Cuando Fernán Gómez confesó que le gustaba “pegar a las mujeres”: el lado oscuro del mito
En el centenario del queridísimo actor cascarrabias se suceden los homenajes: todos parecen olvidar adrede sus declaraciones misóginas del año 83. ¿Deben las instituciones repensar cómo celebrarle?
2 septiembre, 2021 02:20Noticias relacionadas
Era septiembre del 83 cuando una jovencísima y sagaz Pilar Eyre entrevistaba por primera y única vez al tótem de Fernando Fernán Gómez, que entonces ya era viejo, sabio y cascarrabias, como seguramente lo fue siempre, desde el útero materno: ahí el pelirrojo endiablado que hizo hasta de dios -¿lo recuerdan ustedes en aquella película de Cuerda?-, ahí nuestro aguafiestas de guardia, nuestro mito del cine que pronto mutó a intelectual en el imaginario español, un señor tosco, irónico, hilarante, interesantísimo, con una voz más profunda aún que su mal encare pero menos honda que su genio.
La charla se celebró a cuenta del Festival de San Sebastián, para Interviú y con whiskazo mediante: esa tarde andaba contrariado Fernando, como recuerda hoy la gran Eyre al teléfono, porque mientras contestaba a sus preguntas no le quitaba ojo a su amor Emma Cohen, que flirteaba felizmente allá en la barra del local con unos jóvenes escritores argentinos, presumiblemente más frescos y bellos que él, aunque de ellos no se acuerde ni el Papa y a él hoy le celebremos hasta los cien años que no cumplió. Aunque le queramos tanto y tan extrañamente -como se ama sólo a los gruñones carismáticos- que vayamos a inaugurar ahora una serie de obras de teatro y de eventos en su honor por todo el país. Hasta Sacristán le rendirá pleitesía en los escenarios este invierno.
Entró cruzado y salió más cruzado aún de las pizpiretas pero incisivas preguntas de Pilar: reconoció que aún no se había ligado “a su ideal de mujer”, porque su sueño “imposible”, su “mujer perfecta”, era una “hembra de belleza impresionante y cerebro de mosquito”. Su maldita suerte, subrayaba, era haber ligado con “mujeres más o menos guapas, pero que luego resultan ser listísimas”. “¿No te enamoras de su inteligencia, Fernando?”, pinchó Eyre. “Quita, quita ya. Si me llego a dar cuenta de que son así de listas, es que, vamos, ni las miro a la cara. Ah, yo hubiera sido feliz viendo cincuenta o cien años atrás, cuando todas las mujeres eran imbéciles. Ahora, claro, a fuerza de practicar, habéis aprendido mucho. Porque tú sabes que la inteligencia es sólo eso. El fruto de una larga práctica”.
Se vio obligado a precisar, como describe Eyre, que “si el hombre es más listo que la mujer, que lo es, solamente un poquito pero lo es, es, simplemente, porque tiene más práctica”. Bueno. Pero el desbarre auténtico y el que dejó descacharrada a la periodista fue el que se vino a partir de la pregunta que le lanzó él a ella. “Oye, ¿tú no conocerás alguna mujer que se deje pegar? Pero pegar de verdad, ¿eh?”. Y se explicó: “Es que verás, desde que era pequeñito descubrí que maltratar a un servido me causaba mucho más placer que dolor. Que yo era un sádico, vamos. Y a las mujeres, a mis mujeres, yo les pego. Pero hasta ahora, todas han tenido una resistencia muy limitada”.
Explicaba Fernán Gómez que él quería saber qué se sentía cuando “se alcanza el límite, no sé si me entiendes”. ¿Sadomasoquismo, maltrato? Quién sabe a qué venía ese delirio, aquel exabrupto misógino, pero el caso es que a todo el mundo le hizo mucha gracia y que Pilar quedó horrorizada. Durante los siguientes años -y las siguientes décadas- se cansó de escuchar, en defensa del actor y siempre con trazas cómicas e indulgentes, que aquello no tenía importancia, que eran “las cosas de Fernando”.
La habían acostumbrado a ese machismo aplaudido, tristemente. Lo contaba en su libro La reina de la casa (Destino): había toreado ya a Manzanita -"a veces sueño que mi mujer habla con un hombre y me despierto y la pego, fíjate si la quiero"- y al mismísimo Elia Kazan -"pegar es una cosa fantástica, yo siempre he pegado a mis mujeres"-. Unos dulces.
