Hace cuarenta años nació una coreografía que el tiempo no ha logrado desgastar. En cambio, cuatro décadas han bastado para encumbrarla como un clásico que desaparece de escena para emerger con la misma fuerza que mostró en su estreno. May B, de Maguy Marin, brilla para el público madrileño en cuatro únicas funciones en las Naves del Español y la única pregunta que me hago es: ¿por qué tan pocas?
Esta historia tan presente como lejana, tan de ahora como de antaño, nos desvela lo más intrínseco del ser humano. Las entrañas de diez bailarines quedan expuestas en el esperpento que en realidad somos. No hay tiempo definido, no hay época determinada.
En la escena está la historia y el futuro del ser humano en forma de gruñidos, gestos cotidianos supuestamente exagerados, intimidades que nos empeñamos en ocultar y viajes a algún lugar por fijar.
Los personajes, originalmente creados por el genio del absurdo Samuel Beckett, resultan grotescos a la par que adorables. Sus movimientos se crean y recrean desde la lentitud de quien desea la serenidad y encuentra la zozobra que significa vivir.
May B es una producción de Compagnie Maguy Marin, Maison des Arts et de la Culture de Créteil, con dirección y coreografía de Maguy Marin quien mueve a sus bailarines como marionetas del teatro que se asocia a la existencia.
Con un diseño de iluminación sugerente a cargo de Alexandre Beneteaud y vestuario de Louise Marin, se redondea un espectáculo imprescindible con música Schubert, Gilles de Binche y Gavin Bryars que merece la pena incluir como culminación de una noche en la capital española.
*** Eduardo López-Collazo es crítico de Danza