150 años de Proust, el escritor inmortal que llegaba al orgasmo viendo a las ratas pelearse
El autor de En busca del tiempo perdido cumple 150 años siendo una de las figuras más relevantes de la literatura del siglo XX.
11 julio, 2021 01:59Noticias relacionadas
Marcel Proust, autor de En busca del tiempo perdido, marcó un hito en la vanguardia literaria que junto con el Ulises de James Joyce y La montaña mágica de Thomas Mann tambalearon los pilares de la cultura occidental a principios de siglo. Siglo y medio después de su nacimiento sigue despertando el interés de críticos e investigadores.
La historia del escritor es la de una tragedia que comenzó el mismo día de su nacimiento, el 10 de julio de 1871. Hijo de Adrien Proust, un reputado epidemiólogo, y de Jeanne-Clémence Proust, una mujer judía relacionada con la élite cultural francesa, el joven Proust fue un niño enfermo, con una infancia devorada por los ataques de asma y una juventud a la sombra de la reputación de su padre; así como de una carrera en la literatura que no terminaba de despegar.
Buena parte de la veintena la pasó visitando los salones culturales aristocráticos de París, intentando mediante ósmosis impregnarse del humo del tabaco de las grandes figuras literarias que los frecuentaban. Las cartas de aquellos años, editadas tras su muerte en el marco del hambre por desentrañar al autor de una de las novelas más importantes del siglo XX, dan buena cuenta de un estilo personal con una soltura que habría de desarrollarse en su gran obra.
Los siete tomos que componen En busca del tiempo perdido desgranan la historia personal del escritor. Lejos del abigarrado estilo literario de la biografía, el esfuerzo de Proust se centró en desenmarañar el pasado usando un estilo que algunos críticos relacionan con las ideas de Henri Bergson sobre el tiempo o con la teoría de la relatividad de Einstein.
El tiempo en Proust es un artefacto no-lineal, las sensaciones y sentimientos se entremezclan y disparan en todas las direcciones. En su obra, los eventos no se ordenan en función de la importancia cronológica o histórica sino que siguen un patrón personal, deteniéndose o reiterando escenas que lejos de clarificar detalles de una vida los absorben y convierten en un tapiz de los sentimientos humanos, unas veces personales y otras de manera universal.
La archiconocida 'magdalena de Proust' aparece en el primer tomo de su novela: Por el camino de Swann. El tiempo se despliega como un conjunto de sensaciones y matices que arrastramos en nuestro interior y que el más leve aroma o sabor puede devolver en cualquier momento. Esta romantización de la memoria es la que hace posible un proyecto como el de En busca del tiempo perdido.
El antisemitismo
Cuando el caso Dreyfus sacudió la opinión pública francesa a finales del siglo XIX, Proust, criado en un ambiente católico pero profundamente marcado por su herencia judía, participó activamente en los comentarios acerca del bochornoso exilio del militar francés. En un texto firmado por diversos intelectuales franceses, el joven escritor aportó su firma y escribió en repetidas ocasiones acerca del antisemitismo latente en Europa.
Esta posición no le aportaría nada frente a la intelectualidad francesa, profundamente sumida en valores conservadores que rozaban o se sumergían en el antisemitismo. Aún así, el escritor no titubeó en sus opiniones, a pesar de ser un personaje marginal dentro de la política de su país.
Resulta importante señalar los años que el escritor pasó completamente ignorado, sin dejar de escribir a pesar del rechazo de su manuscrito por André Gide, editor de la Nouvelle Revue Française. Gide escribió en su Journal en 1914 sobre de "la ausencia de alma" en las letras judías, un argumento que le llevó a describir a Proust como "mero diletante" que frecuentaba "los burdeles parisinos y escribía para Le Figaro".
Años más tarde, cuando Jacques Rivière recomendó a Gide que leyese con atención el manuscrito de En busca del tiempo perdido, el editor escribió una carta a Proust cuya respuesta hizo gala de una inteligencia y humor que habrían hecho reconsiderar la idea del "alma judía" del editor: "La alegría de recibir tu carta sobrepasa infinitamente cualquiera que hubiera tenido al ser publicada por la N.R.F... Cómo me gustaría poder darle a alguien que amo tanto placer como tú me has dado a mí". La Nouvelle Revue Française acabó claudicando y editando el texto completo de En busca del tiempo perdido.
Dentro de la novela existen tintes de estas ideas y consideraciones con respecto a la cuestión judía. La figura de Swann es la de un hombre que por su herencia es rechazado por la alta alcurnia francesa, su deseo de poder alcanzar cierto estatus le lleva a un matrimonio en el que la infelicidad se acabará convirtiendo en una marca lacerante.
La homosexualidad
Prácticamente toda la vida personal de Proust ha sido ya desapuntalada y examinada con el mismo interés con el que los entomólogos se lanzan al escrutinio de insectos raros; e igual que los caparazones de algunos escarabajos muestran reflejos y brillos cuando la luz del sol les toca de soslayo. La obra de Proust sigue abriendo los apetitos e imaginaciones de quienes se adentran en ella.
