¿Qué es ser padre? ¿Qué significa? ¿Qué relato nos han contado sobre la paternidad? ¿Qué tipos de paternidades ha habido históricamente? En Papá (Bao Bab), Ritxar Bacete nos hace un mosaico antropológico de esta figura emblemática en nuestras vidas -a veces por silente, por tiránica, por poco empática o por desaparecida a causa de una cultura del sacrificio tremenda que les llevó a trabajar a sol y a sombra y a no dedicarse a los cuidados de sus críos-. Pero lo hace desde la compasión. Desde el entendimiento. Y también desde la crítica constructiva a la hora de tejer una sociedad donde sea mayoritario el rol del papel activo, presente y corresponsable.
John Lennon, Barak Obama, Kafka, Darth Vader o personajes históricos como Abraham, Confucio o Dédalo son algunos de los hombres que dibujan estos perfiles que, de alguna manera, trataron de ser disidentes y de poner en jaque la figura del padre tradicional, parco e insensible, impermeable a la ternura o a la comunicación. Cuenta Bacete a este periódico que tenemos “una visión muy presentista de la paternidad y de la maternidad” y que hemos obviado “la diversidad” a la hora de hacer análisis.
“Por ejemplo, hasta el año 2017 ningún Estado había computado las tasas de fecundidad de los hombres, ni se problematizaba ni se plantea en esta posmodernidad líquida nuestra”, suspira el autor. “Si analizamos nuestra propia historia, vemos momentos fascinantes: Abraham, como personaje de la mitología judeocristiana, vivía con el gran deseo de ser padre y estaba como loco por formar estirpe, pero era estéril”, señala. Es un “contrasentido” interesante en un mundo en el que el deseo de tener hijos parece haberse atribuido a la mujer, mientras que los hombres o los maridos han sido los que se han dejado llevar, sin tanto entusiasmo, con el “a ella le hace ilusión” siempre en la boca.
Mujeres, a la casa; hombres, al bar
“Tenemos más presente a Tutankamón -que fue un gran capullo y pasó a la historia porque era violento y la violencia se premia en nuestra cultura- que a Akenatón, que era muy amoroso, porque igual que se ha borrado a las mujeres, se ha borrado también a los hombres tiernos y cuidadosos y buenos padres”, cuenta. De hecho, apunta, a los buenos padres se les ha llegado a “expulsar” de la masculinidad o de los propios grupos de amigos, especialmente en esta sociedad “alcohólica” donde “un elemento fundamental de la socialización entre los hombres ha sido ahogar en el alcohol su incapacidad de generar relaciones profundas y de apego con sus criaturas”. Las mujeres, a la casa. Y los hombres, en su escueto rato de ocio, a la taberna con los amigos. Si no estaban allí, eran unos mierdas. Unos ‘amansados’.
Su relato empieza en el Paleolítico, a partir de un hallazgo de Atapuerca. Es un libro ilustrado sin dejar de ser jamás una honda investigación. “Aquí hablo de Benjamín, una niña de nueve años con una grave malformación que tendría dificultades para caminar y sin embargo, aunque hace 450.000 años de aquello, se la protegía en pequeños clanes. No sabemos aún bien si todos eran páter o máter, pero es probable que si sobrevivieron fuera porque había una red compartida de cuidados”, explica.
“Es una cuestión antropológica. Es difícil que una sociedad con tan poco dominio de la naturaleza sobreviviese si todos los miembros de la comunidad no realizasen todas las tareas: es una perspectiva prepatriarcal. Ahora estamos empezando a ver que las mujeres también recolectaban y cazaban y es probable que los hombres cuidasen”, esboza.
En Grecia "podías tirar a tus hijos al vertedero"
Señala Bacete que tenemos una visión de la historia “prácticamente de los dos últimos segundos de la evolución”: “Antes de la revolución neolítica, las formas de vida que tenían los humanos eran más justas y equilibradas que hoy en día. El sistema patriarcal ha servido para legitimar la dominación y la violencia de los hombres sobre los hombres, los hombres sobre las mujeres y la de una sociedad hacia otras sociedades”, reflexiona. “Luego ya Aristóteles decía que las mujeres erais vasijas que contener la potencia de la semilla masculina. En Grecia o en Roma podías llevar a tus hijos al vertedero para que se murieran. En la Edad Media, los padres podían encarcelar a sus criaturas o mandarlas a un convento”.
