Puede que la fotografía más célebre de Nicolás Muller (1913-2000) sea aquella en la que se ve a Pío Baroja paseando por el parque del Retiro. La fama de la imagen viene sin duda del personaje retratado. Don Pío, con barba blanca y muy envejecido, camina hacia el objetivo, en 1950, seis años antes de morir. Lleva sombrero, bufanda de buen friolero, un abrigo cruzado de grandes solapas, el brazo derecho metido en el bolsillo correspondiente del gabán y el izquierdo a la espalda. Sobre un fondo de árboles, pinos parecen, la luz rachea con fuerza e inunda la tierra.
Esta imagen, recortada, ocupó a sangre la contracubierta de Paseos de un solitario (1955), los "relatos sin ilación" de don Pío que editó Biblioteca Nueva. Tengo la suerte de poseer un ejemplar de la primera edición, que compré hace mil años en la librería El Bibliófilo de Pamplona, y, por más que busco y rebusco, no encuentro la firma de Nicolás Muller. No está. Muy mal se señalaba, entonces, la decisiva autoría de un fotógrafo.
Esta fotografía, en su versión completa, se puede ver ahora junto a 124 más (incluyendo otras varias de escritores e intelectuales), gratuitamente y hasta el 30 de mayo, dentro de La mirada comprometida, la estupenda exposición dedicada a Nicolás Muller en la sala El Águila.
La fábrica de cervezas El Águila
Antes que nada, decir que uno tiene la impresión de que el formidable complejo cultural instalado —con intervención arquitectónica reciente— en la antigua fábrica de cervezas El Águila no recibe las visitas que merece. En el estilo neomudéjar de sus principales edificios —tan frecuente en el barrio—, adaptados a la modernidad, allí están, además de la sala El Águila, la imponente Biblioteca Regional Joaquín Leguina y el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid.
En la primera, ahora mismo puede verse Salinas recuperado: una pasión sublime (1951-2021), una exquisita exposición con los libros de la biblioteca personal de Pedro Salinas, el gran poeta del amor de la Generación del 27. Ya hablaremos.
En el Archivo Regional se hayan depositados desde 2014 textos, documentos, cartas y nada menos que 80.000 imágenes de Nicolás Muller, legados a la institución por su hija y continuadora de su estudio fotográfico, Ana Muller.
Vale la pena, y mucho, plantarse en la Glorieta de Carlos V y bajar andando hasta las proximidades de la estación de Delicias, donde está la sala El Águila, recorrer este barrio de Arganzuela pensado primero para el paseo, barrio de ladrillo y hierro, ferroviario e industrial, que fue ocupado por trabajadores en la segunda mitad del XIX, pues muchas fueron las fábricas que allí se fueron instalando. Hoy es un barrio con casas de hace cien años y edificaciones tan jóvenes como sus nuevos habitantes, con Matadero y el nuevo Manzanares a un paso, con mucha vida de calle y de bares. Pero a lo que vamos.
Húngaro nacionalizado español
La exposición de Nicolás Muller, comisariada por José Ferrero, con muchas fotos inéditas, parte del hallazgo de más de 3.000 negativos que hizo su hija Ana en el estudio del fotógrafo en la calle Serrano. Muller se jubiló en 1980 y se fue a vivir al precioso pueblo de Andrín, junto a Llanes, donde murió veinte años después. Por cierto, el director asturiano Gonzalo Suárez lo conoció allí y le dio un papelito en su película Mi nombre es sombra (1995).
De origen judío, formado académicamente en Derecho y Ciencias Políticas, Nicolás Muller nació, en pleno Imperio austrohúngaro, en la localidad húngara de Oróshaza. Hungría, patria de grandes fotógrafos: André Kertész, Lászlo Moholy-Nagy, Brassaï, Robert Capa… a los dos últimos, Muller los trató en París. Llegó a España en 1947 procedente de Tánger, que aún formaba parte del Protectorado Español de Marruecos. (Entre paréntesis, sí, qué poco se habla y se escribe de ese lugar y de esa época de la historia española).
Muller obtuvo la nacionalidad española diez años después. Contaba que el pasante de su abogado le recomendó, para obtener su documento con mayor seguridad, que presentara un certificado de su párroco refrendando que iba a misa todos los domingos. Se fue a la parroquia, preocupado, y lo obtuvo al instante. El sacristán sólo le pidió 50 pesetas, y a otra cosa.
