En los míticos, mitificados y desmitificados (por algunos) Encuentros de Arte de Pamplona, se reunió, bajo el patrocinio de Juan Huarte y la dirección del músico Luis de Pablo y del pintor José Luis Alexanco, lo más granado del arte conceptual, experimental y vanguardista internacional del momento. Y en el ya desaparecido cine Príncipe de Viana se proyectaron películas de Georges Méliès (1871-1938).
¿Qué pintaba allí un cineasta nacido a mediados del siglo XIX? Todo. ¡Gran decisión! Creadores como Méliès son despachados con la etiqueta de "pioneros del cine" y, en el imaginario de la cultura general —que no en la historia del cine—, han quedado como valerosos y rudimentarios iniciadores de un nuevo arte que solo décadas después merecería ser considerado como algo más que un simpático entretenimiento de barraca de feria.
Sabemos que no es así. Sabemos que personajes como Méliès fueron audaces, rompedores, visionarios, imaginativos e ingeniosos —cuando no geniales— creadores que merecen ser estudiados como integrantes de las primeras vanguardias artísticas del siglo XX, condición que no han perdido y que se trasparenta en la presencia en el cine más moderno de hoy de muchos de sus hallazgos. Que lo digan Tim Burton o Wes Anderson, por sólo citar a dos directores de ahora mismo.
Y, además, gente como Méliès tuvo que inventarlo todo: procedimientos comerciales e industriales, artefactos y edificaciones para sus rodajes y proyecciones, improvisando y desplegando conocimientos científicos y tecnológicos y procesando la tradición de la literatura, el teatro, la fotografía, la pintura, el circo y la magia para ponerla al servicio de un arte nuevo e incógnito que ni ellos mismos estaban en condiciones de explicar.
Y, entre esas personas extraordinarias, hubo un español con personalidad propia, el turolense Segundo de Chomón (1871-1929), poco apoyado en la España que le tocó vivir y poco conocido todavía en la España actual, aunque el 150 aniversario de su nacimiento está remediando en parte esa ignorancia.
Barcelona, maquetas y trucajes
A ver, tampoco hay que exagerar. En ningún lugar del mundo, el público común no se enfrasca, por degracia, con las obras de aquellos cineastas de primera hora, tarea que abordan, como en España, filmotecas e investigadores. Carlos Fernández Cuenca y Pascual Cebollada ya escribieron sendos estudios sobre Chomón a principios y mediados de los años 80. Habían tenido que pasar alrededor de cinco décadas desde su muerte. Después continuó con dos libros Juan-Gabriel Tharrats, remató la faena Agustín Sánchez Vidal en 1992 y la puso al día Joan M. Minguet Batllori en 2010, en buena medida como culminación de una etapa de investigación y difusión de las obras de Chomón abordada por Filmoteca de Catalunya, que en estos días le vuelve a rendir tributo, al igual que la revista turolense Turia, que en breve publicará un monográfico mientras se suceden actos en su ciudad natal.
Chomón se hizo como cineasta en Barcelona. Allí rodó en 1901 sus brevísimas primeras cuatro películas documentales (Subida a Montserrat, en primer lugar) y, al año siguiente, su primera fantasía, Choque de trenes. En esta película, además de la dirección, ya se ocupó personalmente de las tres especialidades que le darían trabajo, fama y prestigio en toda Europa: la fotografía, las maquetas y, sobre todo, los trucajes.
Nacido el 17 de octubre de 1871 en un Teruel de apenas 10.000 habitantes, hijo de un médico militar de remoto origen francés, Segundo de Chomón trabajó como escribiente e hizo estudios de ingeniería. Descubrió y se maravilló con el invento de los hermanos Lumière durante una estancia en París en 1895. El cine, inventado oficialmente un año antes, no había llegado todavía a España, ni rodajes ni proyecciones. El joven Chomón se distrajo del cine al alistarse como voluntario en 1897 para servir en Cuba.
Perdida la guerra y licenciado, regresó a París a escape y allí sucedió algo decisivo: retomó su relación con la actriz y bailarina Julienne Mathieu, con la que se había casado antes de ir a Cuba y con la que ya había tenido a Robert, su único hijo, y entró a trabajar en un taller de coloreado de películas que operaba para Méliès. Ahí empezó todo. Fue Mathieu quien lo introdujo en el taller y sería ella la protagonista de muchas de sus películas cortas, que en su mayoría no rebasan los diez minutos de duración y que Chomón hizo a lo largo de su carrera en cantidad cercana a las quinientas.
