Ya lo decía el gran poeta Ángel González: "No fue un sueño, lo vi: la nieve ardía". Y es cierto que la nieve ha ardido estos días entre las manos de muchos; entre las de los felices que jugaban a las guerras de bolas o esquiaban en el centro de Madrid, pero también entre las de los que han sufrido sus colapsos, sus heridas a las casas y a los coches, su absoluta locura instaurada.

Sirvan aquí algo más de una docena de poemas en castellano escritos en los días gélidos y dedicados a los días -y los amores- helados. Ahora nos identifican más que nunca: el subidón lúdico ha pasado, todo se ha llenado de escarcha sucia, tiritamos debajo del jersey y extrañamos el sol y sus benevolencias. De Rubén Darío a Alfonsina Storni pasando por Lorca. 

1. Canción de amiga, Ángel González 

Nadie recuerda un invierno tan frío como éste.

Las calles de la ciudad son láminas de hielo.

Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.

Las estrellas tan altas son destellos de hielo.

Helado está también mi corazón,

pero no fue en invierno.

Mi amiga,

mi dulce amiga,

aquella que me amaba,

me dice que ha dejado de quererme.

No recuerdo un invierno tan frío como éste.

2. De invierno, Rubén Darío

En invernales horas, mirad a Carolina.

Medio apelotonada descansa en el sillón,

envuelta con su abrigo de marta cibelina

y no lejos del fuego que brilla en el salón.

El fino angora blanco junto a ella se reclina,

rozando con su hocico la falda de Aleçón,

no lejos de las jarras de porcelana china

que medio oculta un biombo de seda del Japón.

Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño:

entro, sin hacer ruido: dejo mi abrigo gris;

voy a besar su rostro, rosado y halagüeño

como una rosa roja que fuera flor de lis.

Abre los ojos; mírame con su mirar risueño,

y en tanto cae la nieve del cielo de París.

3. Jardín de invierno, Pablo Neruda

Llega el invierno. Espléndido dictado

me dan las lentas hojas

vestidas de silencio y amarillo.

Soy un libro de nieve,

una espaciosa mano, una pradera,

un círculo que espera,

pertenezco a la tierra y a su invierno.

Creció el rumor del mundo en el follaje,

ardió después el trigo constelado

por flores rojas como quemaduras,

luego llegó el otoño a establecer

la escritura del vino:

todo pasó, fue cielo pasajero

la copa del estío,

y se apagó la nube navegante.

Yo esperé en el balcón tan enlutado,

como ayer con las yedras de mi infancia,

que la tierra extendiera

sus alas en mi amor deshabitado.

Yo supe que la rosa caería

y el hueso del durazno transitorio

volvería a dormir y a germinar:

y me embriagué con la copa del aire

hasta que todo el mar se hizo nocturno

y el arrebol se convirtió en ceniza.

La tierra vive ahora

tranquilizando su interrogatorio,

extendida la piel de su silencio.

Yo vuelvo a ser ahora

el taciturno que llegó de lejos

envuelto en lluvia fría y en campanas:

debo a la muerte pura de la tierra

la voluntad de mis germinaciones.

4. Canción de la nieve que unifica al mundo, Luis Rosales

Somos hombres, señor, y lo viviente

ya no puede servirnos de semilla;

entre un mar y otro mar no existe orilla;

la misma voz con que te canto miente.

La culpa es culpa y oscurece el bien;

sólo queda la nieve blanca y fría,

y andar, andar, andar hasta que un día

lleguemos, sin saberlo, hasta belén.

La nieve borra los caminos; ella

nos llevará hacia ti que nunca duermes;

su luz alumbrará los pies inermes,

su resplandor nos servirá de estrella.

Llegaremos de noche, y el helor

de nuestra propia sangre te daremos.

Éste es nuestro regalo: no tenemos

más que dolor, dolor, dolor, dolor.

5. Revolución, León Felipe

Siempre habrá nieve altanera

que vista el monte de armiño

y agua humilde que trabaje

en la presa del molino.

Y siempre habrá un sol también

un sol verdugo y amigo

que trueque en llanto la nieve

y en nube el agua del río.

6. La muerta, Pablo Neruda

Si de pronto no existes,

si de pronto no vives,

yo seguiré viviendo.

No me atrevo,

no me atrevo a escribirlo,

si te mueres.

Yo seguiré viviendo.

