Ildefonso Falcones es un hombre, más que en ruina, en ruinas: él que todo lo tuvo, él que todo lo pudo. Él que fue niño de cuna meneá, que fue adolescente jinete hasta la muerte de su padre, con 17 -siempre le gusta recordar que ahí tuvo incluso que ponerse a trabajar en un bingo-, él que fue el autor favorito de Rajoy, él que vivió las mieles del éxito tanto en su propio bufete como en la escritura comercial, y él que experimentó siempre, también, la sombra del fraude: el abogado y padre del best-seller La catedral del mar fue acusado de no escribir sus obras y, luego, de estafar a Hacienda 1,4 millones de euros. Ahora entra en el listado negro de morosos de 2021 con 1,3: resulta que la suya es una de las deudas más abultadas del fisco, a la verita de nombres Carlo Ancelotti, Dani Alves o Rodrigo Rato.
A primeros de junio se sentaba en el banquillo y se escudaba en su hermano Rafael durante su juicio por fraude fiscal: declaró que le había cedido la explotación de La catedral del mar a su ya fallecido fraterno por 3000 euros porque era un manuscrito “que no valía absolutamente nada”.
Básicamente, atribuyó a su hermano la responsabilidad de la creación y gestión de la estructura empresarial que le habría servido, según señala la Fiscalía, para defraudar a Hacienda. Su hermano era abogado, como él, y, además, experto en fiscalidad internacional. Presuntamente fue Rafael quien tuvo la idea de transmitir los derechos de autor que generaron sus tres primeras obras a empresas ubicadas en países de tributación soft, como Irlanda, Chipre o República Dominicana, pero fueron Ildefonso y su esposa María del Carmen Rosich quienes movían los hilos. También ella ha tenido que responder ante el juez.
Falcones se considera un hombre perseguido, sometido a presiones inaguantables. Siempre le han mirado con suspicacia e incluso con deprecio: en su tierra -como catalán marginado- y en su oficio -tildado a menudo de autor de literatura menor-. En la dedicatoria de su último libro reveló que empezó a escribir esa obra, El pintor de almas (Grijalbo), con buena salud, pero que el día que le puso el punto y final, ya era un paciente de quimioterapia. “Llevo tres años luchando contra un cáncer de colon y he tenido tres metástasis. Mañana me operan de un tumor en el hígado. Los oncólogos te dicen: ‘Relájate, no te estreses, sé feliz’. ¿Y eso cómo se hace en estos casos?”, expresó en una entrevista a XL Semanal.
"Acoso y presiones"
Dice que le han acosado: que los nueve años que ha pasado soliviantado, de juicio en juicio, no han contribuido a su bienestar, sino que le han ido minando poco a poco. “A mi hermano le detectaron otro cáncer en abril, la quimio no funcionó y el cáncer lo devoró en cuatro meses”, desliza. Ildefonso ocultó su enfermedad tres años, pero luego prefirió revelarla por si eso podía “ayudar a alguien en su situación” o “hacerle sentir acompañado”. Expresar su situación en público le sirvió, también, para mirarse al espejo y decir “ostras, lo he conseguido”. Llevar hasta el final su novela a pesar de su flaqueza le supuso “un éxito sobre el miedo, sobre la desesperación, sobre todo”. Sólo quiere lectores, cuenta. Sólo quiere llegar a la gente. Ya no sueña con prestigio literario: quizás nunca lo hizo, en verdad.
Le dedicó el libro “a los enfermos y a quienes les soportan, que son quienes les quieren”. Antes las victorias, las estrategias, los planes de gloria funcionaban a largo plazo. Ahora, la vida es hoy. Decía Falcones que desde niño procuró ser siempre el primero porque el segundo “es el primer perdedor”. Ha sido ambicioso y silente, Ildefonso: también algo ególatra, a juzgar por sus declaraciones históricas, donde siempre parecía encantadísimo de haberse conocido, incluso extrañamente desafiante. Impune.
Se sintió de los fuertes, Falcones, de los intocables. Pero el mundo y sus desgracias insólitamente crueles como la enfermedad cambian el significado de las palabras que conocíamos. Como “futuro”. Como “inversión”. Como “disfrutar”. Los plazos se le han ido descomponiendo, apunta, pero piensa en sus hijos. Detesta la compasión: la propia y la de los demás. Prefiere el humor, la naturalidad. Le salva de verse a sí mismo como nunca quiso verse.