Pathé y El hotel eléctrico
Chomón investigó y practicó nuevas técnicas de coloreado —fotograma a fotograma— que le dieron gran prestigio y por las que fue requerido por otros profesionales; perfeccionó y fabricó sus propias cámaras; desarrolló el llamado "paso de manivela" —la filmación fotograma a fotograma— que hace que los objetos se muevan solos y que es el antecedente directo del hoy utilizadísimo procedimiento conocido como "stop motion"; se dice que fue el primero en emplear el trávelin —movimiento de la cámara sobre ruedas— con un “carrito” de su invención; perfeccionó las maquetas; estuvo en la vanguardia de los primeros dibujos animados; desplegó un sinfín de efectos especiales y trucajes —sobreimpresiones, filmaciones dobles, apariciones, desapariciones, sustituciones, transformaciones, disoluciones…— al servicio de sus fantasmagorías, de sus asombrosas películas fantásticas y cómicas cuyos argumentos escribía o tomaba de obras literarias, de manera que no es tan descabellado aludir en su caso a un mundo onírico que bien podría tomarse como antecedente del surrealismo.
Fue fichado por Charles Pathé para su productora e hizo sus películas para Pathé Frères en Barcelona en dos etapas distintas entre las que medió una larga vinculación directa en París entre 1905 y 1909, la más fértil e importante de su carrera, la causante de que muchas de sus películas se hayan encontrado en archivos y filmotecas de media Europa, al tiempo que muchos de sus principales estudiosos se hayan desperdigados por Francia, Estados Unidos —el MoMA ha programado sus filmes— o Italia, donde desarrolló el penúltimo y también importantísimo tramo de su trayectoria.
Una pareja llega a la recepción de un hotel y, de pronto, sus maletas se desplazan solas hasta su habitación. Ya en la habitación, veremos cómo todos los objetos se mueven solos. El caballero verá cómo los cepillos lustran sus zapatos o cómo es afeitado sin su intervención manual. De igual modo, la dama es despojada de su ropa de calle y su melena es peinada y arreglada por peines que no necesitan de sus manos.
Estamos en 1908, y ésas son sólo algunas de las sorprendentes cosas que suceden ante nuestros ojos en El hotel eléctrico, a día de hoy la película más célebre de Chomón, escrita, dirigida, fotografiada y "trucada" por él en París para la productora Pathé Frères. Pero ésta es solo una de sus obras maestras. Está a la venta un DVD titulado Segundo de Chomón. El cine de la fantasía (1902-1912) en el que se pueden ver 31 películas restauradas del director aragonés. También está disponible en Filmin.
En sus años parisinos con Pathé, Chomón fue requerido para colaborar con grandes directores del momento. Así, con Ferdinand Zecca y Lucien Nonguet, hizo en 1907 la fotografía y los trucajes del largometraje Vida, pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, todo un clásico de la historia del cine.
En sus dos principales etapas barcelonesas, antes y después de París, trabajando para Pathé o creando con otros socios algunas de las primeras productoras estables del cine español, Chomón, además de documentales —que tenían muy buena salida comercial— y sin descuidar el cine fantástico y cómico —con frecuencia unidos—, hizo melodramas, dramas históricos y adaptaciones de zarzuelas, muy pendiente de cultivar géneros populares y más ortodoxamente de la tradición teatral y literaria española.
Italia, Cabiria y Napoleón
En 1912, Chomón fue reclamado por la gran productora turinesa Itala Films y empezó una larga etapa de trece años en Italia que, con cerca de cuarenta películas de géneros variados, le encumbraría definitivamente como director de fotografía y especialista en trucajes.
En Itala y en Italia trabajó varias veces para Giovanni Pastrone, uno de los grandes directores del mundo en esos años, y la cumbre de su colaboración fue Cabiria (1914), gigantesco y monumental peplum sobre la segunda guerra púnica, escrito —los rótulos— nada menos que por el poeta Gabriele D'Annunzio, en el que Segundo de Chomón hizo la fotografía, así como maquetas, efectos especiales y pirotécnicos y trucajes en los que volcó toda su experiencia e inventiva.
A esta obra maestra, y de nuevo en territorio francés, le sucedería años después, otra película magistral, única, genial y revolucionaria: en Napoleón (1926), del no menos visionario y vanguardista Abel Gance, Chomón hizo parte de la fotografía y de los portentosos efectos especiales, coloreados, maquetas y trucajes.
El último trabajo de Chomón fue una colaboración puntual, el mismo año, en El negro que tenía el alma blanca, una coproducción franco-española con Conchita Piquer, estrella del momento, bajo la dirección de otra de las figuras de la época, el director Benito Perojo. Chomón realizó una secuencia onírica en la que un negro, para espanto de la protagonista, se transforma en un gorila gigante. Según Román Gubern, citado por Sánchez Vidal en su libro sobre Chomón, se trata de una escena de alto contenido sexual que, además, anticipa la iconografía de la película King Kong (1933).
Segundo de Chomón hizo un viaje de trabajo a Marruecos y allí contrajo una enfermedad no aclarada que, al poco de volver a París, donde residía entonces con Julienne Mathieu y su hijo Robert, le llevó a la tumba, a los 57 años, el 2 de mayo de 1929. Sánchez Vidal cuenta en su libro que, en 1934, al no renovarse su sepultura en el cementerio Pantin, sus restos fueron arrojados a una fosa común.
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