“Llámame por mi nombre y cierra la boca, prefiero respeto, no me ofrezcas coca”, canta la banda madrileña Shego en su tema Vicente Amor: es un balonazo caliente en la oreja dedicado a los ‘Julio Iglesias’ y ‘Bertines Osbornes’ de 2021, ahora rejuvenecidos, embaucadores, modernizados y tramposos que campan a sus anchas por Malasaña, observando el panorama mientras se sacan la billetera, arquetípicos perdidos -entre el macho proveedor y el depredador-, para invitar a cubatitas a las chicas jóvenes que ellos leen como “débiles” y manipulables.
Mala suerte: han topado con las Shego. A este lado ya nadie les ríe las gracias. “Me parece que no me has entendido, me vas a obligar a tener que repetirlo, está feo por tu parte pero aquí han venido las zorras que más odias a gritártelo al oído (…) Me aburre que todo lo que digas sea mentira, para de jugar con mis amigas, para de tocar la misma mierda en cada puta fiesta. Vienes a invitarnos a copas, dices ‘sois tan diferentes a las otras’”. Maite, Aroa, Irene y Raquel gastan la mala baba del punk, contienen trazas de surfing rock y toneladas de feminismo ácido con algún ramalazo de ternura, si las pillas: aquí cuatro amigas que no piden perdón ni permiso para triturarte el pie si te pasas de listo o para pedirte mimos el día que bajan el arma.
Aunque cada una tiene proyectos artísticos individuales, “juntas somos mejores y generamos algo que no se genera individualmente”. Acaban de publicar su primer EP, Tantos chicos malos y tan poco tiempo, producido por Bronquio y Carlangas, el líder de Novedades Carminha, y cuentan a este periódico tomando un café en Chueca que, a pesar de que lo mismo escuchan a Bad Gyal que a las Hinds, a Simona o a Jimena Amarillo, lo que más las excita e inspira es “ver a bandas de gente que no sean hombres cishetero en los escenarios haciendo lo que les da la gana”: “Eso es mucho poderío, el ver a artistas no normativas ocupando espacios, independientemente de su música, porque te hace pensar ‘yo también puedo hacer eso’, y es importante”, explica Maite.
Tanto Aroa como ella creen que “hay más incidencia en Madrid de ‘Vicentes Amor’ que de Covid”, ríen. “Parece un lugar propicio para que crezcan como setas. Vicente Amor no tiene un perfil físico específico, pero lo distingues por sus maneras, por la forma en que te trata y la forma en que te ve, por cómo usa su privilegio para aprovecharse de ti: es un tipo manipulador y muy inteligente, con mucha labia, que se desarrolla siempre en su territorio”, explica Maite. “Los Vicente Amor, básicamente, son los tíos que se relacionan contigo desde el privilegio, siendo conscientes de él y sin renunciar a nada”, concreta Aroa.
“Ven a una chavalilla con veintitantos años y ya están pensando ‘voy a ver qué pasa’: nos ven como inferiores, como vulnerables, e intentan comprarnos con drogas, con copas o simplemente diciendo ‘ven conmigo, que te voy a dejar firmar un contrato’”, explican las dos amigas y compañeras de banda. Aroa dice que afortunadamente no lidia con tantos de ellos -ya casi son ejércitos- porque no le gustan los hombres, pero sabe que el contraataque se basa en el “desinterés completo” y en el “estar bien acompañadas”.
“También tenemos que ponernos en nuestro sitio”, sostiene Maite. “Hay que ponerles límites, aunque sea con cuidado, porque ya sabemos que en determinados espacios y más, nocturnos… pues estamos supeditadas a lo que nos pueda pasar, desgraciadamente”. Recuerda la artista que sí hay algo que le gusta de los hombres y es ese cierto egoísmo, ese pensar en su beneficio de forma sana: “Sin creerte tampoco el lobo de Wall Stret, y aunque sea algo capitalista, me gusta eso que consiguen de centrarse en sí mismos y no dejar que nadie les desmarque, porque a nosotras nos han enseñado mucho Disney y mucho ‘tu sueño es tener pareja y tener familia’. No son nada complacientes. Creo que nosotras tampoco tenemos que serlo”, lanza.