Niño bien y amante de los caballos
Fue hijo de un abogado y una ama de casa, estudiante en los Jesuitas de Sarriá -una suerte de homólogo de Colegio El Pilar pero en Barcelona, por donde han pasado familias como los Godó, los Bultó y los Ribó- y socio del Real Club de Polo desde que la memoria es memoria -sólo para abonarse hay que pagar 30.000 euros-. En su adolescencia fue Campeón de España Junior en la categoría de salto, pero el fallecimiento de su padre cuando Falcones sólo tenía 17 años supuso el fin de su carrera deportiva como jinete. No es mucho de trato humano, Ildefonso: prefiere a sus caballos. Le gustaba refugiarse en el Club cuando las cosas andaban revueltas, y pasaba por allí ignorando a todos, de camino siempre hacia sus animales. Apenas saludaba. Era el más raro de la crème de la crème.
Fue aupado en su día, también, por ser el escritor favorito de Rajoy. Él siempre destiló la discreción del hombre acomodado que prefiere no decir una palabra más alta que otra, no sea que lo pillen en un renuncio. Su vida fue una postal, un paisaje de clase alta. Veranos en Sitges, inviernos esquiando en el Valle de Arán o de la Cerdanya. En la universidad cursó dos licenciaturas: Derecho y Económicas, pero acabó abandonado la segunda para poder compaginar la primera con un puesto en un bingo. Después montó su propio bufete en el barrio del Ensanche de Barcelona.
Falcones siempre ha apoyado públicamente al Partido Popular. En 2008 incluso acompañó a Mariano Rajoy -entonces candidato popular en las elecciones generales- en un acto político en la Iglesia de Santa María del Mar junto con otros dirigentes del PP catalán, como Dolors Nadal y Daniel Sirera. Y Rajoy manifestó que la filia es recíproca recomendando en varias ocasiones sus libros, haciéndole mejor publicidad que la que el propio autor hacía de sí mismo: “El best-seller tiene mala fama entre un núcleo de señores que se dicen intelectuales. A esas personas no les interesa que haya nuevos escritores, pero yo juego en otra división. Están los buenos por encima, y a mí que me dejen tranquilo. No quiero que me comparen con los libros de calidad. No escribo eso”.
'Boom' literario
Tal vez por eso, precisamente, intentó durante años colarle algunos manuscritos a diferentes editoriales, pero siempre le rechazaban. En 2006, soplando ya más de cincuenta, publicó su ya citada primera novela, La catedral del mar. Salió a la venta el 3 de marzo y, en diciembre de ese mismo año, su editorial comunicó que se había alcanzado el millón de libros vendidos sólo en España. Ganó el premio Euskadi de Plata, el Qué leer, el Fundación José Manuel Lara y el prestigioso galardón italiano Giovanni Bocaccio al mejor autor extranjero. Fue el libro más leído del año 2007 en todo el país, merendándose al mismísimo Dan Brown, de segundo apellido “best-seller”: triunfó su historia sobre la vida de la Barcelona del siglo XIV, esa que giraba en torno a la construcción de la iglesia de Santa María del Mar. Su obra fue traducida a 15 idiomas y publicada en más de 40 países. Acabó cosechando seis millones de lectores.
Contó Falcones que tardó en parir el relato cuatro años -en otra ocasión dijo que tardó cinco, y en otras, que seis-, trabajando duro en el método, como un reloj, con sudor de obrero y precisión de orfebre: primero una hora durante las mañanas, antes de ir al trabajo, y después continuaba por la noche, puliendo lento el texto. Lo cierto es que rápidamente se le acusó de no haber escrito él la novela, de subcontratar a un autor: “Dijeron que tenía once negros. Once, ni más ni menos. Y hay gente que se lo creyó. Pero yo sé lo que me costó escribirla”, explicó en su momento en una entrevista a ABC.
Las acusaciones resonaban cada vez con más fuerza. “Si ves que vas vendiendo un millón, dos millones… y hay gente que dice que la ha escrito otro, te lo tomas a broma. Piensas ‘a ver si encuentro a otros que me escriban muchas más’. Si se trata de eso, estaría encantado de tener muchos negros que escribiesen best-sellers que vendiesen o mismo que La catedral del mar”, aseguró, envalentonado. “En el fondo es molesto que alguien ponga en duda tu integridad”. Ésa fue la primera vez que defraudó a muchos de sus adeptos, la primera vez que apretó contra su imagen la sombra de la duda. Pero no ha sido la única: su “integridad” se ha cuestionado en todo el arco de su persona, desde el plano literario hasta el plano económico y legal.