Hace unos años, tras la explosión del Me Too, recordó esta conversación demencial con Fernán Gómez y el resultado no fue el esperado: aunque la mirada de la sociedad hacia las palabras de Fernando era muy distinta a la de los ochenta, fueron mayoría los que prefirieron hacer oídos sordos al resbalón machista de su ídolo y fingir que no se habían percatado de sus sombras. Si lo llega a decir El Fary, se lo comen. Como era el estupendo Fernando -ídolo progresista un poco por no se sabe qué-, mejor no ahondar.
El icono anarca
En el documental La silla de Fernando ya le conocían las boutades: que si la amistad entre un hombre y la mujer era posible siempre que ese hombre no fuera él, que a él sólo le importaba la belleza de las mujeres, que una mujer culta sólo le apetecía como profesora, no como esposa ni amante. Tampoco estaba muy politizado, Fernando, ni siquiera era beligerante contra el régimen franquista, aunque la izquierda, de forma interesada, se haya quedado con el profesor entrañable aquel de La lengua de las mariposas, el republicano irredento que Fernán Gómez no fue, seguramente porque igual le daba ocho que ochenta, porque más bien era anarquista, porque su mundo era extraterrestre, era insólito, era otro.
“Yo no he querido volver a recordar este episodio ahora, con el centenario, porque esto es ir a contracorriente y enseguida te lapidan”, reconoce Pilar Eyre a este periódico. “Es posible que lo que dijo fuera sardónico e irónico, pero fue horrible, porque yo era una periodista, no éramos amigos, y era la primera vez que lo veía… me sentí muy incómoda. Me acuerdo que más tarde entrevisté a Sacristán y me dijo ‘oye, que Fernando es muy respetuoso con las mujeres, precisamente porque viene de un ambiente teatral donde todo es más igualitario y no existe el machismo y todos somos lo mismo’, bla, bla. Siempre fue el ‘esto son cosas de Fernando’”.
Eyre vivía cosida a escuchar barbaridades “que luego no tenían repercusión”, porque la España del momento las celebraba como chanzas a pesar de que se basaran en la violencia y el desprecio hacia las mujeres. “Yo no volví a verlo nunca con los mismos ojos. Siempre he sido minoría en eso, porque era un personaje endiosado por todo el mundo, adorado por todo el mundo. Es verdad que nadie le ha denunciado ni ninguna mujer ha hablado mal de él, pero a mí me decepcionó mucho, cosa que no le importó en absoluto, claro, porque yo le importaba un pito”, ríe.
“No sé si esto ensucia todo su legado, ni siquiera sé si su legado es tan importante, porque no conozco tanto el mundo del cine como para saber si su impronta cinematográfica es esencial o no. Lo que sé es que fue el único momento en el que salió a la luz esta faceta suya y que sobre esa entrevista se ha corrido un tupido velo. Cada vez que alguien lo celebra, o lo homenajea, o habla de él, esto se vuelve el elefante en la habitación: todo el mundo ignora este episodio a propósito”, resopla.
“Quizás temen que el mito se venga abajo”, expresa, y con razón, y más ahora que “tantas instituciones andan montando el tinglado” por su centenario. Por eso ella, hasta que ha recibido la llamada de esta periodista recordando su hemeroteca, ha preferido guardar silencio. Por no enredar.
¿Y las instituciones?
Esa es la gran pregunta que debe hacerse el público, los amantes del cine y los adeptos al actor y cineasta, pero, muy especialmente, la cuestión que deben contestar las instituciones que homenajean al hombre al completo en su centenario: ¿cómo debemos recordar a un mito que también tiene lados oscuros? ¿Es ético, es plausible, es de rigor, finalmente, coserle hagiografías como a un santo a un tipo que jamás intentó serlo? ¿Por qué se revisan, con más o menos éxito, figuras como las de Picasso, o Neruda, o Polanski, o Woody Allen -aunque éste, puntualicemos, sin pruebas ni condena-, y no podemos estudiar la figura de Fernando al completo, con todos sus matices, con sus excesos y hasta con sus declaraciones más desafortunadas?
