El editor Guillermo Blázquez lo explica ya en el prólogo: “Al cumplirse el centenario de las muertes, casi consecutivas, de Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán, nos parece justificado el poder homenajear a dos de los más ilustres escritores de nuestro siglo XIX con la publicación del estudio realizado por Adelina Batlles Garrido de dos manuscritos inéditos y de gran importancia para conocer la gran influencia literaria que se ejercieron mutuamente, derivada de una amistad que evolucionó hasta una relación amorosa que duraría varios años”, escribe.
Se refiere Blázquez, en primer lugar, al diario que Galdós redactó durante el viaje que hizo en 1888 por varios países europeos en compañía de Emilia; y, en segundo lugar -pero más importante-, el manuscrito original del diálogo dramático El sacrificio, que vendría a ser el germen del éxito que luego tendría la obra Realidad de Benito, de la que hablamos hace poco en este periódico. La estudiosa Batlles no teme en deslizar “las similitudes existentes entre esta obra y la Loca de la casa, del escritor canario”, tanto en la trama como en los personajes.
Se cuenta también que esta suerte de cesión, regalo u homenaje -¿cómo saberlo con exactitud, cómo saber hasta qué punto no rondó el plagio?- parte de un desencuentro amoroso entre los dos grandes genios. Cuando Benito trató de oficializar su relación con Emilia y ella lo rechazó, no sólo recibió esa cornada, sino la de la noticia para él trágica del viaje de su deseada a Barcelona, durante la Exposición Universal, donde acabó coqueteando en las alcobas de José Lázaro Galdiano.
Este affaire no le hizo ni pizca de gracia al padre de nuestros Episodios nacionales, así que Pardo Bazán le mandó el borrador de El sacrificio, su obra nunca publicada y con la que pretendía animar a su compañero a escribir teatro -a medio camino entre el arrepentimiento y la compensación afectiva por su jugueteo lúbrico con el intelectual y coleccionista de arte-.
Además, este libro “adquiere especial importancia por la fuente o canal a través del cual ha sido posible editarse y darse a conocer”, como reseña el prólogo. “Ambos documentos estaban incluidos en un legado de textos autógrafos de Pérez Galdós y Pardo Bazán que poseía don Antonio Moreno, propietario de la librería Granata de Almería, a los que Adelina Batlles tuvo acceso por vía familiar. Don Antonio, generoso, se los regaló, junto con otros documentos galdosianos, para que los trabajara y los diera a conocer”.
Influencias literarias mutuas
Ambos textos tienen también algo en común: en ninguno aparecen sus firmas, así que en la investigación se ha confirmado su autoría comparándolos con otros textos autógrafos. Este diario, en definitiva, y más allá de lo obviamente morboso y encantador que encierra, supone la gran confirmación de la feroz influencia literaria que los dos autores se ejercieron mutuamente. “Tenemos noticia de que Galdós y Pardo Bazán recorren los barrios madrileños, tomando apuntes del natural que les servirá como materia de literaturización en sus respectivas obras: a ambos les interesa la sociedad, la comedia humana, las clases populares y, poco después, el refinamiento de la burguesía”, aclara la introducción.
“La escritora valora de Galdós la espontaneidad realista y sus vivencias humanas (…) Doña Emilia se verá reflejada en La incógnita, y, más tarde, en Realidad”. Sería ella la que impulsaría a Benito a escenificar esta última, como demuestran sus cartas: “Hemos convenido en los puntos siguientes: el drama tendrá cinco jornadas como la novela, Vico será Orozco, Augusta la Cobeña… será este drama el acontecimiento de la temporada; ¡si se sublevan mejor!… Estoy entusiasmada con la idea, en la que tengo tanta parte, y será para mí un mínimo descordojo el verlo salir a flote…”.
Su pasión y su complicidad literaria, en el fondo, son una: y el fundamento de esta tesis de que el viaje fue el núcleo, el corazón de su simbiosis, parte de ciertas frases, como, por ejemplo, la de “daremos un esquinazo europeo…” o “sin que ninguno de nuestros amigos tenga constancia” -así se dirigía Emilia a Benito, dejando constancia de que la travesía fue lúbrica, sentida y vaporosa-.
Ella no aparecía
Aun así, aunque el escritor anota cada día de itinerario -con sus salidas, horas, llegadas a puerto y un sinfín de detalles-, nunca la cita a ella, ¡como si no estuviera!, y bonica era Emilia para tolerar ni el más mínimo desplante. Le puso rápidamente los puntos sobre las íes en una de las cartas que le envió a la vuelta del tremendo tour, aunque al final, acabó ella misma reconociendo que esa experiencia había sido “algo inolvidable y único, nada comparado a otros viajes…”.
Pardo Bazán también diría otras muchas cosas sobre esos encuentros europeos, como recoge el libro: “Tú habrás soñado mucho con el esquinazo europeo, más que yo imposible (…) ya me figuro las delicias de un paseíllo ‘ensembles’ por Alemania”.
O: “Tú también has encontrado en mí la compañera que sueñas y deseas para ciertas escapatorias en que burlamos a la sociedad impía y a sus mamarrachos de representantes”; “ahora es cuando la pícara imaginación representa con lindos colores toda la poesía de este viaje feliz, las excursiones de Zurich, las serenas bellezas de Munich, las góticas y místicas curiosidades de Nuremberg y en especia la sublime noche de Francfort, la noche que he sentido tu corazón más cerca del mío”.
Un "sueño dorado"
“Hemos realizado un sueño dorado, un sueño fantástico que a los 30 años yo no creía posible”, sonreía. “Hice un viaje muy tonto, muy a propósito para recordar el incomparable nuestro. Venía algo indispuesta causado por la humedad de la Exposición y además triste por el contraste de dos viajes tan próximos y tan distintos (…) Algo de la Exposición me gusta mucho, aunque siempre preferí Holanda y los bordes del Rhin (…) Mi vida, al abrir los baúles fueron saliendo objetos que eran reminiscencias de nuestra feliz escapatoria, el librito de pensamientos de Shakespeare, el menú de la comida de Zurich, mil cositas que son de repente como si se corriese una cortina y volvieran a repetirse las mismas escenas”, redactaba, con auténtica emoción.
Claro que esos viajes fueron secretos, o, mejor dicho, muy discretos. Claro que tenían algo clandestino, hermoso y rebelde. Claro que esas travesías por el norte de Europa -y ese segundo recorrido por Inglaterra, Francia e Italia, en el que Emilia sólo le acompaña hasta París- fueron inolvidables para ambos, aunque él no recogiese la presencia de Emilia en sus diarios -que ha quedado bien acreditada-. Tiene sentido, en el fondo, y Benito lo sabía: lo mejor de nuestras vidas es que los demás no las van a conocer jamás.