El visitante de la exposición La imagen humana, en CaixaForum Madrid, nada más entrar en la penumbra de la sala de la tercera planta, se topa con un cráneo, con una calavera humana que, en la Cisjordania del año 8.000 a.C., fue modelada —remodelada, más bien— con sus huesos originales, yeso y conchas que rellenan las cuencas oculares. ¡Pues sí que empezamos bien! Parece un golpe de efecto este recordatorio de las postrimerías, del finis gloriae mundi.
¿Imagen humana? Pues lo primero, la imagen final, una imagen del hombre muerto, de sus restos. Pero no, resulta que, impacto aparte, está ahí porque es el principio, uno de los posibles principios que se conservan del tratamiento de la imagen humana, el objeto de esta exposición, que ha llegado para quedarse todo el año. Desde ahí, desde la Prehistoria, hasta una chapa y un pin con los rostros de Donald Trump y Barack Obama, ideados como recurso propagandístico y electoral.
La imagen humana. Arte, identidades y simbolismo, una exposición organizada con piezas en su inmensa mayoría procedentes del British Museum, en colaboración con Fundación La Caixa, muestra 155 obras y objetos que abarcan la historia de la humanidad y sus civilizaciones y son originarias de los cinco continentes. En desigual porcentaje, pinturas, fotografías, esculturas, monedas, dibujos, filmaciones, videoinstalaciones… El balance resumido del empeño de reflejar, con diferentes materiales, formas y estilos, y también con muy distintos fines e intenciones, los cuerpos y los rostros de los hombres y de las mujeres.
En cinco apartados
A primera vista, y no sólo, el propósito es imposible. Lo que habría de ser el contenido no cabe en el contenedor. El comisario Brendan Moore ha concretado el oceánico tema en cinco apartados que, al tiempo que señalan los espacios y fijan los límites de la exploración, concretan el discurso expositivo y lo restringen a sus posibilidades razonables.
En Belleza ideal, se expone la central tendencia a la idealización del cuerpo, al logro de la belleza a partir de cánones estéticos sublimadores de lo real y cambiantes según épocas y civilizaciones. Se contempla la sexualización del cuerpo femenino y su evolución en el arte.
En Retratos, asistimos a la representación del rostro humano, a la confirmación de la individualidad bajo caracteres físicos y psicológicos, a veces con pautas objetivas, otras veces con interpretaciones a demanda o según la subjetividad del artista.
Las imágenes de los dioses, los santos, las figuras sagradas y sobrenaturales se reúnen en El cuerpo divino. Cuerpos, rostros y aderezos materiales o espirituales están tratados, en la iconografía religiosa, en orden a inspirar la devoción y el sentimiento de los creyentes.
La mencionada demanda parece decisiva en El cuerpo político, la imaginería encargada por los gobernantes y los poderosos para suscitar admiración, respeto, temor o confianza en los súbditos. No se olvida en este apartado la crítica, la sátira o, incluso, la demolición de las imágenes que simbolizan la autoridad.
Y, por último, en La transformación corporal, se recogen las expresiones artísticas de los cambios, los camuflajes —la máscara, por ejemplo— y las distorsiones que, desde antiguo, experimentan cuerpos y rostros por motivaciones diversas: rituales de toda índole, sustancias, mutaciones, ingredientes mágicos o legendarios…
¿Desde cuándo el arte es arte? O, de otro modo, ¿desde cuándo los oficios y las artesanías que trabajaban en distintos constructos formales que cumplirían unas funciones y unos objetivos prácticos tomaron o se les otorgó la condición de lo artístico? Esa frontera ha sido muy móvil y variada según las civilizaciones y las disciplinas.
Lo expuesto en CaixaForum combina, podríamos decir, la lectura arqueológica y antropológica con la lectura artística, una vez que sucesivas miradas modernas fueron reconociendo lo artístico en lo que antes era oficio o artesanía para cumplimentar necesidades sociales, religiosas o políticas.
Los nombres de los artistas
El lector estará pensando: ¿pero cuándo nos va a informar este artículo de las obras y los artistas concretos que pueden verse en CaixaForum Madrid? Ya llegaremos. Antes, más premisas encaminadas a una reflexión.
La muy interesante, por lo demás, compartimentación conceptual de la muestra excluye el orden cronológico. En cada apartado, de manera miscelánea —toda la exposición es una gran miscelánea o, si se prefiere, antología—, se muestran piezas, con frecuencia anónimas, que van desde el más remoto pasado histórico, la Antigüedad o la Edad Media —por aludir a obras procedentes de Egipto, Grecia, China, Roma, Perú, India, Europa y otros entornos— hasta, desde el Renacimiento para acá, las últimas expresiones del arte actual hechas con el concurso de las tecnologías más vanguardistas.
No es objetivo de esta exposición estudiar la imagen humana a tenor de su tratamiento por los sucesivos estilos y movimientos artísticos, que, como tales, quedan deliberadamente difuminados o perdidos en el apabullante conjunto.
Dicho esto, si decimos ahora que podemos ver amalgamadas, cito casi de memoria, obras de Matisse, Oxtoby, Durero, Beecroft, Hockney, Manet, Almutawakel, Goya, Williams, Luis de Madrazo, Koya Abe, Navarro Baldeweg, Pistoletto, Tanavoli, Ferrer y, en fin, tantos otros —consúltese el dossier en la web de la Fundación La Caixa—, amén de correr el riesgo de incurrir en el listado telefónico glosado, estaremos dando y no dando a la vez una idea exacta de la exposición.
Los fondos y el potencial de producción del British Museum son extraordinarios, imbatibles, pero —y ésta es la reflexión o la confesión, que muchos no compartirán— esta clase de exposiciones, a mi juicio, no están tanto pensadas para la contemplación individualizada de las grandes obras de los grandes artistas —lo cual puede hacerse con la debida inversión de tiempo—, sino para proponer globalmente un discurso destinado a una más amplia especulación cultural, en la que las creaciones exhibidas actúan a modo de ilustraciones.
Información y didactismo
A mi modo de ver, el carácter principal de una exposición así —pese a las excelentes piezas que contiene— es primordialmente didáctico e informativo —excelentes paneles, minuciosas cartelas—, y pretende también que el visitante se haga preguntas sencillas, que se le llegan a proponer directamente con cierta tonalidad escolar: "¿Juzgas a las personas por su aspecto?", o algo parecido, por ejemplo.
En estas colaboraciones con el British Museum —van seis—, los contenidos y el punto de vista desde la cultura española apenas cuentan, pese a los refuerzos locales ad hoc: Fundación La Caixa, Museo del Prado, Macba, galería Max Estrella. Vale. No pasa nada. Es obvio, es una estupenda aportación que viene de fuera llave en mano, como puede ocurrir —no es lo mismo— en las colaboraciones internacionales entre museos.
Pero comentemos un caso: la presencia en la exposición del un tanto soso y académico retrato de cuerpo entero de Isabel la Católica, de Luis de Madrazo. Forma parte de la mínima contribución española. No va el asunto de mínimos o máximos. Las preguntas son: ¿es ésta la mejor asistencia que podía haber prestado el Museo del Prado u obedece a criterios aleatorios de disponibilidad o posibilidad? Esta pregunta, en exposiciones tan grandes y tan misceláneas, puede extenderse a todo lo que se ofrece e, indirectamente, a todo lo que puede echarse en falta.