Pablo d'Ors presenta su 'Biografía de la luz': "El misticismo y el erotismo van de la mano"
El sacerdote y escritor regresa tras el éxito y el prestigio de 'Biografía del silencio' con una nueva obra cumbre. Hablamos con él sobre sombras, capitalismo, poliamor, autoconocimiento y felicidad.
2 marzo, 2021 02:59Dice Pablo D’Ors -sacerdote y escritor a contracorriente- que la aventura del autoconocimiento es la que más merece la pena de la vida, que el “quién soy yo” es la gran pregunta espiritual que debemos hacernos para conocernos y amarnos. “El autoconocimiento y el amor están unidos: no podemos conocer lo que no amamos y amar es conocer profundamente algo”, cuenta a este periódico.
Después del éxito indiscutible de su prestigiosa Biografía del silencio, el autor vuelve con una suerte de continuación titulada Biografía de la luz (Galaxia Gutenberg), donde expone que ese abrazo al silencio propiciado por la meditación le llevó a un nuevo estadio luminoso que ahora comparte con sus lectores. Ateos, creyentes, espirituales, terrenales, qué más da: esta es una obra profundamente humanista que apela a todo aquel que quiera llegar al fondo de sí mismo. Esta es una pieza más cultural que confesional que invita a quitarnos las escamas del ruido y la furia, de la prisa y del capitalismo feroz, para quedarnos con lo sencillo, con lo bueno, con lo bello, con lo importante. Con lo fundamental.
Pero, en primer lugar, ¿qué es la luz y cómo se alcanza? “La luz es la otra cara de la sombra. Se alcanza amando la sombra. Yo parto de la idea de que el ser humano es un ser luminoso y oscuro. Tenemos un núcleo de luz que en realidad es nuestra identidad más profunda, el yo más radical y más auténtico, pero que está rodeado de un territorio sombrío. Lo que en el lenguaje psicoanalítico se llama el inconsciente. Ese inconsciente está rodeado de un envoltorio, que son los mecanismos de defensa”, relata. “La experiencia del conocimiento supone romper la superficie, atravesar lo oscuro y llegar al núcleo de la identidad”
Somos como somos siempre, apostilla D’Ors. Genio y figura hasta la sepultura, sí. “Pero podemos avanzar, podemos progresar: tenemos la capacidad de moldearnos y eso sólo depende de nuestro coraje, de la superación del miedo que nos paraliza”, explica. Adelanta que todo en la vida requiere sus tiempos y el autoconocimiento también.
La luz se atisba pero queda lejos. “Yo estuve en el camino del zen y tuve un maestro holandés con el que tengo ahora una buena relación de amistad. Me acuerdo de que yo estaba a punto de decidirme a entrar en su monasterio cuando él me dijo: ‘Si empiezas ahora, dentro de veinte años podrás ser un maestro’. Aún no han pasado esos veinte años, pero entendí que no era una cifra arbitraria: es el promedio de lo que la gente suele tardar en llegar a un estado de aceptación, de serenidad, de ecuanimidad y de reconciliación con la vida”.
Veinte años de iluminación
¿Cuánto tarda uno en iluminarse? Veinte años. Quizá no sean nada, como rezaba aquel tango hermoso. “La mente siempre está llena de ideas, de palabras, de ruido. Cuando vamos silenciándola, vamos observándola. Cuando se va vaciando, vamos descubriendo que somos espaciosidad interior. No vemos nada en una habitación que está muy llena, pero si la vaciamos iremos fijándonos más en las cosas: en la silla, en el radiador, en la ventana. La luz está en relación con el vacío, con la simplicidad”, aconseja.
“Lo que es complejo, lo que es alambicado, no suele ser claro. Lo complejo no es espiritual, suele ser mental. Yo sueño decir que lo espiritual es amigo de lo sencillo. El mundo intelectual o cultural se ha identificado con lo barroco, con lo complejo, y está muy bien para amueblar la cabeza, pero el espíritu se alimenta de lo sencillo”, sonríe. ¿Esto debería llevarnos a una sencillez también material, a una suerte de estado de ascetismo? “La cantidad siempre es enemiga de la calidad. Acumular nos impide disfrutar. Cuando yo era adolescente, en mi casa teníamos una televisión con dos canales y veíamos noticias o películas. Ahora que tenemos doscientos canales, no la vemos”, evoca.
Esto, a su juicio, es una “demostración fáctica de que la cantidad no está hecha para el ser humano”. Como le parece que la palabra “ascético” tiene mala prensa -porque se relaciona con una pose o con infinidad de renuncias- prefiere hablar de “entrenamiento”. El entrenamiento del escritor, que es escribir mucho pero borrar más. Y el entrenamiento del alma, que es limpiarse, abrirse, despertarse. Un trabajo que lleva toda una vida.
La luz y el deseo
¿La luz equivale a la ausencia del deseo? Él no lo cree. “Hay una idea generalizada de que el iluminado es alguien impasible, alguien que está más allá del bien y del mal, alguien a quien las cosas no le tocan. Yo pienso lo contrario, porque soy cristiano y mi modelo no es la impasibilidad, sino precisamente, la pasión. Creo que el iluminado no es el que está más allá, sino más acá. El iluminado es al que le llegan más cosas porque está más abierto, y cuando estás más abierto las cosas te llegan más de verdad”, precisa. “Sería triste que el iluminado no tuviera deseos. El deseo es algo hermoso que forma parte de la condición humana, y el iluminado es el que tiene deseos pero los vive armónicamente, no dramáticamente. Se trata de tener deseos… sin desasosiego”.