¿Qué deben hacer las instituciones con ese dinero que es público a la hora de honrarle? ¿Es de recibo que mientras el resto del año nos dan la matraca con el feminismo para lavarse la cara y centran sus programaciones en temáticas acerca de la igualdad, ahora ignoren esta circunstancia? Ni siquiera hablamos de veto o de cancelación, hablamos de mención y de contexto. ¿Hasta cuándo los mismos que critican las ovaciones a Plácido Domingo aplaudirán sin matices cualquier gesto que venga de Fernando?
El prestigio cultural de la misoginia
La escritora Laura Freixas, fundadora de Clásicas y Modernas -además de organizadora de ciclos de cine como el de ‘Mujeres con hombres’ en la Sala Berlanga-, tiene la impresión “de que todo esto lo decía para provocar”, y que eso es buena prueba “de una época donde este tipo de declaraciones agresivamente machistas tenían éxito y eran como una caricatura que hacía gracia”. “Pienso en personajes como Cela, Umbral o Fernán Gómez, que cultivaban expresamente -no digo que se lo creyeran o no- una misoginia grosera hasta la caricatura. Incluso después de la muerte de Franco, estos gestos le daban brillo a los hombres de la cultura y los hacía admirables”, explica.
“Cela, por ejemplo, explotó deliberadamente su machismo. No dudo que no fuera sincero, pero se lo podía haber callado, y en vez de eso lo explotó e hizo ostentación de su familiaridad con putas y burdeles. Usaba palabras malsonantes, se jactaba… es la misma época en la que Gabriel Matzneff presumía en televisión de sus ligues con niñas y niños menores de edad, incluso de tener sexo pagando con niños en Filipinas”, recuerda.
Se refiere al prestigioso escritor francés que copó los periódicos el año pasado a partir del libro El consentimiento (Lumen), donde la editora y autora Vanessa Springora relata cómo se enamoró del literato cuando ella tenía 13 y él 50, ¡y hasta su madre la presionó para que continuase con esa relación! Sólo más tarde pudo asumir el trauma y reconocer que no fue amor, que fue abuso.
“Esas cosas escandalizaban un poco pero siempre hacían gracia, y en todo caso, digamos, reforzaban la imagen masculina de estos hombres famosos. No se les cuestionaba”. ¿Cómo celebrar entonces hoy el centenario de Fernán Gómez? “Mi actitud ante esto es celebrar que hoy día esas declaraciones ya no harían ninguna gracia”. Chimpún.
¿Personaje o realidad?
Hablamos también con la cineasta Irene Moray, que fue premiada el año pasado con un Goya al Mejor Cortometraje de Ficción por su obra Sus de síndria -recuerden el emocionante discurso en el que reivindicó “el derecho de las supervivientes de violencia sexual a hacer ruido, a triunfar, a coger espacio en la vida y en el mundo, a correrse y a ser quien ellas quieren ser”-. Ella cuenta que se debate entre varias cosas. “En primer lugar, no creo que haya que separar al artista de su obra. Al menos, yo no lo hago. El genio o el artista no lo vale todo. Honestamente, si tienes una visión del mundo machista, a mí me va a interesar menos tu obra. Me va a dar pereza”, sostiene.
Cita el caso de Marilyn Manson. “Decían que era un personaje y luego vimos que realmente estaba maltratando, violando y abusando de sus parejas, amantes y compañeras, y, además, también de hombres. Yo creo que lo que tú haces como artista contiene siempre tu visión íntima del mundo. Si Fernán Gómez hace esa pose o ese personaje de ‘me gusta pegar a las mujeres’, seguramente no se lo estuviera inventando”, esboza.
“Yo, por ejemplo, he dejado de ver películas de Woody Allen, pero hay otras amigas mías que no lo hacen y no me parece mal. Entiendo que hay que dar el beneficio de la duda y si alguien hace unas declaraciones desafortunadas, darle opción a cambiar y a repensar cosas. Tienen que salir de esa ‘cancelación’, que no tiene que ser eterna, habiendo aprendido algo, al menos. Te cancelamos dos semanas y vuelves, pero dale una vuelta, ¿vale?”, bromea.
“Cada persona puede y debe tener su visión propia sobre este tema. El problema son las instituciones y cómo celebran, y a quién celebran. Eso es delicado. Es un momento complejo, porque si tiramos para atrás, pocos se salvan. Todo estaba normalizado. En cualquier caso, no dudo que se pueda alabar el trabajo de este hombre, pero lo que es seguro es que no podemos invisibilizar lo que dijo ni olvidarlo a propósito”, clausura.