Adam Gopnik, escritor y colaborador de la revista The New Yorker, señala la homosexualidad y la condición judía en el escritor como dos de los motores principales, no solo de su obra, sino de los "movimientos más transformadores y disidentes en la Europa de principios de siglo XX".
La sexualidad del escritor francés es un tema reiterado en investigaciones como la de Proust enamorado (Bellacqva) de William C. Carter o las impresiones de Jean Cocteau o el propio Gide sobre los personajes femeninos de Proust, sin desatender finalmente a las memorias de quien fue durante muchos años su mayordomo, también recogidas por Carter.
Para Cocteau los personajes femeninos de Proust son en muchas ocasiones hombres, amantes de Proust cuyo género se intercambia para poder adaptarlo a otros tipos de relaciones. Numerosas veces la sexualidad de las mujeres en las páginas del escritor resulta anacrónica. Por ejemplo, cuando señala el haber mantenido relaciones con más de 14 mujeres, algo impensable para el puritanismo de la época, indica otra realidad más plausible entre los hombres con los que el escritor coincidía en burdeles y tabernas.
El erotismo masculino, sin embargo, no es el único elemento presente en la obra del francés. El lesbianismo es un elemento fundamental a la hora de entender la obra de Marcel Proust. Los relatos inéditos, recientemente editados por Gallimard en Francia -aglunos de ellos ya han sido traducidos al español por Lumen-, dejan entrever la representación de las relaciones homosexuales entre mujeres, muchas veces alegóricas como viene siendo habitual en su obra.
Las ratas de Proust
De dichos burdeles surge una de las anécdotas más extrañas y comentadas de la vida personal del escritor: las ratas. La vida privada de Proust ofreció en las memorias de su mayordomo una ventana a lo más sórdido de las entretelas del escritor.
Según quienes compartieron noches con el novelista, cuando no era capaz de alcanzar el orgasmo se entregaba a una práctica sádica. Albert Le Cuziat era el encargado de uno de los locales que Proust solía frecuentar. En la investigación que Carter llevó a acabo sobre las vicisitudes de la vida amorosa del escritor en Proust enamorado, se detalla que con un solo gesto un empleado traía dos jaulas que contenían ratas hambrientas.
Los trabajadores colocaban a los animales en el suelo, al verse la una frente a la otra se enzarzaban en una pelea que conseguía facilitar el orgasmo del autor. En las investigaciones previas del biógrafo inglés George Painter, la escena adquiría un cariz aún más sádico. La descripción de Painter incluye el uso de elementos punzantes que eran clavados en los lomos de los roedores, aumentando aún más la angustia y desesperación de la escena.
Este episodio, velado por la pátina de la sordidez y la leyenda, no arroja datos reveladores sobre la literatura de Proust, pero sí sobre el interés que su figura ha generado desde su fallecimiento en 1922. Los libros y estudios relativos a la vida privada del escritor son un síntoma más de la importancia que todavía el francés guarda en los estudios literarios.
¿Por qué importa?
Roedores aparte, la figura de Marcel Proust sigue siendo determinante para entender el cambio en la literatura en los albores del siglo XX. Analizar su inmortal novela o los detalles relativos a su vida privada o sexualidad son un componente de algo mucho mayor: el autor como centro absoluto de la obra.
Los estudios relativos a la autoría de obras clásicas, en el caso de Shakespeare u Homero por mencionar unos pocos, se deben a la falta de detalles sobre el tiempo y circunstancias de sus autores. Figuras difuminadas por la historia y que todavía se intentan desenmarañar con el fin de alcanzar una verdad que otrora resultaba indiscutible.
Proust, aunque mucho más cercano a nuestra época, no ha perdido un ápice de relevancia con los tiempos que vivimos. Ya sea desde la perspectiva de su percepción de la memoria, el tiempo o la sexualidad, el escritor sigue despertando la admiración y el interés de todos cuantos se acercan a las páginas de su 'tiempo perdido'.
Los personajes de Proust están marcados por la dualidad de sus sentimientos. La visión de la mujer en las novelas del francés es la del no-hombre, un concepto que podrían generar suspicacias en cuanto a la misoginia del francés, pero que son reveladoras en lo que a la ontología de quienes pueblan sus páginas se refiere.
Los contrarios son fundamentales para comprender este concepto. Las pasiones, los celos y el dolor surgen desde el seno de la historia para movilizar las acciones de los personajes. La atención se centra en lo que la posmodernidad acabaría por definir décadas más tardes: la ausencia de una verdad única.
La dualidad de sus personajes contiene contrarios, la homosexualidad o los celos no se entienden como atributos únicos y determinantes, sino como bosques plagados de luces y sombras. Bosques bajo cuyas ramas encontramos la alargada sombra de la motivación humana.