Difícil, le comento, si precisamente esa pasión de Cristo nos ha hecho acercarnos al lado trágico del amor y de la entrega con toda su simbología y su mensaje: la sangre, el dolor, las llagas, la culpa, la traición… “Es cierto, pero es porque hemos hecho una lectura del cristianismo desde la cruz y no desde la luz. Hemos subrayado la dimensión oscura -la del pecado- y no la positiva -la de la gracia-", opina.
“Hemos hecho un mito del pensamiento y de la acción. Occidente se ha construido sobre esta idea: pensamiento y acción. Pensamos y actuamos. Pero, ¿dónde está la contemplación? La realidad no está sólo para ser pensada, sino para ser recibida, contemplada. Hemos elevado el pensamiento a lo fundamental y ya no sabemos ver las cosas”.
Reinterpretación de los evangelios
Tenemos la cabeza llena de ideas y la agenda llena de cosas que hacer, pero ya no observamos. No queremos ser receptores de nada, porque nos da la sensación de pasividad. Mientras tanto, nos lo estamos perdiendo todo. En Biografía de la luz, el autor vuelca una larga relectura de los Evangelios desde un nuevo prisma. “Llevo treinta años siendo sacerdote y sólo desde hace cuatro o cinco he empezado a descubrir una lectura inédita de los evangelios, consecuencia de haberme limpiado interiormente de prejuicios e ideas previas”, señala.
Los ha analizado desde tres nuevas perspectivas: la artística o poética, la meditativa o silenciosa y la existencialista o vital. “La primera se refiere a que el evangelio está lleno de imágenes: la montaña, el lago, el grano de mostaza, el camino. Hay que entrar en esas imágenes, habitar en ellas. Es una colección de imágenes preñadas de poesía, pura escenografía. La segunda es que he descubierto que el evangelio no habla de los otros, no habla de Zacarías ni de los reyes, sino de ti y de mí. No importa la gestión histórica, sino que habla de acontecimientos que nos suceden dentro. Y la tercera es que siento que cualquier problema que tengamos los seres humanos -la enfermedad, el miedo, la traición, el desamor…- encuentra en el evangelio no una respuesta, pero sí una propuesta de trabajo. Pistas para salir adelante”.
¿Qué hay del tarot: puede encontrarse otra simbología de la que han bebido muchos autores, como el propio Cortázar, en imágenes ajenas a la religión? “Sin duda se pueden encontrar simbologías e inspiraciones en otros textos, y fuerza y fuentes en otras tradiciones. Una persona espiritual es aperturista y tiene capacidad de reconocer la belleza y el bien no sólo en lo propio, sino en lo ajeno. Si sólo lo encuentras en lo propio, eres fundamentalista, una caricatura del religioso”.
¿Para qué sirve el dolor?
Todo lo que digamos del dolor es muy peligroso porque se puede volver en contra y convertir en ideología. Lo que importa ante el dolor, más que las palabras que usemos para referirnos a él, es que se alivia con amor, esto es lo decisivo. Más que para qué sirve el dolor, yo me preguntaría cómo surge. Si te preguntas por ello, verás que lo que amamos es lo que nos ha hecho sufrir.
Parece que el dolor y el amor van bastante unidos, hasta el punto de que si suprimes el dolor corres el riesgo de suprimir el amor. Cuando me toca presidir un funeral siempre digo que es un momento muy triste, que es triste llorar, pero más triste es no llorar porque significaría que no has querido a esa persona. Tenemos una visión muy simplista del dolor como lo malo y del amor como lo bueno, pero van de la mano. Lo contradictorio es el criterio de lo real: si queremos saber que algo es real, descubramos su contradicción.
¿Qué opinión le merece el poliamor o las relaciones abiertas? ¿Cree que existe el amor sin posesión, el amor que busca otros cauces de libertad?
El verdadero amor nunca es posesivo, si no deja de ser amor, me da igual en qué ámbito: si el poliamor o el matrimonio. Si el vínculo es posesivo ya no se respeta a la otra persona por lo que es, sino por lo que te da a ti. El amor es capacidad de dar y de recibir. Si hay una recepción o receptividad de lo que el otro es y una valoración de lo que tú eres, se da el amor.
Las formas en las que lo realizamos pueden ser múltiples. Es posible que lo que digo tenga un influjo cultural, pero siento que el amor de pareja sí que tiene un cierto carácter de exclusividad. Veo difícil que puedas querer como pareja a varias personas a la vez. Es antropológicamente complicado. Será posible en otras culturas, pero en ésta, me suscita cierta reserva.
¿La meditación tiene ideología?
No debería tenerla. La meditación practica el silenciamiento, por tanto, la ausencia de todo tipo de pensamiento y de juicio.
¿La meditación se ha convertido en una oferta más del capitalismo? Casi que está de moda, ¿no? La gente medita y luego se va de compras.
Es claro que el mercado la intenta asumir y en buena medida lo consigue. Los hippies asumidos por el mercado se convirtieron en yupis y se desvirtuaron por completo. El riesgo está ahí, pero tenemos el antídoto, que es la constancia y la humildad. Si tú eres perseverante en la práctica del sentarte y eres humilde -lo que significa que sigues una propuesta concreta, una escuela, un tradición, un camino- estarás protegido de la banalización. La meditación no te conduce a la alienación ni a la aristocracia interior, sino a la compasión. Te llena de humanidad.
¿Cree usted que el sexo tiene que ver con la felicidad o, en el fondo, la aleja?
Desde luego, tienen mucho que ver. Si preguntas a las personas momentos de felicidad en su vida, muchos están asociados a la sexualidad. El misticismo y el erotismo van de la mano porque uno en el ámbito espiritual y otro en el ámbito cultural lo que buscan es la unidad. El primero con dios, el segundo con el ser amado. Misticismo y erotismo están hermanados en la pasión de la unidad. Como lo que nos hace felices es estar unidos, la sexualidad es una manera muy directa de consagrar esa unión.