Tantos chicos malos
En el sentido negativo, todos esos “chicos malos” de los que hablan en su primer EP adolecen, en verdad, de una “gran desconexión con sus sentimientos y consigo mismos”: “Por culpa de eso surgen situaciones de mierda, porque no se escuchan a sí mismos y no expresan nada, no se paran a pensar eso de ‘oye, a ver si esto no es rabia, a ver si lo que necesito es llorar o estar triste’”, reflexiona Maite. “Han aprendido a expresarse a través de la violencia y la rabia, no desde la vulnerabilidad”.
¿Qué hay de la figura del “aliado feminista”: les convence o les parece una parodia, o, aún peor, una estrategia del mismo lobo con piel de cordero? “Yo tengo una visión muy queer de todo este asunto, creo que las categorías ‘hombre’ y ‘mujer’ se han creado una en subordinación a la otra porque eso se ha dado así culturalmente desde el principio”, cuenta Aroa. “Mi tesis es que si eres asignado ‘hombre’ al nacer y te quieres quitar ese privilegio, a lo mejor dejas de ser hombre”, guiña. “Lo he hablado mucho con amigas: hay mucho tío que dice que es feminista para ligar, y es terrible, porque cuando se emborrachan sacan el lado oscuro”.
Antiamor romántico
Ambas están de acuerdo en que un verdadero feminista “lo que hace es ceder espacios: al hombre feminista de verdad se le reconoce cuanto más permite que las mujeres y las personas LGTBIQ alcen la voz”. ¿Cómo ha cambiado su manera de entender el amor y el sexo desde los quince años? ¿Cuándo empezaron a desarrollar esa conciencia crítica que ahora vuelcan en sus canciones y que contradicen a los clásicos himnos de amor romántico? “Mi cambio fue radical, porque el mayor descubrimiento para mí fue darme cuenta de la construcción del sistema monógamo y de cómo percibimos las relaciones como el auténtico fin de la vida, de la vida hecha en pareja y de una manera de acabar con tu independencia”, continúa Aroa.
“Yo también creo que he aprendido muchísimo”, sonríe Maite. “Iba buscando una pareja que me salvara o que me cuidara, que se hiciera cargo de mí; ya sabes, una figura paternal o parecida al príncipe azul, y ahora sé que no tengo que buscar ninguna figura de poder, sino un igual con el que relacionarme. El tema de las relaciones sexuales es muy importante: no sólo debemos aspirar al consentimiento, sino al deseo. Hemos estado muy perdidos porque nuestra educación ha sido el porno y lo que nos cuentan los amigos, y buf…”, resopla. “Ahora sabemos entendernos desde un lugar mucho más sano”.
Por todo eso -y aunque subrayan que en Shego son cuatro personas distintas con discursos distintos-, les apetece crear canciones donde se vean “otras realidades” porque sienten que ha habido un vacío de referentes musicales y temáticos. Maite cuenta que su madre, cuando ella tenía siete u ocho años, dejó de escuchar toda la música que escuchaba porque le hacía mal. “Me decía algo muy interesante y es que le molestaba tener esas frases en la cabeza todo el rato, muchas ideas de sufrimiento desgarrado y desamor, mucho ‘me duele el corazón, estoy loca por ti’… me acuerdo de que le encantaba Mecano hasta que dejó de gustarle”, ríe. “Y tenía razón, porque esas letras se te quedan en la cabeza y luego a la hora de abordar lo que te pasa las tienes interiorizadas como un mantra”.
