“Destrocé mi cara tremenda / frente al espejo / te amo -me dije- te amo / te amo a más que nada en el mundo”, escribe Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) en Tu vida rompiéndose (Lumen). Una vez, en el 75, se quemó a sí mismo la mejilla con hierro encendido, de pura psicosis, de pura angustia vital, de puras ganas de empezar de nuevo como un bebé en el ancho mundo, y gritó y rabió y aún así se amaba.
Amamos nosotros también a Raúl Zurita, al poeta torturado y encarcelado por Pinochet, al poeta político, íntegro y siempre en pie, al poeta que creyó que el capital estaba poseyendo las palabras y les devolvió la dignidad del significado, al poeta que creció pobre, muy pobre, junto a una abuela que le leía a Dante, al poeta que escribió en el desierto de Atacama “ni pena, ni miedo” y en el cielo de Nueva York su poema de La vida nueva trazado con aviones -y eso qué-.
“Tampoco me olvido del color del pasto / cuando me querías ni del azul / del cielo acompañando tu vestido nuevo / perdonaré tus devaneos / apartaré de ti mi rabia y rencor / y si te encuentro nuevamente, en ti me iré amando / incluso a tus malditos cabrones”, disparó en Anteparaíso.
Le queremos mucho a Zurita, con su aspecto austero, con su cráneo alargado y su barba blanca de buen tipo, de tipo cansado, de tipo alto y bello y con la cara rajada, rajada por la vida. Lleva un reloj más viejo que el tiempo y pide un café solo en la mesa del hotel Preciados en la que le encontramos; quiero verle el rostro entero de una y no puedo -viste la mascarilla-, pero algún segundo se la baja como jugueteándola.
Habla bajito y velocísimo, medio enredado, como si murmurara cosas importantes, secretos, profecías, como si recitase pasajes bíblicos -“pero qué libro tan maravilloso ese, y cómo me gustan los Evangelios”, comenta-. Ha venido a Madrid a recoger su Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y está locuaz, generoso, iluminado.
La poesía política
Cuenta que la poesía no tiene “el deber” de mojarse políticamente: “Basta con que tengas una tarea para que…”, chasquea. “Una tarea anula todas las demás y eso es el fascismo. El fascismo es decir esto y no lo otro. La poesía no es ni íntima, ni social, ni política: sólo tiene el deber de ser una gran poesía. Si es gran poesía puede ser leída en voz alta frente al mar o en voz baja frente a alguien que está muriéndose”, revela.
Ahora que su pueblo chileno se ha tirado a las calles para exigir sus derechos, ¿cree Zurita que una revolución es posible? ¿Por qué medios? “Ojalá sí lo sea. Yo quiero una revolución precedida de las menores violencias posibles. Sueño con la revolución normalmente. Creo en una sociedad sin clases y a eso debemos aspirar”, cuenta. “En Chile nos dimos cuenta de que si no hubiera habido ese grado de violencia, no hubiera pasado nada. Nadie cede el poder tranquilamente. Sin violencia es difícil que se remezclen las cosas, que cambien. Pero ojalá esa violencia no sea mucha”.
P.- ¿Sigue siendo usted comunista? ¿Se puede ser comunista en 2020?
R.- Soy un comunista en 2020.
P.- ¿Y cómo se hace eso, cómo se ejerce?
R.- Yo creo que en Latinoamérica no es nada extraño cuando ves las injusticias seculares, las terroríficas diferencias sociales, las personas que mueren de hambre mientras otras viven en la opulencia más absoluta… lo lógico es ser comunista.
Dice Zurita que el arte sirve para combatir “el lenguaje del capital”: “Ahora ninguna palabra dice lo que dice, ninguna imagen muestra lo que muestra, ninguna frase significa lo que significa. Como los eslóganes. Hay que desmontar todo eso y sacarle el verdadero sentido a las palabras, porque es tremendamente peligroso que ese lenguaje nos invada”.
El machismo en la poesía
P.- ¿Cree usted que el mundo de la poesía ha sido machista?
