Este es un libro sobre un hombre en proceso de demolición, como decía Fitzgerald: es el libro de la tristeza del hombre moderno, del alcohol, de los antidepresivos, de la búsqueda de sexo online, de la disfunción eréctil, del padre enfermo y de la madre ausente; es el libro del silencio macho, del quejido íntimo y varonil que esta sociedad apremiante y ruda no deja ser; es el libro de la fragilidad de los que no se quejan en voz alta, de los que sufren como perros y a menudo no se medican y a veces sueñan con morir y otras veces se matan.
Hombres que caminan solos (Literatura Random House), de José Ignacio Carnero, es el libro del varón perdido, del varón inteligente, sensible y lector que pelea con puñetazos al aire contra una terrible soledad invisible, con una angustia inexplicable, imposible de delimitar; un tipo errante que olisquea el amor -que oye, era un rayo de luna, como decía Bécquer, inasible: aunque ahora se canjee en un romance virtual-, que explora la amistad con una vieja novia rompedora, que disfruta del dinero -precisamente por haber nacido en un ambiente humilde- y que extraña a la madre y a sus relatos.
¿Le cuesta más al hombre pedir ayuda porque ha existido un imperativo de fortaleza hacia el varón? “Si pensamos en nuestros amigos y en cuáles tienen más probabilidades de levantar la mano o ir al psicólogo o llamar a alguien y contarle lo que le pasa, de diez, nos salen ocho mujeres y dos hombres. Creo que sería algo así. El peso de la tradición y de los roles tradicionales ha dificultado que el hombre se reconozca como vulnerable. Las mujeres gestionáis mejor la emoción. Los hombres van a negar absolutamente todo hasta que no tienen más remedio y revientan las tuberías”, sostiene Carnero al teléfono con este periódico.
¿Qué es un hombre?
Asume que esa apertura sentimental cuesta hacerla hasta “desde el progresismo”, porque “tenemos mochilas y tendemos al silencio”: “Los hombres creen que no hablando de los problemas o evitándolos, desaparecen, pero no es así”. ¿Qué convierte a un hombre en un auténtico hombre, a ojos de la sociedad? En algún momento del libro, el autor se refiere al dinero. Al dinero que subraya al hombre tal y como debe ser. O a la altura. O al esquivar el fracaso. ¿Qué más hay? “Es algo que no comparto, pero creo que hay un rasgo característico y es el tío que tiene respuestas para todo, que está seguro de sus respuestas y que va por el mundo con muchas certezas”, relata.
“Eso está muy bien valorado por la sociedad, pero a mí me dan mucho miedo esos hombres, porque la certeza a cualquier precio me parece una autopista directa a pegarte una hostia. Eso obedece a un rol masculino tradicional y se sigue pagando bien: la apariencia de seguridad, la confianza”. Hombres como carros en llamas, hombres que jamás experimentan el síndrome del impostor porque ellos ya lo saben todo, porque ellos ya estuvieron ahí. “Prefiero a la gente que duda. Se ha premiado esa descerebrada seguridad de los hombres, y tiene algo que ver también con nuestra política”, desliza.
El sexo en el hombre moderno
En el libro, el protagonista, que se medica contra la depresión y la ansiedad, siente miedo a la eyaculación tardía que le procuran las pastillas. “Es el reflejo íntimo de lo que hablamos. Si hay un medicamento que te hace estar de una determinada manera y es así científicamente, ¿qué hay que ocultar? Es algo evidente, algo empírico, pero nadie habla de esto, ¿por qué no? Sabemos lo que nos provoca cualquier droga legal o ilegal que nos tomamos y sin embargo no hablamos de un medicamento de consumo masivo como es este. Ni se dice que se toma ni se habla de los efectos secundarios. Afecta a lo más íntimo del ego, es horrible”.
