Se cumplen 50 años del fallecimiento de Jim Morrison, el enigmático líder y cantante de The Doors. Una muerte cuya naturaleza sigue levantando incógnitas: un cadáver que nunca se llegó a ver, un médico forense que jamás fue localizado y una posible huida de todo.
Poeta, traductor y biógrafo, Alberto Manzano ha dedicado amplios esfuerzos a preservar y transmitir el mensaje poético de grandes figuras de la música rock, de Leonard Cohen a Marianne Faithfull entre otros.
Ahora presenta Jim Morrion: Cuando la música acabe apaga las luces (Libros Cúpula), un recorrido por el legado literario que el cantante dejó en sus poemarios y letras en el marco de los Estados Unidos del movimiento hippie y la contracultura. Un relato plagado de nombres y títulos que dan testimonio del amplio bagaje literario que el Rey lagarto plasmó en sus canciones y poemas.
Un dios en retirada
A principios de los años 70, París se convirtió en el punto de convergencia de la decadente cultura del rock originada en la década anterior. El verano del amor terminó al tiempo que la violencia vivida en Altamont aplastaba las flores del progreso hippie y los Ejércitos de la noche de Mailer se replegaban.
Mientras The Doors se debatían por los derechos de su música con Elektra y peleaban las condiciones de la publicación de un nuevo disco, su cantante perseguía la inspiración perdida. Agotado y en un estado de salud que solo empeoraba, el Morrison de aquellos años distaba mucho del Rey Lagarto que miraba directamente al objetivo de la cámara y seducía a 33 revoluciones a unos Estados Unidos todavía aletargados por el puritanismo.
El tremendo éxito del último disco, L.A. Woman, y del single Love her madly, puestos 9 y 11 respectivamente en la lista de éxitos en Estados Unidos, habían catapultado a su miembro hasta el peligrosos estatus de 'leyendas'. Las muertes de Jimi Hendrix, Janis Joplin o Brian Jones empezaban a componer la madeja de la historia fúnebre del rock de la década de los 60. Un cerco que se estrechaba cada vez más sobre la cabeza de Morrison.
El último concierto del grupo había sido en Nueva Orleans, Manzano señala la fecha como el estreno de Riders on the storm para "6.000 fans entregados". Un momento histórico de reencuentro entre sus miembros que, aunque celebrado, marcó el final para la banda.
A mitad de actuación Morrison cayó al suelo tras golpear la tarima del escenario hasta astillarla. El cantante descansó durante varios minutos en posición fetal mientras la música seguía sonando. Los atónitos fans lo achacaron a una más de los provocativos gestos que el cantante mostraba en sus directos. Sin embargo, era una señal del delicado estado mental de Morrison, cansado del epíteto de "estrella del rock" y deseoso de "no ser reconocido por nadie", como confesó al periodista francés Hervé Muller semanas más tarde.
Morrison en París
El californiano encontró en París una promesa de paz. Una oportunidad de perseguir al espectro de Artaud y Baudelaire hasta su madriguera. Volver a escribir era la misión con la que un Jim Morrison de 27 años se plantó en la capital francesa, el 11 de marzo de 1971.
La promesa de encontrase con Pamela Courson, su pareja desde el año 1965, resultaba consoladora para el cantante. "La insistencia de que Morrison se centrase en escribir poesía fue clave para el cantante", explica Alberto Manzano.
3 de julio de 1971
La pareja se mudó a un apartamento muy cerca de la plaza de La Bastilla, en el número 17 de la Rue Beautreillis. Allí Morrison vivió sus últimos días disfrutando de la paz que la ciudad le ofrecía, solo interrumpida por quienes, a veces, le reconocían en bares y restaurantes.
El 2 de julio ambos caminaron hasta un cine cercano donde se proyectaba un viejo western de Raoul Walsh. Pamela regresó a casa mientras que Jim se dirigió al Rock and Roll Circus para tomar una más, un club frecuentado por Marianne Faithfull o los Rolling Stones.
En mitad de la noche, mientras ambos dormían, la agitada respiración del cantante despertó a su compañera. Jim arrastraba problemas de salud desde hacía varios años por el abuso del alcohol y las drogas. A las seis de la madrugada, Pamela se encontró el cuerpo del cantante sumergido en el agua de la bañera, sin vida, como un Marat lisérgico.
Una muerte sospechosa
Los acontecimientos que siguieron solo añaden una mayor confusión al relato de su muerte. El cuerpo fue enterrado a los tres días, conservado hasta el día del funeral en la misma bañera en la que había muerto, llena de hielos para evitar la descomposición en el caluroso julio parisino. El secretismo que llevó el sequito de Morrison no permitió ni a avisar a los padres del cantante.
Una de las teorías que empezó a circular fue la de que el músico había comprado heroína de manos de Sam Bernett, dueño del Rock and Roll Circus, y que se la había inyectado en el mismo baño del local. Allí habría sufrido una sobredosis y al encontrar su cuerpo decidieron llevarlo hasta el apartamento de la pareja para exculpar al empresario, quien suministraba drogas en aquella época a distintas personalidades del rock.
Sin embargo, Morrison tenía "pánico a las agujas" como indica Alberto Manzano, y la posibilidad de una sobredosis de heroína resulta difícil de creer. El informe médico que acompañó al certificado de defunción fue firmado por Max Vasille, un médico francés que describió la muerte como "natural", provocada por un "infarto de miocardio".
Un detalle que resulta casi una broma cruel, teniendo en cuenta la ausencia de informes forenses posteriores que buscasen rastros o indicios de violencia o consumo de drogas. Además, Vasille no figuraría en futuros informes alrededor de la muerte de Morrison, arrojando aún más sombras sobre el misterio de su muerte.
La celeridad con la que todo el asunto fue 'despachado' parece indicar que había motivos para ocultar el cadáver del músico, o quizás encubrir su ausencia. Una de las hipótesis que surgen es la de la huida. Es posible que la pareja fingiese la muerte de Jim con el objetivo de escapar finalmente de una vida de la que ambos estaban ya cansados.
Demonios y espíritus
Morrison llegó a reconocer antes de llegar a París que era "demasiado mayor para ser una estrella del rock". El día de su muerte, Jim llamó a su editor para cambiar la foto de la contraportada de su último poemario, quería cambiarla por una más actual en la que saliese su poblada barba. Morrison se parecía más a Allen Ginsberg o Walt Whitman que a quien posaba de forma enigmática en la portada del primer disco de The Doors.
Alberto Manzano recupera en Cuando la música acabe una anécdota que marcaría el carácter del cantante. Ocurrió en su infancia, cuando viajaba con sus padres y vieron cómo un camión volcó en la carretera. El joven Jim observó horrorizado cómo decenas de nativos americanos, algunos muertos y otros malheridos, se esparcían por la cuneta.
Morrison escribiría años más tarde que fue el espíritu de uno de esos hombres el que se introdujo en su cuerpo, el de un chamán que al poseerlo marcó el resto de su vida. En su tumba del cementerio de Père-Lachaise se puede leer la inscripción griega "kata ton daimona eaytoy", que traducida a nuestra lengua se entendería cómo "de acuerdo con su propio demonio" o "fiel a su propio espíritu".
Tan solo tres años después, en 1974, Pamela Courson murió de sobredosis en Los Ángeles. Hasta el día de su muerte se refirió a sí misma como la señora Morrison, hablando de Jim en presente, como si jamás le hubiese abandonado y custodiando los últimos poemas que legó a quien fue el gran amor de su vida.