En 2015 fue imputado por haber defraudado presuntamente a la Hacienda española 1,4 millones de euros entre 2009 y 2011 al transmitir a sociedades radicadas fuera de España los derechos de autor de sus obras: La catedral del mar, ya mencionada, y las que le siguieron, La mano de Fátima (para la que, dice, se documentó con 200 libros) y La reina descalza. Ambas cosecharon un éxito razonable, pero no comparable a su ópera prima. En 2016, su causa fue archivada al considerar la jueza que, al haberse producido la venta de los derechos de autor de su primera novela en 2004, dos años antes del éxito editorial, no había habido intención ni dolo de “realizar una maniobra defraudatoria” en esa transmisión. Sin embargo, hoy el caso sigue vivo.
Cerrar el bufete: ¿bonanza literaria?
Publicó también Los herederos de la tierra (Grijalbo, 2006), que constituye la segunda parte de La catedral del mar, y su lanzamiento coincidió con el inicio del rodaje de la adaptación televisiva de su hit literario. El resultado: la serie de ocho capítulos fue presentada por Antena 3 a finales de 2017 en el marco del FesTVal de Vitoria, pero el escritor y abogado decidió no participar en su elaboración. ¿Qué había cambiado en su vida? Pues ya ven: “El despacho ya está cerrado porque es imposible mantenerlo. Llevo todavía algún asunto, pero más como consejero que como abogado. No me queda otro remedio. Ahora estoy cuatro meses viajando”, explicó entonces a el Diario Vasco.
Dentro de la dinámica de la industria editorial le iba bastante bien, señalaba siempre. No paraba de recordar que “el mercado del libro ha caído un 50% desde 2006: no espero un éxito igual al primero”. Esa bonanza literaria de la que hablaba -que le llevó a cerrar su bufete- coincidió con la reapertura de su procedimiento legal por parte de la Audiencia Nacional: la Agencia Tributaria y la Fiscalía recurrieron la decisión judicial de archivar la causa al considerar que existen “presuntas irregularidades”.
Falcones, el catalán marginado
Cuando en 2015 fue acusado por primera vez de fraude fiscal, algunos miembros de su familia salieron a defenderle, pero sin demasiada vehemencia. Es uno de los dones de ese tipo de clanes de la alta sociedad: fingir que no hay zafarrancho ninguno, seguir sonriendo, simular unidad, pero sin excesos, no sea que el entusiasmo manche. Arrastra heridas, el taciturno Falcones: la temprana muerte de su padre, la de su madre pocos meses antes de publicar su primer libro. Dice que él nunca fue independentista porque no quiere “hipotecar” el futuro de sus cuatro hijos, unos jóvenes que, como señala su padre, no leen sus novelas.
Siempre consideró que el independentismo sería “la mayor catástrofe para los catalanes”: “Creo que a nivel identitario, cultural y lingüístico somos totalmente independientes. Fíjate si somos independientes que no se cumplen las sentencias del Supremo y estamos todos encantados. Y ahora, hablando claro, lo que se quiere es la pasta. El poder económico”, sostuvo en una ocasión. Tampoco es que en Barcelona le tengan demasiado cariño. Hay muchos que dicen que allá no se le considera ni escritor ni catalán, y Falcones ha experimentado en sus carnes esa exclusión.
Recuerda cuando “llevaron a París a los autores que han escrito sobre Barcelona y a mí no me invitaron”: “Y si alguna obra ha llevado a Barcelona a altas cotas de conocimiento internacional, además de la de Ruiz Zafón y alguna más, es La catedral del mar. Y es una tras otra: los escritores van a Fráncfort y no te llevan, no apareces en la web de los escritores de la Generalitat… Esto no es más que el resultado del dirigismo cultural. Es lo de siempre. Se subvenciona lo que es catalán, lo que está escrito en catalán, lo que está escrito por autores catalanes... Todo eso nos va encerrando cada vez más”.
Sentencias pendientes. Ahora, en la desagradable lista de morosos de Hacienda. El país le mira, esperando el próximo movimiento. Falcones sigue siendo un outsider.