Es reveladora la imagen del hombre solitario, tumbado en el sofá, viendo la tele sin verla, hastiado y muerto por dentro, pasando el dedo de match en match en Tinder, allá sumido en el mercado de la carne, en el minibar de las caras; el hombre y sus letanías, esperando que suceda algo, recibiendo descarguitas de serotonina cuando alguna chica le da like. El hombre que espera ser encontrado, como Bill Murray en Lost in Translation. “Es parte de la individualidad del sistema. Ahí se demuestra cómo se ha fundido el sistema capitalista con el sexo y el amor, pero el mundo es así, está a la orden del día”, sostiene.
“Ahora que se supone que tenemos más libertad para follar con quien queramos, o encontrar pareja, o casarte, aparece el sistema de nuevo, era el último reducto que le quedaba por abordar: ahí estás produciendo, ahí estás siendo una parte más del sistema productivo”, lanza. El hombre del libro se encuentra paralizado entre el “ten cojones” -tan español”- y el dolor que siente. ¿Qué ha hecho España con todas sus generaciones de machos ibéricos, malheridos en el fondo? “Hay gente que aplica este sistema tan neandertal y aún cree que puede funcionar”, resopla.
Alcohol y 'cojones'
“Pero que los hombres apliquen el ‘échale cojones’ en el siglo XXI es ridículo, es algo de la Edad Media. Por otra parte, no sé si España es diferente al resto de países en esto, no me atrevería a decirlo, pero, en cualquier caso, sólo funcionaría en un mundo primitivo”. Otro factor importante en la obra es el alcohol, que “cumple una función social muy importante, no sólo socializadora”.
“En un mundo entrenado o que vive a mucha velocidad, el alcohol funciona como interruptor que te hace bajar el ritmo que has llevado durante el día, y lo tomas a la noche para descansar y al día siguiente poder seguir produciendo. Hay mucha gente que bebe para poder dormir, es una droga legal de consumo habitual en nuestro país y que en cierto modo sostiene una parte del sistema”. Dice Carnero que este personaje tiene de él entre un 50 y un 60%, porque “hay sucesos que no me han ocurrido a mí, sino al personaje, entonces no puedo ser yo”.
“O quizá lo que ha sucedido lo estoy contando cuatro meses después desde mi ordenador y de forma que encaje en la novela. Si fuera cien por cien yo tendría mi nombre, mi DNI y mi grupo sanguíneo, y poco más, ¿qué más puede decir uno de sí mismo de forma objetiva? Y a partir de ahí, todo es restar”, relata. “El personaje es más interesante que yo, a dónde va a parar, yo soy mucho más simple; pero sí, es mi voz narrativa, y está escrito sin pudor. Imagínate escribir con pudor: sería un tostón. Cualquier novela mínimamente potable está escrita sin pudor”.
El protagonista está perdido entre la ausencia de la madre y la búsqueda del amor. ¿E hombre que camina solo es, en el fondo, un hombre que camina sin las mujeres de su vida cerca? “No lo había pensado. Eso es de Freud avanzado. Pero el silencio y la soledad del hombre creo que traspasa los géneros. Tiene más que ver con el alma humana, con lo más íntimo de una persona, no con ser novio, o marido, o hijo de nadie, es más amplio”.
¿Y el feminismo?
¿Y en qué puede ayudar el feminismo a los hombres que caminan solos? “Ya lo ha hecho. Si ha habido algún movimiento que nos ha ayudado a vaciar la mochila de porquería ha sido el feminismo, no han sido los hombres. Y desde hace mucho, no desde hace tres años”, sostiene.
A fin de cuentas, después de leer este libro, una se hace una última pregunta: ¿por qué merece la pena la vida, para qué todo este sufrimiento fluvial, subterráneo, que nos acompaña hasta la muerte? “Supongo que por las cosas más pequeñas y más insignificantes que pueden causarnos mucha felicidad, además de los grandes proyectos, las grandes ideas, los grandes pensamientos… todo eso puede fracasar e irse a la mierda y podemos acabar en el fango más oscuro, pero hasta en la mayor oscuridad hay cosas en la vida que merecen la pena, como un libro, una canción o una persona nueva”.