Canciones expectorantes
Lo cierto es que sus temas no van por ahí: son desenfadados, irónicos, expectorantes, liberadores. De las canciones de Shego se sale como un coche después de pasar por el túnel de autolavado: con un brillo que es propio y después de quitarse la basura aprendida. Digamos que son un grupo en estado de alerta contra las imposiciones sociales, contra el postureo y sus trampas. Como en La nueva ola, donde hostigan a una modernidad que es puro neoliberalismo. “Parece que tenemos que estar adaptándonos todo el rato a lo que se lleva en el momento porque si no eres una pringada”, dice Maite. “La canción la escribí porque me estaba dando cuenta de eso en mí misma: parecía que necesitaba todo eso para pertenecer a un grupo, toda esa ropa, esos bolsos y ese ‘sentirse única’ par acabar siendo iguales, y, sobre todo, comprando y consumiendo la misma mierda”.
Aroa explica que, como en todo, lo ideal es darse cuenta de que “el deseo es algo que se construye”: “¿Me gustan esas zapatillas de Bershka o Bershka ha hecho que me gusten esas zapatillas? No sé. Ser moderno mola, pero serlo a cualquier precio y sin darle ninguna pensada al asunto, no. Eso me recuerda a la peña de la movida madrileña, que muy guay todo, pero no estaban nada politizados, o eran poquísimos. Con el tiempo ves quién era moderno de verdad y quién no”.
El 'Me Too' musical
Ninguna de las dos integrantes de la banda cree que la industria musical sea ahora mucho más inclusiva que antes ni que los cambios hayan sido reales, al menos en España. “La música española sigue siendo machista y Vetusta Morla, Izal y Leiva siguen siendo cabeza de cartel: pero claro, ahora es muy guay porque los tíos cis se pintan el pelo de rosa. Lo mismo de siempre, en el fondo”, sostiene Maite. “Sí que en el mundo independiente, pero en el independiente de verdad, no en el de esos que hablamos, se intenta apostar un poco más por la inclusividad, pero hasta que no lleguemos a ser comerciales no va a ser real el cambio: vivimos en nuestra burbuja y sí, me encanta el underground, pero también quiero comer”, expresa Aroa. “Tanto una niña de quince años como yo vamos a un festi y el mensaje que sacamos es que ahí sólo pueden acceder los tres señoros de siempre”.
“El cartel del Primavera tiene cierto equilibrio, pero claro: es un festival internacional donde todo el mundo va a estar poniendo los ojos a ver si son inclusivos o no, hay también algo de postureo y de moda en eso: somos conscientes de que cuando se pase, nos meten la patada”, cuentan. “Al final, las tías siguen siendo producidas por tíos que son unos asquerosos, o tienes que hacerle la pelota a no sé cuántos pibes para que te den algo de hueco, o tienes que comerte la chapa del tío de turno para que te contrate en esa sala: ese es el puto problema, que no tenemos sitio en las decisiones creativas importantes”, dispara Aroa.
Su idea es aprovechar el momento, sacarle todo el jugo que puedan, ganar la mayor pasta posible y emplearla en crear sus propios espacios: “Yo quiero un estudio donde sólo curren tías. Quiero dejar de trabajar con hombres”, apunta Maite. “No es endogamia, es que el mundo está hecho por para hombres y nosotras queremos también un mundo que esté hecho para mí, para mis amigas y para gente de mi alrededor”, comenta Aroa. Están convencidas de que España sigue siendo “retrógrada, machista y anticuada”: hasta la cultura de la cancelación es más soft que en EEUU. “Aquí quien sea hace lo que quiera y va a seguir ganando dinero siendo un asqueroso”. Reclaman “memoria histórica”.
Política y nuevas ministras
No les apetece tocar en el mitin de ningún partido político, pero les haría gracia una petición de Vox, que aceptarían “para que nos pagaran una millonada y para ir allí a liarla, sería performático y divertido”. ¿A quién harían ellas ministro o ministra de Cultura? “A Samantha Hudson y a Elisabeth Duval: nos encantan ambas y sería una mezcla genial entre el punto disruptivo y la cultura, la diversión y el conocimiento”. ¿Y si se hacen ricas, en qué lujo obsceno se lo gastan? Aroa va sembrada: “En un fiestón épico en el túnel del metro”.