Leo esto en un texto inédito del fotógrafo, recogido en el libro/catálogo de la exposición Nicolás Muller. Obras maestras (La Fábrica), que Chema Conesa comisarió en 2013 en la Sala Canal de Isabel II. Esta exposición fue muy importante en el resurgir del artista, y el catálogo de Conesa, muy bien editado, con 250 páginas, 170 imágenes y una cronobiografía detalladísima, es el mejor libro del que disponemos para conocer a Nicolás Muller.
Exilio y periplo europeo
Muller empezó muy joven como fotógrafo en Hungría. La anexión nazi de Austria, en 1938, le aconsejó exiliarse e inició así un periplo por Francia, Portugal, Marruecos y, definitivamente, España, que forma el hilo y la división estructural de la exposición de la sala El Águila.
Hungría significa sus comienzos bajo influencia de las vanguardias soviéticas; en Francia completó su formación; Marruecos le asentó al trabajar por encargo en su propio estudio y España, claro, supuso su plena consolidación en lo personal, lo profesional y lo artístico.
En blanco y negro, predominan en la exposición las imágenes de formato tirando a cuadrado, que Muller reconocía hacer, con humildad, a sabiendas de que podrían facilitar que luego fueran reencuadradas —más horizontales, más verticales— a gusto del cliente.
En todas sus etapas se perciben las mismas constantes: los campesinos y los trabajadores en sus faenas, los retratos de familias humildes, los ancianos con sus rostros marcados por el tiempo y los niños que juegan o que integran un grupo familiar desfavorecido. En las ciudades, en los pueblos y en el campo abierto, interiores o exteriores, generalmente hay aire alrededor de las figuras fotografiadas, y en todo caso la cámara de Muller busca captar el significativo ambiente y entorno que rodea a las personas.
Sin enfatizar, con una mirada tranquila y humanista, las fotografías de Muller, por más que respondan a un encuadre esmerado, rehúyen, a mi juicio, tanto la impostación artística como la denuncia obvia y su belleza nace de su capacidad para testimoniar la condición humana en general y las concretas condiciones —de vida y de trabajo— de sus personajes.
El trabajo en España
Casado desde 1942, en Tánger, con Angelina Lasa Maffei, nacida en Manila y madre de sus cuatro hijos, la amistad tangerina de Muller con el pensador, escritor y periodista Fernando Vela, en el entorno del diario España, será determinante para su afianzamiento profesional en Marruecos, primero, y para el "apadrinamiento" de la Revista de Occidente en sus cruciales primeros pasos en Madrid.
Después de una pequeña muestra en el Hotel Palace en 1942, Revista de Occidente organizó la exposición que dio entrada definitiva a Muller en España y que redobló sus relaciones con el mundo cultural y literario madrileño. En la sala El Águila podemos ver retratos individuales o en grupo de los intelectuales amigos de Muller, a veces encargados por la revista Mundo Hispánico.
No sé si ya se han hecho, creo que no, pero serían magníficos un libro y una exposición que monográficamente recogiesen los retratos que Muller hizo de Aleixandre, Aldecoa, Cela, Fernández Flórez, Celaya, Aranguren, D'Ors, Azorín, Marías, Menéndez Pidal, Sainz de la Maza, Caro Baroja, Ana Mariscal, Laín Entralgo, Torrente Ballester, Ridruejo (gran amigo suyo) y tantos otros, muchos de ellos compañeros habituales de las tertulias que el fotógrafo frecuentó en cafés y domicilios particulares. Y de Baroja, por supuesto, al que Muller visitó y también retrató en su casa y del que dijo, en contra de lo acostumbrado, que era un hombre afable y simpático.
Además de atender a la clientela de su estudio, Muller recibió encargos de organismos oficiales y se pateó decenas de ciudades y pueblos de España, obteniendo imágenes impagables del paisaje, la arquitectura, la vida de la gente y las costumbres de una época. En concreto, sus viajes por Baleares, País Vasco, Cantabria, Canarias y Andalucía dieron título a sendos libros de la Editorial Clave —con textos de escritores-—en los años 60.
Nicolás Muller fue amigo de José Ortega y Gasset, su mentor desde Revista de Occidente. Retrató al filósofo varias veces, una, muy mayor y muy elegante con su corbata de lazo, fumando con boquilla y otra, en su ataúd abierto, con la barba algo crecida.
En una página del libro de visitas del estudio del fotógrafo, y encima de unas frases de Pío Baroja y Julio Caro Baroja, Ortega escribió literalmente en abril de 1951: "Nicolás Muller, tiene a la luz domesticada". Aparte de que sobra esa coma entre el sujeto y el verbo —y yo diría que también la preposición, ¿o no?—, Ortega puso así en circulación el concepto que luego se habría de utilizar muchas veces para caracterizar la obra fotográfica de Nicolás Muller: la luz domesticada.