R.- ¡Por supuesto que ha habido machismo, no tengo ninguna duda! Ha habido muchas mujeres poetas sobresalientes que han sido apocadas o apartadas definitivamente por ser mujeres. ¡No está tan lejana la época de la quema de brujas…! Sí creo que están en todos los planos y en el artístico también, muy fuerte.
P.- ¿Y si hacemos una revancha histórica?
R.- Bueno, entiendo que puedan querer una revancha histórica, estarían en todo su justo derecho. Ahora, yo creo que el mundo será femenino y masculino o no será. Masculino y femenino con todos los grados que hay entremedio: el mundo tiene que ir con todas las opciones personales, sexuales, políticas… y mientras tú no violentes a otro, está todo bien.
Al poeta le gusta leer a Idea Vilariño. “Es una maravilla. Era tan buena como Onetti y sin embargo ese machismo estuvo ahí…”, resopla, y comienza a recitar en alto su poema más crudo e inolvidable, Ya no: “No te veré morir”, paladea, con cierto desapego. Y rápidamente se repone de la traza de nostalgia: “Pero yo creo que en la gente más joven todo esto está cambiando, ya los tipos comparten lo del lavar los platos, tengo esa sensación”, guiña.
El Neruda violador
Como admira tanto a Neruda, le pregunto por ese episodio sangrante y horrible de su biografía: cuando confesó que había violado a una mujer pobre que ejercía de sirvienta. “Anne Carson dijo algo extremadamente sabio: menos mal que no sabemos nada de la vida personal de Platón. ¡Si ahora prohibimos a Platón se nos cae todo, se nos cae Occidente, lo que estamos hablando ahora…! Sería una confusión tremenda… radical… Neruda fue un violador sin duda y no se jactó, se arrepintió. El tipo lo dijo y se sintió pésimo con la chica de Indonesia. Se sintió lo peor, literalmente, y nunca más. Eso está dicho”, cuenta.
Y continúa: “Yo he vivido en un país y un continente donde la mayor parte de los hijos son producto de violaciones. Del conquistador a la conquistada, del español hacia la india. Neruda es el mejor poeta en lengua castellana para mí. Ahora quieren derribar su nombre y alzar a Gabriela Mistral, que es muy buena, pero no es Neruda. Soy nerudiano. Es un genio. Y si Neruda hubiese sido mujer me hubiese importado un pepino, habría sido una gran poeta igual”, zanja.
Reconoce el genio que a él le “revienta la palabra poeta”: “¡Ay, poeta…! Hay una serie de cosas que están asociadas a la palabra poeta que no me gustan para nada. Esa pose, ¿no? Se supone que uno tiene que escribir con rima y a la luna. Toda esa obsesión… hay un manoseo, por supuesto, de esa palabra. Pero hasta el momento no veo con qué se pudiera reemplazar. Nicanor Parra se llamaba a sí mismo ‘antipoeta’. Estuvo justo, estuvo bien, fue un gran hallazgo… pero también espero que la escritura vaya más allá de los nombres que se le asignen, que la constriñen, por así decirlo”.
Amor, dios, sexo, muerte
P.- ¿Qué sabe usted del amor que no sabía con dieciocho años?
R.- Esa pregunta sí que no me la hicieron nunca. Vas acumulando desilusiones, decepciones… pero sabes que una vida sin amor es una muerte sin vida. Hay gente que no ha vivido la experiencia de ser amado o amada, en serio, por allá están, los he visto, y yo les deseo que vayan derechos al cielo para compensárselo. El amor será un cliché, pero es el cliché más importante del mundo.
P.- ¿Cuántas veces se ha enamorado?
R.- Ah, eso es más difícil…
P.- ¡Eso es que son muchas!
R.- O muy poquitas. No sé. Dos veces, ponle. No, no sé. Sí sé que puedes vivir con una persona quince años y a lo mejor no amaste a esa persona y con otra puedes pasar un segundo y sí la amaste. Yo adoro a mi mujer, con ella estoy desde hace veinte años. Con ella, en cierto sentido… ahí, ahí me salió la muela del juicio. Me alegró mucho amarla y quererla. Creo que el amor más importante no es el primero, es el último.
P.- Sí, leí que uno de sus libros se lo dedicó diciendo: “A Paulina Wendt, con quien moriré”.
