El periodista y escritor Fernando Delgado -que dirigió Radio 3 y RNE, que fue consejero de Administración de RTVE, que ganó un Premio Planeta, y el Azorín, y el Benito Pérez Armas- ha escrito un libro expectorante bautizado como Todo lo que necesita ser dicho (Planeta).
Lo de “bautizado” no es casual, porque esta obra -una mezcla de ensayo, periodismo literario, crónica y memorias, de todo un poco- trata sobre el amor libre y devoto, sobre la doble moral sexual y las costumbres de la Iglesia Católica. Sobre la homosexualidad y el matrimonio gay, sobre los guardianes de la castidad, sobre el abuso de menores, sobre las monjas eternamente martirizadas, condenadas a los márgenes de una institución patriarcal, ¡y eso que de Dios no sabemos ni el sexo!
Él, a su libro, lo llama “el diario de un mirón”, pero es un mirón con el lápiz afilado. “A veces uno cree oír de Dios lo que le conviene y en lugar de ser Dios el dueño de uno, se convierte uno en el dueño de Dios”, desliza en una de sus páginas. Dice el autor a este periódico que él “cree y no cree”, que cree por las mañanas y no cree por las tardes. “Hay una cosa misteriosa verdaderamente en mi condición humana sobre la propia creencia de dios, y es que se ha ido saturando, limitando en muchas ocasiones. En cambio, fíjate: tengo confianza en Jesucristo. No ya en Jesucristo como hombre de fe, sino en lo que ha significado en nuestras vidas, en lo que ha significado como lección”, relata. “En ese sentido, soy un cristiano sin Iglesia y un socialista sin partido”.
Delgado cree que, de existir, a dios le daría “probablemente” vergüenza la Iglesia que se ha montado aquí abajo. “No tendría nada claro lo que está pasando, él no es responsable de esta jauría”, sostiene. “Realmente la Iglesia católica y romana es una Iglesia muy depauperada, deteriorada, con unos prelados de poca fe, en muchos casos, y, por lo tanto, maltrecha. No está purificada, la Iglesia. Está hundida en lo económico, en lo social y en lo evangélico. No hay más que ver en los libros e investigaciones que se tienen al respecto que se da una imagen de la Iglesia romana… como un puterío de Levante”.
La Iglesia y el sexo
Yendo al grano: ¿qué problema tiene la Iglesia con el sexo? O, mejor dicho, ¿es un problema con el sexo o un problema con el placer? “Son una misma cosa, el placer tiene mucho que ver con la naturaleza. Pero el sexo, además, durante mucho tiempo, ha sido un sexo ordinario, malatrevido y bárbaramente masculinizado, mediante el que se ha ejercido mucha violencia de género hacia la mujer”, explica.
¿Y qué hay del seno de la Iglesia y de la hipocresía que él denuncia? “Hay mucha prostitución masculina ahí dentro, más que femenina. Mira las monjas: son unos personajes que han sido relegados, han sido utilizadas, limitadas. Ellas son mujeres verdaderamente entregadas a dios, nada fornicadoras; los curas sí son más prostitutos. Curioso, ¿no?”.
Continúa: “Las monjas siempre han sido recatadas, en sus conventos, en sus misiones. Los curas se proyectan más entre las seglares y las de fuera. ¡Pero ellas…! Tienen una capacidad de amor realmente extraordinaria que no se encuentra en el seno de la masculinidad católica. Podrían ser obispas, sacerdotisas, podrían dar misa o lo que les diera la gana”, cuenta.
“En ese sentido, la Iglesia está obsoleta. Es una cosa irredenta. Desde la propia creencia en dios, el dios trinitario, el dios absoluto que por lo visto tenemos… ¿es mujer u hombre? ¿Quién sabe si Adán es hombre y Eva es mujer? No sé qué nombres tenían esas dos criaturas de la naturaleza en los orígenes. ¿Dios es dios o diosa?”, lanza. “Puede ser todo. Pensar que Dios es la masculinidad absoluta y la que lo genera todo, desde el punto de vista del creyente, me parece una barbaridad. Dios es amplio e integrador, contiene todos los sexos”.
Hipocresías ideológicas
Recuerda que es una “atrocidad” que haya “curas que hayan abusado de los chicos”: “De los chicos, sí, y de las chicas no, porque ellas han ido más a colegios de monjas y las monjas no son nada prostitutas. Las monjas han sido mujeres muy libres, muy valientes, y los curas… han sido otra cosa”.
En su libro se refiere también al caradurismo de esa izquierda que se ha opuesto históricamente a leyes progresistas -como el divorcio o el matrimonio homosexual- pero después ha disfrutado de ellas y las ha aplicado en su propia vida: “La derecha es muy católica pero poco comulgante, cada vez menos. A veces, atrevidamente comulgante, aunque no tiene gusto por la confesión. Los confesionarios están bastante vacíos. Les da lo mismo ir a misa y después hacer la barbaridad que sea, en el campo del sexo, de la economía o en los ámbitos verdaderamente prostitutos de la sociedad”.
También llama a la izquierda a hacer “las paces” con la Iglesia, con la que en principio cree que debería comulgar más, por valores. “Hay católicos de izquierdas que querrían identificarse con la Iglesia y no pueden, no pueden porque no les dejan. La Iglesia es una empresa devaluada y desvergonzada, pero bueno… seguirá siendo siempre una empresa”.