Antonio y Manuel Machado se adoraban y se picaban a la vez, celosos en secreto el uno del otro, gemelos en sus trayectorias y en sus bohemias, opuestos en el carácter y tremendamente semejantes en lo esencial. A veces torcían el morro y se declaraban la guerra lírica -mucho más grata para ellos que la civil-, que se desencadenaría más de una década después.
En 1921 se engancharon por carta y Manuel le diría a Antonio: “Tu poesía no tiene edad. La mía sí la tiene”, y Antonio le contestaría, iracundo: “La poesía nunca tiene edad cuando es verdaderamente poesía”. Parece que el tiempo le ha dado la razón al pequeño de los hermanos, al menos en cuanto a su leyenda patria, a la memoria que le guarda un país donde hoy es mucho más popular, transversal y relevante la obra de Antonio que la de Manuel -quizá también porque este último lleva el sambenito encima de haber apoyado al bando franquista, y eso es una roña que no se quita jamás del imaginario de un pueblo demócrata-.
La rivalidad siempre estuvo servida, para muestra, un botón: nada más y nada menos que Borges, preguntado por un periodista por Machado, exclamó, lleno de mala baba "¿dices Antonio? Ah, no sabía que Manuel tenía un hermano", colocando al mayor por encima de la notable leyenda del otro.
Manuel, el pionero
Cuenta a este periódico Alfonso Plou, autor de Los hermanos Machado, donde se recrea la conversación que nunca pudo ser entre esos fraternos unidos por la literatura y rotos para siempre por la Guerra Civil -y que puede verse en el Teatro Fernán Gómez del 13 de mayo al 6 de junio-, que “después de la guerra se ensalzó a Manuel y después de la Transición se ensalzó a Antonio”: “Manuel era mayor, empezó antes en la poesía, se juntaba con los jóvenes modernistas que rondaban la bohemia de Valle Inclán y de Rubén Darío… Manuel es el primero que va a París, que le da a Antonio el contacto de Rubén Darío, el primero que publica y que triunfa...”, resopla.
“Manuel es más sociable, es muy brillante en el trato cercano, Antonio es más introvertido. Pero a partir de que Antonio publicase Campos de Castilla, va tomando prestigio”, sonríe. “Hicieron cuatro obras de teatro a cuatro manos, eran grandes amigos con discusiones poéticas, y sólo a raíz de la Guerra Civil su confianza mutua se rompe”, chasquea el experto.
Bien es cierto, como apunta Plou, que había una capa subterránea de envidia entre ellos, de leve competición. Quizá por el carisma de Manuel, quizá porque Antonio era el niño mimado de su madre (y era más querido y más cercano con toda su familia), quizá porque el éxito de uno se vio solapado por el del otro… pero al final siempre se encontraron en lo fundamental, en que eran hijos de Demófilo, de ese gran recopilador de coplas populares. Se encontraron en la calle, en el influjo de una poesía que pudiese llegar a la gente. Que hablase de España, que hablase de la vida. Que llorase a España. Que llorase a la vida.
El tránsito fascista de Manuel
Manuel, además, era “más mujeriego, más hedonista, más vividor, más borrachín… ¡eso también estaba en su poesía! Vivía más al día”, guiña Plou. En cambio, Antonio vivía en la pausa, en la reflexión, en la introspección, manoseando las nostalgias. Ambos se habían criado en una familia muy republicana, muy concienciada, muy politizada, por eso durante mucho tiempo ambos fueron férreamente republicanos hasta que Manuel giró su rumbo: “Hay especulaciones con respecto a eso… se dice que el alzamiento le pilló en Burgos con su mujer, en el lado nacional, y que ya no pudo regresar a Madrid. Ahí tuvo una serie de presiones… bueno, y acabó escribiendo oraciones a Primo de Rivera y loas a Franco”, esboza el autor.
¡Y eso que antes había estudiado en la Institución de Libre Enseñanza, que había hecho gala de sus ideas abiertas y de progreso social, que había escrito unos versos para el borrador del himno de la II República, que había, incluso, militado en la Asociación de amigos de la Unión Soviética! Con todo, y por sus filias posteriores, Manuel Machado fue considerado un intelectual del régimen, un buen aliado de Franco durante la guerra, y por ello fue colmado con honores y nombrado académico. A su muerte, poco más y le hacen un funeral de Estado.