Porque donde no tiene voz un hombre

allí, mi voz.

Donde los negros sean apaleados,

yo no puedo estar muerto.

Cuando entren en la cárcel mis hermanos

entraré yo con ellos.

Cuando la victoria,

no mi victoria,

sino la gran victoria

llegue,

aunque esté mudo debo hablar:

yo la veré llegar aunque esté ciego.

No, perdóname.

Si tú no vives,

si tú, querida, amor mío,

si tú

te has muerto,

todas las hojas caerán en mi pecho,

lloverá sobre mi alma noche y día,

la nieve quemará mi corazón,

andaré con frío y fuego y muerte y nieve,

mis pies querrán marchar hacia donde tú duermes,

pero

seguiré vivo,

porque tú me quisiste sobre todas las cosas

indomable,

y, amor, porque tú sabes que soy no sólo un hombre

sino todos los hombres.

7. Nacimiento de Cristo, Lorca 

Un pastor pide teta por la nieve que ondula

blancos perros tendidos entre linternas sordas.

El Cristito de barro se ha partido los dedos

en los tilos eternos de la madera rota.

¡Ya vienen las hormigas y los pies ateridos!

Dos hilillos de sangre quiebran el cielo duro.

Los vientres del demonio resuenan por los valles

golpes y resonancias de carne de molusco.

Lobos y sapos cantan en las hogueras verdes

coronadas por vivos hormigueros del alba.

La luna tiene un sueño de grandes abanicos

y el toro sueña un toro de agujeros y de agua.

El niño llora y mira con un tres en la frente,

San José ve en el heno tres espinas de bronce.

Los pañales exhalan un rumor de desierto

con cítaras sin cuerdas y degolladas voces.

La nieve de Manhattan empuja los anuncios

y lleva gracia pura por las falsas ojivas.

Sacerdotes idiotas y querubes de pluma

van detrás de Lutero por las altas esquinas.

8. ¿Para qué hago versos?, Vicenta Castro Cambón

¿Para qué hago versos...?

Para que sepáis

que bajo mi nieve

palpita un volcán.

9. El día de su muerte a mano armada, Rafael Alberti

Decidme de una vez si no fue alegre todo aquello

5 x 5 entonces no eran todavía 25

ni el alba había pensado en la negra existencia de los malos cuchillos.

Yo te juro a la luna no ser cocinero,

tú me juras a la luna no ser cocinera,

él nos jura a la luna no ser siquiera humo de tan tristísima cocina.

¿Quién ha muerto?

La oca está arrepentida de ser pato,

el gorrión de ser profesor de lengua china,

el gallo de ser hombre,

yo de tener talento y admirar lo desgraciada

que suele ser en el invierno la suela de un zapato.

A una reina se le ha perdido su corona,

a un presidente de república su sombrero,

a mí...

Creo que a mí no se me ha perdido nada,

que a mí nunca se me ha perdido nada,

que a mí...

¿Qué quiere decir "buenos días"?

10. A Lorca, de Alberti

Sal tú, bebiendo campos y ciudades,

en largo ciervo de agua convertido,

hacia el mar de las albas claridades,

del martín-pescador mecido nido;

que yo saldré a esperarte, amortecido,

hecho junco, a las altas soledades,

herido por el aire y requerido

por tu voz, sola entre las tempestades.

Deja que escriba, débil junco frío,

mi nombre en esas aguas corredoras,

que el viento llama, solitario, río.

Disuelto ya en tu nieve el nombre mío,

vuélvete a tus montañas trepadoras,

ciervo de espuma, rey del monterío.

11. Sierra, Alfonsina Storni 

Una mano invisible

acaricia calladamente

la pulpa triste

de los mundos rodantes.

Alguien, a quien no comprendo,

me macera el corazón

de dulzura.

En la nieve de agosto

se abre el sol

—sonrisa precoz de la primavera—

la flor del duraznero.

Tendida en el filo ocre

de la sierra,

una helada

12. 19, Jorge Riechmann 

A París, una ciudad que no existe,

me llega la noticia:

Berlín

ha desaparecido.

¿Quién da un paso hacia el centro del invierno?

la angustia dúctil se me enrosca en el vientre.

Hoy tengo ancianos los ojos cuando todo

todo está aún por hacer. 

13. No fue un sueño, Ángel González

No fue un sueño,

lo vi:

La nieve ardía.

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