Els Joglars contra el independentismo: "Es una revolución de señores que piden ayuda al pueblo"
La emblemática compañía presenta en los Teatros del Canal 'Señor Ruiseñor', un alegato contra las patrias y comentan: "Se nos había olvidado que tenemos ministro de Cultura".
2 septiembre, 2020 02:44Noticias relacionadas
Esta es la historia del pintor Santiago Rusiñol, aquí Señor Ruiseñor, para ustedes en la Sala Verde de los Teatros del Canal del 2 al 20 de septiembre: su fascinante figura sirve a una sátira política de pura cepa de Els Joglars que juega con Franco, Jordi Pujol, Felipe González, Salvador Dalí o Pasqual Maragall. El arte contra los fanatismos. La última lucha por un mundo que ya no es, o que una modernidad mal entendida -y llena de sentimentalismos patrióticos y nacionalistas- no deja que sea.
Aquí una Cataluña que ya no existe. Ahora todo son nuevos héroes, mitos adulterados, cuentas chungas con la historia. Fantasías de grandeza. Delirios de las élites. Como dice el dramaturgo Ramón Fontserè, que además de dirigir la obra también encarna al artista, “el independentismo es una revolución de los señores que piden ayuda al pueblo”.
Habla Ramón de Rusiñol, eso sí, con mascarilla en la cara y recordando que el teatro es casi un búnker de seguridad: “Era un ciudadano, un pintor, un artista magnífico destinado a ser el heredero de una fábrica textil. Sus padres murieron muy jóvenes y él escoge el camino del arte, de la libertad, ¡a escondidas!, porque a su abuelo no le gustaban los artistas”, cuenta. “Era un hombre de espíritu renacentista, coleccionista de hierros antiguos, dramaturgo, poeta, actor, un ser lleno de anécdotas que oscila entre el humor y la ironía más brillante sin dejar de compaginarlos con la melancolía y los períodos de retiro. Después de ellos, siempre volvía a la carga”.
El catalán cosmopolita
Dice Fontserè que este artista representa a un “catalán cosmopolita, abierto”, y que encarna “la introducción a la vida sexual, a la belleza y al arte”:”Él sólo comulgaba con el arte. Reivindicaba el arte como patria universal frente a las patrias identitarias. Y este espectáculo, además de la sátira, transmite también esa belleza, con una escenografía funcional, elegante, mínima”. Hay sencillez, y música, y hondura. Y juego, mucho juego. “Para mí el teatro es jugar, como cuando de niños jugábamos a vaqueros e indios”.
La historia surge a partir de la anécdota del jardinero que está a punto de jubilarse, que tiene “mucha artrosis” y al que ponen “en el museo de Santiago Rusiñol para que haga unas visitas teatralizadas”: “Esa es la excusa para la obra, para el teatro. Ahí se da cuenta de que nada de eso interesa, de que es antiguo, de que no aporta nada a la nueva sociedad catalana, que sólo está preocupada por montar un museo para sus símbolos identitarios”.
Y continúan los implicados: “El personaje de Rusiñol le cambia la vida y acaba abanderando una batalla individual para que ese museo no se cierre, mientras hay una serie de personajes que intentan levantar el museo de la identidad cerrando el de Santiago, abrazándose a una ‘pieza capital’ que es ‘el gran cráneo’, al que llaman ‘nuestra Gioconda’. Una sátira total que llega al esperpento, aunque en este caso la realidad supera al esperpento”.
Contra las patrias
Es una obra que reivindica los placeres baratos de Rusiñol frente “a la locura catalana independentista”: “Queríamos desquitarnos mediante el humor porque ya sabemos que todos los nacionalismos se miran el ombligo, así que intentamos abrir fronteras e ir contra las patrias: Rusiñol, antes que todo eso, prefiere un fragmento de Dante o un cuadro de Velázquez o El Greco”. Hay humor, mucho humor. Humor para recuperar el sentido común.
¿Creen que esta pandemia diluirá las identidades, las patrias, los nacionalismos de todo tipo -en este caso, el catalán-? “Pues mira, en lo que respecta a mi comunidad, el presidente este que tenemos -aunque sólo se permiten reuniones de diez personas- convoca una bula papal para el día de la Diada. Es una huida completa de la realidad. Es un delirio que va a continuar, porque se ha convertido en una cuestión religiosa, de fe. Yo no soy optimista en esto”, explica Ramón.
¿Y el ministro de Cultura?
Bueno, ¿y dónde está el ministro de Cultura y qué esperan de él? Estupor. “Es un ente abstracto. Hace poco el primer ministro de Francia dijo ‘vayan al cine, vayan al teatro’, ¡con un par…! Y aquí estamos nosotros, que no sabemos dónde está nuestro ministro”, replica. “Ni siquiera da el mensaje que debe ser transmitido, y es que en el teatro aplicamos al máximo todas las medidas de seguridad. ¡Al menos que haga gestiones o algo, que hable con los responsables de Sanidad para que se amplíe el porcentaje de aforo! No todo es fútbol”.
La dramaturga Dolors Tuneu nos cuenta una anécdota: el otro día, una compañera del sector cultural le decía que cuando pregunta por ahí el nombre del ministro de Cultura, “casi nadie se lo sabe”: “No nos es familiar, claro. Se echa en falta”. Alberto Castrillo, por su parte, recalca que “nos ha defraudado muchísimo, se me había olvidado que tenemos un ministro”.