Los modelos de padre que admiramos y tememos se han forjado en la cultura reciente, pero siempre y en todo caso “ha habido disidencias” que no han pasado al relato dominante -precisamente porque no se premiaba la ternura o la dedicación a la crianza en los hombres-. “Todos los padres tenemos sombras, yo el primero. Mira Kafka, que le escribió 103 páginas a su padre en una carta y del miedo que le tenía no se atrevió a dársela. Todos somos todos los padres un poco. Pero los que hemos sido padres en este siglo no hemos jugado con muñecas, hemos vivido en un modelo binario casi puro y no hemos sido socializados para el cuidado ni para generar una erótica de la paternidad”.
A Ritxar Bacete, su tío le contaba que en su pueblo había dos fábricas grandes y que se trabajaba hasta los domingos. “Iba el cura a impedir que los obreros trabajaran para que fueran a misa. Imagínate: trabajar doce horas al día todos los días. Eso significa que la industrialización tuvo un impacto brutal en las relaciones de género y en la idea del padre ‘proveedor’”, detalla. “En el siglo XVIII, los padres compartían más espacio socializador con la esposa y los hijos, porque trabajaban juntos en el campo o en el caserío, pero la industrialización sacó de forma radical a los hombres del espacio doméstico y los convirtió en extraños para su familia, todo bajo la idealización del productivismo”.
Amar o trabajar
Subraya que era su manera de “amar” a los suyos. Trabajar, trabajar y trabajar. Sustentarlos era su forma de “estar presentes” porque “no habían aprendido otra”. “Es probable que hoy muchos hombres estemos educando por contraste a nuestros hijos, porque muchos nos hemos criado en la figura del padre ausente y ahora intentemos paliar eso”, guiña. Este libro también le ha servido como “homenaje sanador” para su propio padre: una manera de decirle que le quiere y que entiende sus circunstancias. “Él no fue a la escuela nunca y trabajó desde los seis años en el bosque. Se quedó huérfano con un año. ¿Qué le voy a exigir yo? Es una paradoja histórica. Le agradezco todo lo que hizo. Hay que mirar con compasión y con amor a nuestros padres y reconocer lo que hicieron en las circunstancias que tuvieron”.
Expone Bacete que se está produciendo una “revolución callada” en les ámbito de la sexualidad en casa y que las mujeres, cada vez más, se están empoderando y sosteniendo una “convivencia saludable”: claro que no era posible una sexualidad feliz ni completa “con un ser humano que está agotado, explotado y subyugado todos los días al año, como ha pasado siempre con las mujeres”. “En mi caso, yo tengo tres criaturas y no he deseado jamás tanto a mi pareja como ahora. Es la relación más potente que he tenido con una mujer: es mi amiga, mi confidente, mi compañera. La equidad pone mucho”, sonríe.
Habla de lo importante que es que los hombres empiecen a ocupar espacios tradicionalmente asociados a la mujer, como la educación en la infancia, los cuidados en el parto -matrones- o la pediatría. “Si no, impacta un estereotipo tóxico y sexista”, señala, en relación a la pregunta de si los padres confían menos en que sus hijas o hijos estén a cargo de un hombre en sus primeros años -por esa idea perversa de la desconfianza ante el posible abuso, por ejemplo-.
"La paternidad transforma la biología masculina"
Claro que aún no estamos tan lejos de esos cumpleaños en el pueblo en los que los colegas y el propio padre ponían dinero para llevar al chaval al prostíbulo a celebrar su nuevos años. Su vida adulta. Aún no nos hemos alejado tanto. “Los procesos de transformación son paulatinos y pegajosos. Todos tenemos aún los pies llenos de chapapote”, asegura. Cree que los hombres deben asistir al parto de sus mujeres “sí o sí”, porque es una de las “experiencias más mágicas y más empoderantes” que él ha tenido en su “resignificación como hombre”.
Recuerda, además, que “la paternidad transforma la biología masculina”: “Los padres feminizan sus cuerpos cuando cuidan a sus criaturas, a sus hijos. Si analizas la producción de hormonas del hombre que cuida y del que no cuida, ves que en el primero aumenta la serotonina y la oxitocina: tenemos una parte que es femenina también y que se potencia”, indica.
Por último, subraya que hay muchas maneras de ser padre o de ser madre que no tienen que ver con la biología estricta, sino con la cultura. “Me contaba una librera el otro día que le apetecía mucho este libro porque ella tiene una pareja chica y tienen una criatura. Decía: ‘Yo soy el papá’. Eso es verdad y es absolutamente fascinante que más allá de la biología, somos experiencia, somos cultura. La experiencia y la cultura transforman el cuerpo. Hay madres con pene y padres sin pene. Somos lo que hacemos, más allá de ninguna etiqueta”.