R.- Sí. Todo dicho. Ojalá que sea así. Es siempre un deseo, porque, ¿qué sabe uno? Yo quiero morir con ella. Esto de la pandemia me asusta porque puede no ser así. Uno quiere coger su mano, pero... son muertes en soledad. No me asusta la muerte en sí. Es tonto temer a la muerte en cuanto que es inevitable.
P.- ¿Cuál es su relación con dios?
R.- Dios es… cuando todo se ha derrumbado a tu lado, tu amor, tu vida, tu religión, tu política… hay un hilo infinitamente tenue que te hace pasar de este momento al otro, de este momento al otro, de este momento al otro. Eso es dios, no más. Se puede decir que soy un ateo cristiano.
P.- ¿Cree usted que hemos perdido misticismo en el mundo moderno? ¿Que es todo demasiado… práctico, demasiado medible?
R.- Creo que no es tan distinto a los mundos anteriores. Siempre ha habido castas dueñas de casi todo. La revolución, incluyendo la comunista, han sido un fracaso porque precisamente han transformado a los dominadores en otros. Pero la dominación sigue siendo la misma. Es siempre la explotación de unos seres humanos por otros: esa ha sido la regla hasta hoy.
Sueño con que eso sea corregible, por eso soy un comunista. Ahora, que se vaya a cumplir… ojalá me dieran 400 años más para poder comprobarlo, pero por ahora no me queda solamente el sueño y la esperanza de que alguien que venga lo vea. Me gustaría tener el inmenso placer de ver caer a los tiranos, aunque no me gusta que agarren a patadas a nadie en medio de la calle, ni al tipo más malo de la tierra. Nunca me han gustado los linchamientos.
P.- Hablábamos antes de la revolución, de la muerte y del amor, pero, ¿qué importancia tiene el sexo en la vida?
R.- ¡Guau! El sexo es muy importante, por supuesto, en mi vida y en todas partes, en la poesía. Había un poema de Ginsberg que decía algo como: yo lo que necesito ahora es poner mi mano sobre tu rodilla y que seas hombre o mujer qué me importa. Es la sensación de que alguien pone su mano sobre tu rodilla, ¿ah? Súper. Es hermoso, sí. Es crucial para todos los seres humanos, el sexo. Y cuando falta esa dimensión... debe ser triste. Es antinatural. Los curas ya vimos por dónde han ido: es atroz. Las pasiones se tienen que encauzar, no se pueden reprimir. Está en ti. Naces sexuado, mueres sexuado. Tu sexo va evolucionando con la edad.
P.- ¿Cómo es el sexo en la vejez?
R.- ¿En la vejez? Interesante.
Guarda un silencio gamberro. ¿O elegante? Mastica la chocolatina que viene con el café. Piensa en un cigarro: lo dejó hace años, acompañando a un amigo que iba a hacerlo. Alejandro Zambra, el poeta, sin ir más lejos. “Bastante menor que yo. Luego él volvió porque se separó, pero yo me tomé unas pastillas y dejé de fumar. La vida es más pobre sin cigarro, te digo. Se empobrece. Tienes que elegir: un cáncer de pulmón que igual no llega o… no sé, yo estoy volviendo a fumar. Porque ya…”. Cómo que viene de despedida, Raúl, si acabamos de conocernos.
Dice Zurita algo bello y es que para ser artista hay que meter la cabeza de lleno en la oscuridad. “Si no lo haces, no entiendes nada nunca. Todo arte implica una reserva de criminalidad. Se vuelca en la obra, allá donde un tipo se ahorca o mata a su padre. Esa es la parte criminal del artista, y su único patrimonio es la libertad, no puede ser castigado por ello. Si no todo pasaría a ser este nuevo puritanismo… como cierto feminismo radical, que será feminismo, sin duda, pero es puritano”, lamenta.
R.- Para mí, un artista es aquel que es capaz de matar a un hombre, pero no lo hace. Si lo ejecuta es un vulgar asesino y ojalá sea juzgado y condenado y todo. Pero tiene el deber de expresarlo
P.- Entonces usted ha escrito para no matar.
R.- Es una gran conclusión.