'Naturaleza muerta' (1928).

'Naturaleza muerta' (1928). Giorgio Morandi, VEGAP, Madrid, 2021

Café Torino

Los hermosos y silenciosos cacharros de Giorgio Morandi

9 octubre, 2021 02:32

En una escena de La dolce vita (1960), Marcello (Marcello Mastroianni), periodista y escritor, acude con su novia a una fiesta en la lujosa casa de su amigo y mentor Enrico Steiner (Alain Cuny). Steiner, intelectual atormentado pese a su apariencia serena y a su gusto por interpretar a Bach, le muestra a Marcello una naturaleza muerta de Giorgio Morandi colgada en una pared y ambos comentan la obra con admiración. Dice Steiner: "Los objetos de Morandi están inmersos en la luz del sueño".

Puede sorprender que un director tan barroco y, en cierto modo, expresionista como Federico Fellini tuviera preferencia por la pintura del sobrio y minimalista Morandi, lo que tal vez fuera síntoma de su anhelo de una quietud espiritual que no tenía.

Fellini no fue el único gran cineasta italiano que admiró al artista de Bolonia. Todavía más, Michelangelo Antonioni —que poseyó obras del pintor y se carteó con él— lo consideraba inspirador de su estilo pausado y de la atmósfera inmóvil, propensa a los vacíos, que caracterizó sobre todo a una etapa de sus películas. En La noche (1961), Antonioni mostró también un sencillo bodegón de Morandi, de nuevo con Mastroianni de por medio en el papel de un escritor inmerso en una crisis de pareja.

Fotograma de 'La dolce vita' en el que aparece un cuadro de Morandi.

Fotograma de 'La dolce vita' en el que aparece un cuadro de Morandi.

La dolce vita y La noche son sólo dos muestras de la enorme y quizás inesperada proyección, más allá de la pintura, de la obra de Giorgio Morandi (1890-1964), un artista de vida retirada y salud delicada que apenas salió de su casa y de su ciudad, como no fuera a pasar los veranos en su propiedad de Grizzana, un pueblecito a poco más de 40 kilómetros de Bolonia, en la región de los Apeninos, que ahora se llama Grizzana Morandi.

La Fundación Mapfre, en colaboración con la Fundació Catalunya La Pedrera, presenta en su sede madrileña de Recoletos Morandi, resonancia infinita, una exposición de más de cien obras del pintor italiano, comisariada por Daniela Ferrari y Beatrice Avanzi, dividida en siete secciones y acompañada de un catálogo en dos volúmenes.

'Naturaleza muerta' (1937-1938).

'Naturaleza muerta' (1937-1938). Giorgio Morandi, VEGAP, Madrid, 2021

La muestra acoge también obras de diversos artistas que han dialogado con Morandi, un pintor que goza del favor del público y de los espacios expositivos españoles pues, en los últimos años, hemos podido ver su obra en el Thyssen (1999), en la Fundación March (2010) y, olvidos aparte, en el Guggenheim (2019).

La influencia metafísica

Morandi, hasta encontrar su estilo y su temática inconfundibles, coqueteó con el Cubismo, pasó por el Futurismo, maduró con la pintura metafísica y atravesó el Novecentismo, siempre mirando de reojo —con buenos ojos, mejor— la pintura de Cézanne, clave para tantos artistas del siglo XX.

Trabajó brevemente y fue amigo de los metafísicos Carlo Carrà y Giorgio de Chirico —otro artista seminal—, y en la exposición podemos ver un cuadro, Naturaleza muerta metafísica (1918), que no sólo ilustra a la perfección su tránsito por esa corriente, sino que ya contiene —la caja, la botella— el avance, con otra técnica, de su proyecto y de su imaginería posteriores. El melancólico Morandi nunca dejó de ser, en cierta medida, metafísico.

'Naturaleza muerta metafísica' (1918).

'Naturaleza muerta metafísica' (1918). Giorgio Morandi, VEGAP, Madrid, 2021

Estamos hablando, claro, de esos bodegones o naturalezas muertas que agrupan estratégicamente vasos, tazas, botellas de cuello largo, jarrones —con flores, a veces—, cajas, frascos, jarras y otras vasijas, a menudo manchados o impregnados por el paso del tiempo, sobre un lienzo bastante texturizado y dividido en dos partes —arriba y abajo— desiguales, objetos que Morandi pintaba sobre una mesa en su propio dormitorio y que, en ocasiones, dan la ilusión de representar el skyline de una pequeña ciudad.

Del mismo modo, y siendo tan evidente la figuración realista, las impuras manchas de colores —blanco, azul, ocre, gris, marrón, amarillo…— proporcionan una sugestión de abstracción. Morandi decía que, para él, no existe nada abstracto, pero también añadía que "no existe nada más abstracto que lo real".

Profesor de grabado en aguafuerte durante más de veinte años (1930-1956) en la Academia de Bellas Artes de Bolonia, Morandi se autorretrató en su juventud, pero pocas veces pintó figuras humanas ni paisajes —podemos ver alguno en la exposición—, y sus objetos están resueltos, en su inmovilidad, con atención al aire y a la luz que los rodea y los baña, siempre dejando oír el silencio.

'Naturaleza muerta' (1952).

'Naturaleza muerta' (1952). Giorgio Morandi, VEGAP, Madrid, 2021

El filósofo francés André Compte-Sponville tiene un libro precioso, Chardin o la materia afortunada (1999), publicado en España por Nortesur, en el que, citando a Pierre Rosenberg, habla de una "trilogía de pintores del silencio" formada por Johannes Vermeer, Camille Corot y Jean Baptiste Siméon Chardin. ¿Por qué no añadir a Giorgio Morandi al trío?

Los maestros españoles

La exposición del Museo Guggenheim, titulada Giorgio Morandi y los maestros antiguos, fue muy buena e interesante porque mostraba las fuentes más remotas inspiradoras de Morandi. Entre ellas estaba, precisamente, la pintura de Chardin (1699-1779), los bodegones de Chardin, que pudimos ver hace diez años en una excelente antológica en el Museo del Prado.

Las otras dos fuentes de Morandi recogidas en el Guggenheim eran los pintores boloñeses entre los siglos XVI y XVIII y los pintores españoles del XVII, preferentemente los cultivadores del bodegón. Pero no sólo. Se recordaba que Morandi, admirador de El Greco —atención a sus colores— no habló de la influencia de estos pintores españoles sobre la suya, pero que los conoció muy bien, entre otras razones porque el crítico italiano Roberto Longhi, amigo suyo y gran valedor de su obra, organizó en Roma una gran exposición de su pintura en 1930.

'Bodegón con cacharros', el lienzo de Zurbarán.

'Bodegón con cacharros', el lienzo de Zurbarán. Museo del Prado

Prueben a contemplar en el Prado, por ejemplo, el Bodegón con cacharros (1636), de Francisco de Zurbarán, y ya dirán si no hay un eco claro de este silencioso cuadro en la pintura de Morandi.

El filósofo Pascal escribió en sus Pensamientos (1670): "¡Qué vanidad la de la pintura, que atrae la admiración por el parecido de cosas cuyos originales no admiramos en absoluto!". Dejemos de lado lo de la vanidad, la admiración y el parecido. Comte-Sponville opina que Pascal, tan listo para otras cosas, no llegó a comprender la pintura en absoluto. Giorgio Morandi es la prueba de que unos simples cacharros, previamente apreciados o no por nosotros, pueden alcanzar la máxima belleza cuando son observados y transfigurados por la mirada de un gran artista.

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