¿Y si tu pareja te pusiera los cuernos con tu mejor amigo?: el Nobel Harold Pinter llega al Kamikaze
'Traición', el clásico del Nobel Harold Pinter, está en Madrid hasta el 4 de octubre, dirigido por Israel Elejalde y con un magnífico Raúl Arévalo.
10 septiembre, 2020 01:41Noticias relacionadas
Tras tantos meses de vacío, tras el silencio elocuente del ministro de Cultura, tras largas y espesas semanas sin abrirse el telón, sin escucharse el resonar de los aplausos, sin el bullir nervioso en los asientos antes del comienzo de la obra, habemus teatro y la gente lo sabe: la noche del martes el Kamikaze estaba lleno, o, mejor dicho, lleno dentro de sus posibilidades, ordenando los asientos de dos en dos y siempre con espacios entre cada pareja; tomando la temperatura a la entrada, ofreciendo al pasar gel hidroalcohólico, respetando -el público- no quitarse las mascarillas en ningún momento.
El teatro es seguro y, como sabrán sus adeptos, necesario: fue emocionante ver las luces de neón rezando Traición, del Nobel Harold Pinter versionada por Pablo Remón y dirigida por Israel Elejalde, con Irene Arcos en el papel de Emma, un soberbio Raúl Arévalo haciendo de Robert y Miki Esparbé como Jerry. Una hora y 25 minutos de teatro, otra vez: bienvenido sea.
Pinter -mítico dramaturgo, guionista, poeta, actor, director y activista político inglés, influyente caballero, como pocos- se sintió incomprendido con este texto suyo allá cuando lo estrenó en el Lyttelton en 1978 con Michael Gambon, Penelope Wilton y Daniel Massey dirigidos por Peter Hall. La crítica prácticamente se comió a la que después sería una de sus obras más populares, y, sospechosamente, una de las más alejadas de su estilo: ¡pecó de sencilla!
La acusaron de “obra menor”, de se “demasiado concreta” y de carecer de enigmas. Nada de eso es, en el fondo, falso: la trama es clara, los personaje son reconocibles y el mensaje viene amasado por la sociedad. Se trata de la mentira, de la la vil mentira, del engaño grueso y del minúsculo, de las oscuras y subterráneas intenciones que se esconden bajo cada uno de nuestros gestos, de las debilidades que ocultamos echándole a la actitud capas y capas de vanidad y altivez. Ojo, que el propio Pinter había vivido todo eso en sus propias carnes, víctima de un adulterio.
El relato nos resulta, si no familiar, nada extravagante: Emma (galerista de arte) y Robert (editor) son pareja desde hace diez años, pero ella es amante desde hace siete de Jerry (agente literario), amigo de ambos, que, por cierto, también está casado y también tiene hijos. Dramitas afectivos entre intelectuales de Hampstead que bordean algo más hondo: no más que la naturaleza humana con sus volantazos y caprichos, con sus deseos frustrados. Es una puñalada clásica en la historia de la literatura y de la vida misma: la del amigo de toda la vida y compañero de trabajo -¡hasta padrino de la boda!- que cruza la línea con la esposa de su compadre.
Sobre la hipocresía
Aquí un cuento sobre la hipocresía. Sobre el “hacer como que no pasa nada”. Sobre el dejar que pasen los días, los conflictos, las heridas, sobre esperar que todo seque, que todo se minimice, que deje de doler. Pero es imposible esconderlo todo debajo de la alfombra y los cuchillos verbales vuelan, llenos de ironías y cargados de la rabia de los dobles sentidos.
En esto Raúl Arévalo es el maestro, el que se merienda el escenario entero con su presencia afilada: no sólo porque cada traje de los setenta le sienta como a un guante, sino porque exhala continuamente un enigmático aire gángster, una suerte de violencia a punto de explotar, una clase arrolladora a la hora de moverse, de expresarse, de acercarse como un ser temible a Emma y a Jerry, que se apartan nada más ven llegar su aura oscura.
Si la obra merece la pena por algo, es por él. Arévalo retrata magníficamente al hombre presuntamente feroz pero que en el fondo tiembla de debilidad, al que acorrala a su mujer pero luego la abraza, temeroso, al que se jacta delante de su amigo de haberle dado a Emma “un par de hostias” cuando le ha “apetecido”, pero nunca por una cuestión de celos.
Es una vieja masculinidad interesante que alcanza su punto álgido cuando Robert se entera, estando en Venecia con su esposa, de que ella lo ha engañado con su mejor amigo al leer, por error, una correspondencia de los amantes. Entonces empieza a bromear perversamente sobre el torpe correo italiano para no revelar su sangrante dolor.
El fracaso de Robert no es sólo afectivo y sexual, sino que es profesional: se siente un “editor de mierda” incapaz de descubrir “nuevos talentos”, y, al final, como Jerry, también acaba vendiéndose al autor malo en el que reside la pasta -ahí un tal Casey, que acabará siendo el nuevo amante de Emma: un follón-.
Tráfico de principios
Hay un tráfico de principios aquí, una transacción de valores morales, una bestial pérdida de la inocencia. ¿Cómo hemos llegado hasta este punto, qué ha hecho con nosotros el cinismo? Un dato importante es que la obra está contada al revés: arranca en el final, con un encuentro en un pub entre Emma y Jerry, que ya no están juntos, y va regresando, en escenas secas y desangeladas, al comienzo de la historia: una nochevieja en la que Jerry le juró cosas que después no cumpliría.
Este es el personaje más irritante, sin duda, un tremendo vanidoso y un gran cobarde, el que más cómodo se siente en la mentira y en el ocultismo. Un tipo incapaz de amar con todas las consecuencias. Un tipo que se ama muy bien a sí mismo, pero que pasa con acojonante ligereza de su yo pasional a su yo gélido.
El espectador se encontrará en uno de los tres protagonistas: pero lo cierto es que sólo hay uno, uno, dispuesto de verdad a cambiar de vida, dispuesto a rascar la honestidad brutal aunque medie un sacrificio. Ya lo verán ustedes.