creencia, por idioma, por nacionalidad, o por sus hábitos de ocio. Lo que hace falta en el mundo es más gente mala de verdad y menos cazurros limítrofes".
11. "El hombre más sabio que jamás conocí, Fermín Romero de Torres, me había explicado en una ocasión que no existía en la vida experiencia comparable a la de la primera vez en que uno desnuda a una mujer. Sabio como era, no me había mentido, pero tampoco me había contado toda la verdad. Nada me había dicho de aquel extraño tembleque de manos que convertía cada botón, cada cremallera, en tarea de titanes.
(...)
Nada me había dicho de aquel embrujo de piel pálida y temblorosa, de aquel primer roce de labios ni de aquel espejismo que parecía arder en cada poro de la piel. Nada me contó de todo aquello porque sabía que el milagro sólo sucedía una vez y que, al hacerlo, hablaba un lenguaje de secretos que, apenas se desvelaban, huían para siempre. Mil veces he querido recuperar aquella primera tarde en el caserón de la avenida del Tibidabo con Bea en que el rumor de la lluvia se llevó el mundo".
12. "Tenía diecisiete años y la vida en los labios".
13. "Recuerde: corazón caliente, mente fría. El código del seductor".
14. "El modo más eficaz de hacer inofensivos a los pobres es enseñarles a querer imitar a los ricos".
15. "Lo bueno se hace esperar. Hay pardillos por ahí que se creen que si le ponen la mano en el culo a una mujer y ella no se queja, ya la tienen en el bote. Aprendices. El corazón de la hembra es un laberinto de sutilezas que desafía la mente cerril del varón trapacero. Si quiere usted de verdad poseer a una mujer, tiene que pensar como ella, y lo primero es ganarse su alma. El resto, el dulce envoltorio mullido que le pierde a uno el sentido y la virtud, viene por añadidura".
16. "Quiero volver a ser un hombre respetable, ¿sabe usted? No por mi, que a mi el respeto de este orfeón de monas que llamamos humanidad me la trae flojísima, sino por ella".