“En esos tres años de la guerra, ninguno de los hermanos hablan entre sí, pero se sabe que saben lo que le pasaba al otro a través de las noticias del frente… en ningún caso llegan jamás a criticarse públicamente. Lo que contamos en la obra es que cuando Antonio muere ya en el exilio, ya es tarde para todo: Manuel, su hermano mayor, intentó aproximarse a él cuando era tarde, y en esta pieza propiciamos el encuentro que no pudo ser, la conversación que no pudieron tener. Y ahí ese Manuel justificándose. Explicándose”. Nunca pudo quitarse ese peso de encima, en todos los años que siguió viviendo tras la muerte de su gran amigo, de su gran hermano.
La traición
Sentía una gran culpa. Cierta vergüenza. Y eso se demuestra en que en los poemas inéditos de Manuel, escritos poco antes de morir, había algún verso rabiosamente herido donde proclamaba a su hermano como “el mejor poeta de España”. También lo evidenciaba en muchas otras piezas, que partían de versos de Antonio.
Sus caminos se fueron distanciando conforme clausuraba la República, porque aunque ambos fueron cercanos a Azaña, Antonio fue defendiendo cada vez más a esa Rusia roja y soviética y Manuel cuestionaba más y más la deriva a la que podía llegar la República si se afrontaba desde el lado bolchevique. “Los frentes se fueron definiendo y dejaron poco margen a la comunicación. Escribir sobre los hermanos Machado me parece una opción contemporánea para seguir reflexionando en este país donde jamás terminan los frentismos”.
Quién se lo iba a decir a ellos, si Primo de Rivera llegó a ser fan fatal de los dos. Un hecho histórico. “La Lola se va a los puertos es la obra que más tiene éxito, y cuando se cumplieron sus cien funciones luminosas se dio una fiesta a la que acudió Primo de Rivera. Fue casi su primer discurso, su primer acto público de cara a la galería. Sintió interés y amistad por los dos”, revela.
“El hecho de que Manuel escribiese una oración para José Antonio le ayudó a sobrevivir y a situarse en el bando nacional, porque al principio él estaba acosado por ellos y lo llevaron al cuartelillo sin saber si fusilarle o qué hacer con él. Y poco a poco, con la intervención de su mujer y por una serie de amigos del bando nacional, se salva. Él vio en Primo de Rivera lo que también veía Lorca, que era un tipo muy carismático, culto, que hablaba muy bien y que despertaba interés intelectual, otra cosa es que luego se convirtiera en el fundador de la Falange”, continúa.
“Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial y el franquismo, digamos, se fue queriendo quitar su cara más fascista, Manuel fue uno d ellos primeros en escribir un artículo celebrando que eso era lo que había que hacer, pero sin mojarse demasiado tampoco. Se mantuvo fiel al régimen hasta el final, también influido por su deriva cristiana. De alguna manera, él escribe una poesía más marcada por la mística, más aferrada a la imagen de dios, y la ‘guerra civil’ la define como una ‘cruzada en defensa de los valores cristianos’… trata de justificarse y de entenderse a sí mismo”, revela Plou.
Citar a los Machado hoy
¿Por qué en el presente Antonio Machado, habiendo sido tan militante republicano, es mucho más citado por los políticos de uno y otro bando -de Pablo Casado a Pablo Iglesias pasando por Pedro Sánchez- que Manuel Machado? “Es cierto que la poesía de Antonio es transversal. Su poesía le llega a todo el mundo porque está marcada por su espíritu noventayochista, por el dolor de España, de ese país que quiere que evolucione, que mejore para llegar a un sitio nuevo”, sugiere.
“Nos pasaba que cuando hacíamos esta obra por el País Vasco, les resultaba raro que citásemos tanto la palabra ‘España’, pero es que está muy inserta en sus diálogos y en sus poemas. Esa España de la rabia y de la idea”, recuerda. “A Manuel su transición ideológica le ha acabado marcando. Yo creo que habría que desembarazarle y entender que aunque cantase a esa España que era ‘una, grande y libre’, además era un poeta muy sensible, lleno de versos brillantes y con una enorme capacidad de acercarse a la poesía popular. Hay que darle un valor, más allá de su connotación ideológica”.